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La travesía empieza aquí: Generación 1974 CULTURA|OPINIÓN Crédito: Ximena Narea

La travesía empieza aquí: Generación 1974

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Una perspectiva temporal que invita a la reflexionar sobre las secuelas post-golpe, donde no caben ni metáforas ni parábolas que carguen con ese peso, salvo el efecto diacrónico de este periplo que valida un proceso en cual confluyen el recrear y el reconstruir como inevitable consecuencia y que se constata en la instalación multimedial, Discurso del caballo, dictadura y exilio (2022-2023) de Ximena Narea, en el que el tablero de ajedrez, es el soporte clave para simbolizar las atroces jugadas de los jerarcas de la dictadura, representadas en 32 imágenes digitales, fusionadas con otras realizadas por la propia artista, y que replican, en una suerte de eco, fragmentos de un poema homónimo del poeta Juan Cameron.


El goteo del agua hace un hueco en el agua, no por la fuerza,
sino por la persistencia.

Ovidio

Más de noventa alumnos ingresaron a estudiar arte a la Universidad de Chile en 1974. Treinta y tres de ellos, vuelven a reunirse para concretar la muestra “Periplo. Travesías y Confluencias, Generación del 74’”, una exposición que pone en relieve la última vez que la Academia de arte de esa casa de estudios funcionó en el actual Museo de Arte Contemporáneo (MAC), lugar que hoy alberga una puesta en escena, curada por Elías Adasme y Ximena Narea.

La muestra da cuenta de la evolución artística de un grupo de exalumnos conformado por Héctor Achurra, Elías Adasme, Francisco Álvarez, Odette Berthoud, Andrés Besa, Jorge Brantmayer, Héctor del Campo, Marcela Cerda, Víctor Hugo Codocedo, Alberto Díaz, Elisa Díaz, Pilar Leyton, Paz Lira, Milton Lu, Carlos Marín, Carlos Mansilla, Juan José Matus, Ángela Mena, Marcos Moscheni, Lilian Naranjo, Ximena Narea, Jaime Oddó, Eduardo Osorio, Hernán Parada, Viviana Pesce, Juan Manuel Pinto, Luis Rodríguez, Jorge Roessler, Verónica Rojas, Ernesto Sáez, Sergio Torres, Ximena Valdés y Gonzalo Vidal.

A ellos lo vivido no sólo los determinó, sino que articuló un relato visual que, como puntualizan sus curadores,  “mantiene viva la memoria de los hechos que truncaron la vida democrática de nuestro país, y eso, para un artista en formación en aquella época, tiene un significado muy relevante”. Efecto que adquiere un especial sentido, al retrotraerlo justamente al mismo sitio donde alguna vez fueron sus salas.

La paradoja está en que cualquier intento por dejar en el olvido a este grupo de artistas, terminó cohesionándolos, y generando un espíritu de cuerpo, donde el despliegue conceptual intrahistórico que, al reinterpretar la vida tradicional muestra una historia más visible, donde la escisión o rompimiento con el establishment, allana el terreno para que el paso por la universidad se prolongue alegóricamente, por casi 50 años.

Una perspectiva temporal que invita a la reflexionar sobre las secuelas post-golpe, donde no caben ni metáforas ni parábolas que carguen con ese peso, salvo el efecto diacrónico de este periplo que valida un proceso en cual confluyen el recrear y el reconstruir como inevitable consecuencia y que se constata en la instalación multimedial, Discurso del caballo, dictadura y exilio (2022-2023) de Ximena Narea, en el que el tablero de ajedrez, es el soporte clave para simbolizar las atroces jugadas de los jerarcas de la dictadura, representadas en 32 imágenes digitales, fusionadas con otras realizadas por la propia artista, y que replican, en una suerte de eco, fragmentos de un poema homónimo del poeta Juan Cameron.

Un periplo que también debe ser entendido como un reencuentro, entre quienes fueron arrancados de cuajo, pero que así y todo superaron el infortunio, demostrándolo con obras que, con el paso del tiempo amplifican su importancia, en la medida que tensionan un hilo conductor que pondera dicha evolución. Tal cual se evidencia en la instalación multimedial Urbi et Orbi (2006) de Elías Adasme, expresión latina en la que entrelaza la bendición papal propagada a los cuatro vientos, con el acto de multiplicar los panes e ironizar a través de las muchas súplicas que se elevan en un montículo de tierra a modo de ofrenda – “Justicia, libertad, amor, paz…” ante un Cristo monetizado y envuelto en billetes de dólar, quien pende junto a un televisor que exhibe una operación a corazón abierto, y un montaje fotográfico, que como telón de fondo, muestra un centenar de impávidos ojos.

Crédito: Elías Adasme.

Dos obras, con las que decido hacer una pausa, y centrarme exclusivamente en el trabajo de sus curadores, ya que la mayoría de las veces -prejuiciosamente- cuando estos exponen, son pasados por alto, y como esta muestra pretende hace justicia a un hecho indesmentible.

Me sirvo de esa coyuntura para recurrir a una sinécdoque, poniendo el foco en dos partes de un todo, y así homenajear a los 31 artistas restantes, que sorteando la incertidumbre inicial, no cejaron en su empeño por persistir y seguir adelante, hasta confluir en esta interesante travesía.

En ella podemos encontrar una abanico de medios de producción y expresión como son la pintura, escultura, cerámica, grabados, fotografías, videos e instalaciones que traducen un trabajo sostenido y fructífero, el que debemos valorar, ya que se inscribe en un momento tiempo que no podemos desconocer, ni mucho menos, ser indiferentes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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