
El iceberg de la narrativa policial escrita por chilenas
Este texto es el prólogo de la compilación “Crímenes con M de mujer”. (LOM Editores, diciembre 2023), realizada por Ramón Díaz Eterovic.
En 1920 se publicó “El misterioso caso de Styles”, novela firmada por una entonces desconocida Agatha Christie, que de la mano de Hércules Poirot y Miss Marple iniciaba el camino que la llevaría a convertirse en una de las autoras clave de la novela criminal.
En los años siguientes, en el ámbito anglosajón y a la par con Agatha Christie, comienzan a publicar sus novelas y relatos algunas autoras como Margery Allingham, Ngaio Marsh, Ellis Peters y Dorothy L. Sayers. Con los años, la lista de notables autoras de novelas criminales se expande tanto en cantidad como en ámbitos de desarrollo.

Actualmente, y sin pretender hacer una lista exhaustiva, se puede mencionar a P.D. James, Ruth Rendell, Anne Perry, Patricia Highsmith, Fred Vargas, Dominique Manotti, Patricia Cornwell, Donna León, Maj Sjöwall, entre tantas autoras que gozan de gran popularidad en todo el mundo. En España, la autora más destacada es Alicia Giménez Bartlett y su serie de la inspectora Petra Delicado.
En Latinoamérica hay nombres vinculados a los primeros pasos del género, como Elvira Bermúdez, María Angélica Bosco y Silvina Ocampo. En años más recientes destacan nombres como el de la brasileña Patricia Melo y las argentinas Claudia Piñeiro, María Inés Krimer y Liliana Escliar, adelantadas de un género que, escrito por mujeres, ha tenido una gran expresión en la narrativa latinoamericana de las últimas décadas.
En Chile, las primeras expresiones de la narrativa criminal se conocen a partir de las primeras décadas del siglo pasado. Su desarrollo hasta los años 80 del siglo XX fue irregular y bastante marginal, tanto en su soporte editorial como en las consideraciones de la crítica especializada. La excepción a esto, en los años 60 y 70, fue René Vergara y sus textos protagonizados por el inspector Cortés.
Hasta donde hemos podido investigar, en este marco e igual periodo, no se conocen expresiones de escritoras que hayan asumido el género criminal como una forma de expresión literaria continuada. Es posible que se encuentren textos en los que se trate un delito o un crimen, pero sin la intención de hacer una literatura de género policial.
Desde ahí hay que esperar hasta los años 90 en los que aparecen las novelas de Alejandra Rojas: Legítima defensa (1993), Noches de estreno (1995) y Stradivarius penitente (1999). En 1999, Marcela Serrano publica Nuestra señora de la soledad. Y al año siguiente, Elizabeth Subercaseaux da a conocer Asesinato en La Moneda (2000) y luego Asesinato en Zapallar (2007). El año 2012, Gabriela Aguilera publica su novela Saint Michel y antes había escrito libros de cuentos criminales. Por su parte, Isabel Allende publica El juego de Ripper (2013).
En las últimas décadas también aparecen cinco escritoras que han asumido con especial propiedad su condición de escritoras de narrativa criminal, tanto en la novela como en el cuento. En 2013, Cinthia Matus publica la novela El caníbal de la laguna verde. El 2015 se conoce la novela de Paula Ilabaca La regla de los nueve a la que le sigue Camino cerrado (2022). El año 2018 se publica la novela de Julia Guzmán Watine Juegos de villanos, y la de Valeria Vargas: El misterio Kinzel. El primer caso de Laura Naranjo. Claudia Readi Silva publica en 2019 su novela La sangre tira.
Finalmente, el año 2022 se conoce la novela de Cecilia Aravena, Proyecto D and D. Antes, esta autora ha publicado dos novelas escritas con Eduardo Contreras: La verdad secuestrada (2019) y Estación Yungay (2020). A estas autoras hay que sumar a otras tres que han desarrollado cuentos criminales incluidos en algunas de sus recopilaciones de cuentos publicadas: Alejandra Basualto, Sonia González Valdenegro y Pía Barros, pertenecientes todas a la llamada Generación de los 80.
La presente compilación no tiene un carácter antológico ni pretende ser una recopilación exhaustiva de las autoras chilenas que han creado textos policiacos o criminales. Hay autoras que fueron convocadas y finalmente no pudieron participar, y seguramente muchas otras de las que desconocemos sus creaciones.
La compilación, por lo tanto, es una suerte de punta de iceberg y recoge cuentos de algunas de las autoras antes mencionadas, más otras que hemos conocido a través de antologías y revistas publicadas en los últimos años o porque sus cuentos fueron premiados en concursos, como son los casos de Katiuska Oyarzún y Maivo Suárez. Entendemos esta compilación como una primera fotografía al estado de la narrativa criminal escrita por autoras chilenas y es muy probable que los nombres que se incluyen se amplíen en muy poco tiempo más, ya que hablamos de un género literario de creciente exploración por escritoras de nuestro país.
Por otra parte, el presente trabajo lo entendemos como una continuidad de otras compilaciones en las que hemos querido acercarnos a distintas expresiones del cuento criminal o policial en Chile: Crímenes criollos. Antología del cuento policial chileno (Mosquito, 1994) y Letras rojas. Cuentos negros y policiacos chilenos (LOM, 2009).
“Crímenes con M de mujer” permite apreciar distintas aproximaciones al cuento negro y policial. Algunos cuentos responden a formas más clásicas y otros transitan por sendas innovadoras. Pero más allá de las diferencias, todos los cuentos compilados entregan historias que interesan desde sus primeras líneas y seguramente sabrán captar la atención de quienes decidan leer sus atractivas propuestas.
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