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Libro “Soberano esplendor”: sobre los “dispositivos estéticos” de la cultura gala en nuestra élite CULTURA|OPINIÓN

Libro “Soberano esplendor”: sobre los “dispositivos estéticos” de la cultura gala en nuestra élite

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Trasvestir, pintar, cubrir, ocupar y derrumbar las estatuas neoclásicas es una forma de desmontar esa épica modernizadora, patriarcal, elitista y patrimonializante. Montar a Napoleón sobre un unicornio de alas coloridas para plasmarlo de cara a la Alameda, no es sino un guiño, lúdico, poético .


Este libro – si nos atenemos a su portada – no es un libro sobre unicornios, sobre Napoleón, o sobre el artista visual Caiozzama y su obra desplegada durante el estallido social del 2019. Pero hay que reconocer que esta portada, con su ilustración y su título “Soberano Esplendor. Fotografía en Chile / Francia en Chile”, es provocadora y nos anuncia las múltiples capas de lectura que permite este libro, su texto y sus imágenes.

Este libro reflexiona sobre los “dispositivos estéticos” de la cultura francesa entre las élites de nuestra sociedad; así como los modos de apropiación y configuración pedagógica en el Chile Republicano. Desde una lectura de la historia cultural, el autor establece vínculos entre las imágenes, los imaginarios y el poder simbólico en el consumo cultural.

El libro “Soberano esplendor” nace de una investigación, cuyo objetivo central es indagar en la representación fotográfica e imaginarios visuales en Chile a propósito de la construcción de nuestra nación. Este libro es un libro profundamente político. Cuando digo político, estoy pensando en la lectura de estas imágenes en tanto dispositivos que abrirán el camino para capturar u obturar la realidad; imaginar y abrir el campo de lo imaginable, y estetizar y simbolizar el relato de nuestra nación naciente. De alguna manera, este es un libro que nos abre hacia la poética y la estética del poder que, durante estos años, y de la mano de la nación gala por cierto, va conformando una parte – solo una parte – de lo que son nuestros archivos culturales dominantes.

El libro se inicia y termina con dos fotografías en blanco y negro. En la primera imagen, tres mujeres, una mujer adulta y dos jóvenes miran al fotógrafo entre los álamos, seguramente de un campo en Chile. La fotografía que cierra el libro, en cambio, son solo dos álamos, largos y desnudos sobre un fondo de colinas. Frente a la primera fotografía, una cita bilingüe, en español y francés, de Jules Vernes de 1890, alude al amor y hermandad que el escritor siente por “América del Sur”. Frente a la segunda foto, los álamos desnudos, una cita de Víctor Hugo, extraída de Los Miserables publicado en 1862, celebra el acto del hablar, escribir, imprimir y publicar, lo que él llama “las ondas sonoras del pensamiento”. Buen principio y buen final. Podríamos decir que, en estas imágenes y extractos, se expresa de manera sintética el paso de los amores, de las topofilias en el terruño habitado, a la escritura.

Gonzalo Leiva nos advierte una y otra vez, que estas imágenes operan como señales civilizatorias. De allí que el libro se estructure en torno a cuatro dispositivos visuales en nuestro territorio. Dispositivos que a través de las Bellas Artes imponen el modelo neoclásico en la arquitectura, el urbanismo, la estatuaria monumental y paisaje de las principales ciudades de Chile, basta recorrer el centro histórico para comprenderlo. Es allí, donde lo ético y lo estético como filosofías del mundo práctico, señala el autor, se conforman tempranamente en el gesto civilizatorio.

Algo similar ocurre, con el segundo dispositivo estético que el autor nos propone, la fotografía decimonónica. Imagen “pauteada” por la república francesa que permitirá a las élite criolla y centralista mostrarse en su deseo de asemejar a los europeos; aunque en esas fotografías, inevitablemente “participan también los excluidos del álbum familiar”, señala Gonzalo. Un tercer momento se configura el dispositivo estético del paisaje, ese paisaje que de tanto soñarlo se logra representar en la línea del horizonte, remarcada por la Cordillera de los Andes como espacio tutelar a lo largo del territorio.

Norbert Lechner, sociólogo alemán asentado en Chile, contaba que una de las cosas que más le llamaban la atención de Chile es su obsesión por referir la identidad al paisaje. Este orgullo y ensalzamiento de la belleza del paisaje, señalaba él, terminaba por ocultar la diversidad de rostros, cuerpos y grupos que componen nuestra cultura. Finalmente, el libro se detiene en un cuarto dispositivo, tecnológico y gráfico que en versión de fotograbado o impresiones como son los álbumes familiares, las tarjetas postales, las revistas y la publicidad conforman la ilustración moderna.

