CULTURA
Créditos: Rayen Luna Solar
Centro Perdido busca lugar: espacio cultural de artistas emergentes cierra sus puertas en Patronato
En una antigua fábrica textil en Patronato, cuatro jóvenes artistas levantaron Centro Perdido, un espacio cultural autogestionado que se convirtió en punto de encuentro para la escena artística emergente. enfrenta su mayor desafío: encontrar un nuevo lugar para seguir sosteniendo comunidad.
En la vereda norte de calle Dardignac, en pleno Barrio Patronato, puede leerse una frase escrita sobre el cemento: “Este es un pedazo de centro encontrado y espero que puedas hacer crecer cosas en él”. Frente a esas palabras se levanta un edificio industrial de dos pisos, una antigua fábrica textil que permaneció años abandonada. Hoy, ese lugar acoge a Centro Perdido, un espacio cultural autogestionado que, desde fines de 2022, se ha convertido en punto de encuentro para artistas emergentes en Santiago.
El proyecto es impulsado por cuatro jóvenes que vienen de las artes visuales y el teatro. Llegaron al lugar casi por azar, buscando un espacio para hacer una feria y exponer. Sin un plan definido, la antigua fábrica que alguna vez estampó poleras y que ya no podía funcionar por falta de permisos les abrió una posibilidad inesperada. “Fue el espacio el que nos encontró, y al verlo, vimos todo el potencial que tenía”, cuentan sus fundadoras.
La arquitectura industrial, los muros de concreto, los techos altos, las escaleras que suenan al caminar, los espacios oscuros, las salas amplias que alguna vez sirvieron para cortar, coser, rematar, producir, estampar se transformaron en lugares de creación, reunión y exposición. Sin embargo, luego de tres años de funcionamiento en Recoleta, el edificio fue vendido y Centro Perdido deberá dejar el espacio en diciembre.
Al igual que muchos otros espacios culturales, Centro Perdido nació desde la necesidad de artistas jóvenes de generar lugares para mostrar su arte. El proyecto está siendo gestionado por tres artistas visuales: Amanda Urrejola, Agustina Margotta, Augusta Lecaros y el actor Esteban González.
“Estaba buscando un lugar para hacer una feria de arte, en un momento de cesantía e incertidumbre de qué hacer con mi carrera como artista”, dice Amanda Urrejola. Las tres se conocieron mientras estudiaban artes visuales en la Universidad Católica de Chile y, gracias a este espacio empezaron a imaginar un proyecto sostenible en el tiempo al servicio de las artes.
“El dueño nos dio la posibilidad de hacer un evento inaugural para poder mostrarle lo que queríamos hacer. Y estuvimos los primeros seis meses de ese año una especie de marcha blanca, en la que llegamos a un acuerdo con el dueño, que no tenía muchas posibilidades de hacer nada con esta propiedad y que estaba a punto de ser tomada básicamente, de poder recuperarle el lugar, de poder habilitar ciertos espacios, de poder cuidarlo y ponerlo en servicio de las artes y poder también pagarle a él lo que correspondiera por el uso que le diéramos al lugar”, agrega Urrejola.
De esta manera Centro Perdido fue tomando forma dentro de la fábrica y comenzó a acoger diversos eventos: ferias de arte, conciertos, exposiciones, festivales. Inicios similares tuvieron espacios icónicos para la cultura en Santiago, como las bodegas teatrales de Matucana 100 dirigidas por Andrés Pérez o el centro centro cultural El Trolley, que jugó un rol fundamental para la contracultura en dictadura.
El investigador, docente y autor del libro “Rímel y gel: El teatro de las fiestas under”, Cristían Opazo se ha dedicado a estudiar la importancia de estos espacios culturales que nacen bajo la lógica del Do It Yourself, una forma de resistencia de los artistas que buscan reinventar espacios.
“Tenemos una historia de gente joven que dice ‘nos reapropiamos del centro o de barrios periféricos, de localidades industriales para pensar el futuro, para asistirlo, pero también para pensar la historia’. Y lo brutal de todo esto es que cada vez que estos jóvenes cumplen con el propósito de hacerlo sostenible, gestionarlos, repararlos, los espacios son luego vendidos y ahora donde estaba El Trolley hay una torre, el Teatro Esmeralda es una fábrica de neumático y probablemente lo que pase en Recoleta es que vamos a tener pronto un mall chino o un edificio de apartamentos”, explica el investigador.
