Un hermoso libro, multifacético, con la prosa de este eximio cronista y escritor chileno de antepasados gallegos y que cultiva la lengua de sus antepasados; un relato que une dos almas; dos vidas, la de Moure y de su heterónimo; dos espacios geográficos, Galicia y las regiones australes de Chile; dos lenguas, gallega y castellana; entre la realidad y la fantasía, o en la más profunda realidad a través de la creación de un personaje, un alter ego, para dialogar libremente sobre lo esencial de lo que ocurre o pudo ocurrir, donde hay lugar para el humor, la ternura, la saudade, la “morriña” y lo ancestral.
Leer este libro puede ser una experiencia apasionante; es mi caso. El lector debe dilucidar si está ante unas memorias, una novela breve, una crónica; en presencia de la creación del autor no solo de los hechos relatados, sino también de Micaela Souto, oriunda de Galicia, que un día vino a Chile, decidió vivir en Chiloé, también en Puerto Williams, alejada del mundo y quien tiene un diálogo epistolar con Edmoro (“alcume, o apodo guerrero de Edmundo”), o “Mundiño”, o directamente Edmundo Moure, el escritor que compone este libro “a varias manos” o a “varias voces”, siendo solo uno…
El autor, ganador de un premio literario, un concurso de Ensayo, organizado por la Xunta de Galicia por su texto Galicia y Chiloé, Confines Míticos (1997) en la tierra de sus ancestros, un año después decide participar con un nuevo trabajo, pero opta por hacerlo con el seudónimo de Micaela Souto, un heterónimo.
Al poco tiempo lo llaman del norte de la Península, preguntando por las referencias de la autora mencionada. Este les envía un currículo apócrifo, una breve biografía: Nacida en La Coruña, hija de Baldomero Souto, violinista de la Sinfónica de Pontevedra, asesinado por los falangistas en la Guerra Civil; refugiada en Buenos Aires y finalmente, el sur de Chile. Y comienza la historia de Micaela y sus vidas: la de ella y la del autor del libro. Tal vez Augusto Pérez en “Niebla” de Unamuno tenga tanta verosimilitud y familiaridad con su creador.
Encontramos en el libro esa conexión con los ancestros del autor, con alusiones a su admirada poeta gallega Rosalía de Castro, a Ramón del Valle-Inclán, con citas en la lengua vernácula de sus antepasados; y ese encuentro con el mundo del archipiélago de Chiloé, allí con sus compañeros de partido, perseguidos en los tiempos de la dictadura, con la poesía de aquellos paisajes extremos de Puerto Williams, donde se ha asentado Micaela -que ha enviudado de un marino hiperbóreo-, a la que el autor hará morir en un naufragio, pero lo que no es cierto, sino otro de los inventos del narrador, quien nos pone entre la fantasía y la realidad, sin que se pueda determinar fácilmente si se está en una u otra.
Una novela, una nouvelle, un libro memorialístico, un libro de crónicas, uno que recoge en los diálogos finales elementos de la tradición de las patrias de Edmundo Moure, narrador, autor, y gran fabulador.
Escribe Moure: “Por eso has titulado ‘Memorias transeúntes’ a tus textos postreros, como los llamas, Micaela”. Y esta responde: “-Sí. Escritos que incluirás en este libro, apropiándotelos, como has hecho ya con buena parte de mi escritura. Pero estoy tranquila, Edmundo, no te apures; hace mucho que nuestras cuentas están saldadas: no me debes ni te debo” (p. 64). En lo personal, ya sabía de Micaela al haber leído “Memorias transeúntes”, ese excelente libro de Edmundo Moure (un volumen de más de seiscientas páginas, que se leen fluidamente), en que Micaela sostenía también ese diálogo con el autor, alternando la voz narrativa con él.
En otra parte, escribe Micaela: “Mundiño, te has pasado la vida inventando personajes y situaciones, en medio de tu mitomanía literaria, que sin duda te ha dado algunos dividendos estéticos, pero que te arrastra a confundir realidad y fantasía, mito y verdad, sueño y concreción, hasta el punto que ya no sabes quién eres, si Edmundo o Micaela, si vives en Ñuñoa o en Puerto Williams, o si naciste en La Cisterna o en Santa María de la Vilaquinte. Yo sólo sé que cuando te mueras, tus cenizas se confundirán con las mías, en la confluencia final de los dos océanos que amamos” (p. 91). “Edmundo querido, me despido de ti con un simple ‘deica logo’, o mejor con este ‘aburiño’ que tanto gustaba a tu señor padre, nuestro querido Cándido da Touza, a quien veré muy luego en las corredoras de Santa María de Vilaquinte. Agarimos. Micaela” (p. 96), nótese la ternura y familiaridad que existe entre ellos, creador y personaje.
Y en una conversación con amigos en el “archipiélago mágico” uno de estos dice, explicándole a quien ha venido desde Europa, buscando a la mítica Micaela Souto: “-Mira, por lo que yo sé y entiendo, Micaela Souto falleció el año pasado, en su última travesía desde la isla Melinka hacia Quellón. No se supo más de ella… Esto lo cuenta Edmundo Moure en uno de sus libros, aunque sus historias, como sucesos reales, no son de fiar” (p. 135).
Un hermoso libro, multifacético, con la prosa de este eximio cronista y escritor chileno de antepasados gallegos y que cultiva la lengua de sus antepasados; un relato que une dos almas; dos vidas, la de Moure y de su heterónimo; dos espacios geográficos, Galicia y las regiones australes de Chile; dos lenguas, gallega y castellana; entre la realidad y la fantasía, o en la más profunda realidad a través de la creación de un personaje, un alter ego, para dialogar libremente sobre lo esencial de lo que ocurre o pudo ocurrir, donde hay lugar para el humor, la ternura, la saudade, la “morriña” y lo ancestral.
Ficha Técnica: “Dos vidas para Micaela”, Edmundo Moure, Signo Editorial, Santiago de Chile, 2023, 138 páginas.