Estos cuatro dispositivos visuales nos fueron llegando desde las tierras galas, a lo largo del siglo XVIII y XIX, para así expandir los ideales estéticos de la naciente nación. Las élites fueron las más permeadas por los cánones de belleza y los usos y costumbres francesas. Coincido con el autor, que lo fascinante es observar como la élite y por cierto la sociedad en general toma, se apropia y reinterpreta estos ideales. La tesis de Gonzalo es provocadora cuando señala que estos dispositivos nos llegan, en un momento histórico, cultural y sensible particular, es el “momentos del desprendimiento del coloniaje español, una orfandad que necesitaba nutrirse con imaginarios modernos.”

En relación con este momento histórico, quisiera terminar mi presentación del libro con una breve referencia a los ausentes. Gonzalo es claro en este aspecto, su propuesta busca “poner énfasis en las tachaduras de la historia, pues escarba en los “seres presentes” y por ausencia en los excluidos. No cabe duda que, en la construcción de este álbum de Chile, en este reparto de lo sensible en palabras de Jacques Ranciére, nuestro país tiene deudas con los ausentes.

La tesis de Gonzalo Leiva se cumple también en la Exposición del Coloniaje organizada por el intendente Vicuña Mackenna en 1873, frente a la Plaza de Armas de Santiago. En esa exposición predominaban los cuadros de familias, retratos de personas ilustres; autógrafos y árboles genealógicos de la aristocracia local; muebles y carruajes; trajes y tapicería; objetos de culto y objetos de ornamentación.

En este extenso inventario de retratos de las elites, destaca un solo retrato indígena, Caupolicán, retrato imaginario del pintor Ciccarelli, “i representa al valiente araucano entre los conquistadores españoles con el carácter de toqui o jeneralisimo de las tribus.” En esta exposición no pareciera haber lugar para el barroco, el mestizaje y los objetos de la dominación y asimilación de los pueblos indígenas.

Pero si se observa con detención, es posible descubrir que la figura del indígena, del mestizo, del mulato y del afrodescendiente está presente en la manufactura y puesta en escena de muchos de estos objetos que configuran esta puesta en escena de la gran familia que debe ser la nación. En efecto, visibilizar el cese del poder colonial hispano exigirá explicitar quienes son las elites que gobiernan la república de la segunda mitad del siglo XIX. Pero también, habría que señalar, dejar en evidencia el lugar subyugado que los pueblos originarios y las mujeres ocupan y ocuparán en esta tarea fundacional del relato de la nación.

Quiero destacar, sin embargo, que no todo es borramiento en este constructo de la nación moderna y republicana. Porque los imaginarios dominantes nunca fagocitan de toda la subalternidad, siempre algo queda, aunque sea agazapado.

Basta pensar en los palacios oligárquicos, en el Palacio Pereira, por ejemplo, estilo neoclásico en su fachada imponente, pero donde la sucesión patios interiores nos dejan entrever las reminiscencias coloniales y campesinas, como sucede con el último patio de tierra por donde ingresaban los carruajes, se criaban las gallinas, se asaba el pan, se preparaban los braseros, y dormía la servidumbre. Como en la novela de Joaquín Edwards Bello, “Criollos en Paris”, cuando nos relata que, a pesar del empeño de las familias chilenas por vestir a la usanza parisina, sedas y tafetanes, el uso de brasero, la manta y el mate los acompañaba indefectiblemente por la ciudad de las luces, resguardándolos de la nostalgia y del frio clima parisino.

O el trabajo de fotógrafos como Christian Valck, Gustavo Milet u Odber Heffer durante la ocupación de los territorios indígenas por la naciente república chilena en el último tercio del siglo XIX. Como muchos de los fotógrafos de la época, ellos desplegaban su trabajo con una clara intención retratista y siguiendo los cánones estéticos franceses. Los retratos de araucanos eran realizados en formato Cabinet creando así una atmósfera expresiva producto del montaje del escenario y los actores. En todos ellos, sin embargo, el ocultamiento no viene solo de la imagen y su composición, sino también del anonimato que se les impone a estos retratos. El indígena no tiene nombre propio, no merece sino el anonimato genérico.

Pero sin duda, que los procesos decoloniales también trastocan la imagen y los imaginarios. Los imaginarios, como matrices de sentidos que son, marcan las maneras de afrontar la vida en sociedad porque jamás están exentos de historicidad, y por ende, de conflicto. Así lo hemos podido observar durante las revueltas sociales que cubrieron nuestras ciudades durante el 2019 y parte del 2020, con sus procesos de iconoclasia, desmonumentalización y contramonumentalización.

Trasvestir, pintar, cubrir, ocupar y derrumbar las estatuas neoclásicas es una forma de desmontar esa épica modernizadora, patriarcal, elitista y patrimonializante. Montar a Napoleón sobre un unicornio de alas coloridas para plasmarlo de cara a la Alameda, no es sino un guiño, lúdico, poético y estético que ensancha las utopías e imaginarios de la nación. Y el autor de este libro del “Soberano Esplendor”, bien lo sabe.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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