Espacios como Centro Perdido han servido como refugios para la expresión artística y la discusión política, permitiendo a artistas jóvenes desarrollar sus proyectos que bajo instituciones tradicionales no pueden.
Un modelo económico propio
Para sostener el proyecto, las gestoras desarrollaron una forma de financiamiento circular: el arriendo de talleres y espacios para actividades culturales cubre los costos mensuales y la mantención del lugar.
“La idea siempre ha sido como hacer una oficina en pos de la cultura, o sea, un espacio que alberga músicos, actores, artistas visuales…y en ese sentido hemos armado como un modelo económico medio circular en donde el arriendo de los espacios, por ejemplo, el galpón, el microclub, el tercer piso, los talleres, van ayudando en el pago mensual pero también en el arreglo de este espacio porque también creo que como artistas visuales, una tiene que buscar estrategias para poder pagar de diferentes maneras el uso de un espacio, porque al final nuestra propuesta es como la cultura se pueda sostener por sí sola”, explica Agustina Margotta.
En tres años, Centro Perdido pasó de ser un galpón vacío a un espacio reconocido dentro de la escena joven de las artes visuales en Santiago. Ha albergado exposiciones, performance, talleres, ferias, festivales y conversatorios. Pero también se ha convertido en un lugar de reunión, un punto donde artistas se encuentran, conversan, producen y se acompañan en sus procesos.
“Sacamos un piso entero y ahora es muy grande, se ve súper lindo, lo hemos limpiado, le cambiamos todo el circuito eléctrico. Entonces también han sido como maneras de poder pagarle o devolverle la mano [al dueño] por dejarnos ocupar el lugar. Eso ha sido súper importante. Y bueno, y además todas estas ganancias de los arriendos nos permiten también pagarle a los artistas que exponen”, agrega Margotta.

Créditos: Juan-Hoppe
Si bien han logrado levantar un espacio cultural para las artes, el proyecto recién está permitiendo que reciban una remuneración que deben complementar con otros trabajos, una realidad que aqueja a muchos profesionales de las artes.
“Nosotros llevamos tres años aquí y recién hace un par de meses empezamos a darnos como una especie de bono, o sea, no alcanza a ser ni cercano al sueldo mínimo. Pero también, nosotras recibimos de este lugar otros medios de pago, o sea, nosotras acá tenemos un taller y también este proyecto nos ha permitido también desarrollar nuestra obra, poder ser parte de un colectivo, nos da otras posibilidades, pero en torno a lo económico todos tenemos otras pegas. Eso también ha sido una dificultad importante porque es un proyecto tan grande que requeriría que nosotros estuviéramos aquí 24-7″, afirma Amanda Urrejola.
Una lectura similar hace Opazo, “hay que entender que esos espacios permiten el desempeño del trabajo freelance, que es el trabajo al que se dedican buena parte de los graduados y graduadas en Artes y Humanidades. De hecho, muchas veces cuando hay discusiones sobre el sueldo mínimo, que me parece fantástico que eleve las condiciones, hay una cara de la que se habla poco, que son las personas universitarias graduadas, insisto, de Artes y Humanidades que trabajan freelance, que trabajan por boleta y para las cuales este indicador ni siquiera es un referente posible. Entonces, cuando vemos un centro cultural, cuando vemos un proyecto under, tenemos que pensar que es gente que está haciendo circular el dinero, que es gente que está creando oficio y que está permitiendo el sustento colectivo”, sostiene.
Ante esta situación Augusta Lecaros agrega: “ojalá eventualmente nosotras podamos tener un sueldo lo más digno posible de este lugar, no queremos vivir siempre con esta cosa como tan precaria, tan del mega esfuerzo entendemos que ahora lo estamos haciendo, llevamos tres años en eso un poco pensando a futuro pero nosotras si nos proyectamos esto como un trabajo pagado, lo queremos llevar hacia allá”.
“Este es un pedazo de centro encontrado y espero que puedas hacer crecer cosas en él”
Además, las artistas decidieron fundar Cripta Galería, un proyecto que surgió frente a la diversidad de eventos que se estaban generando en Centro Perdido. En mayo de 2024 abrieron un espacio que no solo mostrara obras, sino que acompañara procesos, exploraciones y búsquedas que suelen quedar fuera de los circuitos institucionales.
“Teníamos claro que queríamos que todas las disciplinas convivieran, pero también que cada una tuviera el espacio adecuado para desarrollarse”, explican. La sala principal está pensada para instalaciones y obras que requieren intervenir el espacio por completo. “Si la artista quiere cruzar la sala entera con una instalación o llenar el piso de tierra, filo, que lo haga. Nos interesa que puedan experimentar sin límites”, dice Lecaros.
Parte de la identidad de la galería está marcada por la arquitectura del lugar: una sala subterránea con escalera, montacarga y rejas que determina el vínculo entre la obra y el espacio. Desde ahí, Cripta se ha transformado en un laboratorio para la instalación y las artes mediales.

Isidora Miller, Cualquier forma de vida. Créditos: Felipe Ugalde
Además, Lecaros cuenta que el proyecto nace desde la experiencia personal de precariedad y falta de oportunidades para artistas emergentes.
“Me apasiona mucho la instalación y las artes mediales. Y también me interesa mucho encontrar a esas artistas que están trabajando hace un tiempo, y que todavía como que les falta algo como para salir a flote”, manifiesta.
La gestora subraya que la motivación estaba directamente vinculada a su experiencia como artista joven. “Hay muy pocos espacios para hacerlo y me interesa mucho encontrar a esa persona que está como en ese proceso y poder darle un espacio para que en este lugar tengan la menor cantidad de límites posibles”, dice.
Para complementar esta línea, abrieron también Cripta-extensión, una segunda sala con una lógica distinta, donde se reciben proyectos externos.
“En Cripta invitamos nosotras, pero en la sala de arriba acogemos propuestas que llegan. Eso nos nutre y abre el espacio a otras búsquedas”.
Aunque no fue algo declarado desde el principio, Cripta también se ha convertido en un espacio ligado a la comunidad queer. “Somos personas queer liderando el proyecto, entonces obviamente hay afinidades y sensibilidades que se cruzan”, expresan.
Otro punto central ha sido trabajar con artistas jóvenes y también con artistas de mediana carrera, quienes muchas veces quedan en un lugar intermedio del campo artístico.
“Hay más oportunidades para el arte joven, pero cuando pasas de los 35 quedas en tierra de nadie. No eres emergente ni eres una artista consagrada. Y ahí también se necesita apoyo”, comentan. Recibir a artistas en ese momento implica acompañar procesos con estándares distintos: “Cuando trabajamos con artistas que llevan años investigando, los niveles de exigencia cambian, y eso también ha sido un aprendizaje”, agrega Lecaros.
Más allá de un espacio de exhibición, Cripta se plantea como un lugar para sostener procesos creativos: ofrecer tiempo, infraestructura y condiciones materiales para la investigación artística. “Hemos ido tomando nota de lo que nos ha hecho bien y de lo que nos ha hecho mal en otros lugares”, dicen.
“No queremos reproducir incomodidades. Queremos que Cripta sea el espacio donde nosotras mismas hubiésemos querido exponer”, sostiene Augusta Lecaros. Precisamente, Pilar Elgueta realizó una residencia de un mes en Cripta y expuso en octubre la muestra “Estamos buscando el centro”.
La artista hizo una instalación con sacos de construcción con la frase “Este es un pedazo de centro encontrado y espero que puedas hacer crecer cosas en él”, la cual quedó pintada en la vereda frente a Centro Perdido. Finalmente, Elgueta dijo en pocas palabras lo que las gestoras han podido hacer en tres años de trabajo y que ahora se encuentra en proceso de búsqueda de un espacio donde puedan seguir creando cosas en él.
“El proyecto tiene sus cimientos conceptuales, teóricos y valóricos muy claros, sabemos lo que queremos y sabemos que queremos llevarlo a otro lado, sea cual sea el lugar al que lleguemos vamos a volver a construir esto que construimos acá”, concluyen los gestores.
Si bien Centro Perdido y Galería Cripta nacieron en Dardignac 255 el proyecto está buscando la manera mutar a otro espacio que esté en la espera de ser recuperado.
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