Publicidad
Politizar lo pedestre: “El libro de los proyectos” de Ash Aravena CULTURA|OPINIÓN

Politizar lo pedestre: “El libro de los proyectos” de Ash Aravena

El artista le atribuye enfermedades humanas a los objetos pedestres que conforman “El libro de los proyectos”; esquizofrenia y agobio son malestares que nos asedian a diario, mientras unos arrogantes preguntan con insidia “¿Y cual es tu proyecto?”.


No me subo al metro, tiene olor a obrero.
DR. RAÚL VICENCIO.

Cada vez que escucho hablar de arte en el espacio público financiado con aportes fiscales, bajo la buena intención de acercar la cultura a “la gente” –especialmente la familia y los niños– recuerdo las entrañables clases de Gaspar Galaz. En la última unidad de su cátedra de historia del arte chileno, el académico suele dedicar unos minutos a despotricar contra las piezas objetuales desperdigadas por todo Chile, hasta en los más recónditos paisajes, desde fines del siglo pasado a la actualidad: “¡Toda una fortuna malgastada en obras que pasan desapercibidas entre los peatones, maestro!”, vociferaba con cólera Galaz.

Refugios para que personas en situación de calle puedan capear el frío o la calor, depósitos para el guano de aves silvestres, o lienzos en blanco para descargar la pasión o el resentimiento, se pueden contar entre las nobles funciones sociales de dichas obras, de acuerdo a la crítica planteada por Gaspar Galaz. No deja de tener razón el maestro bachicha, cuando de su percepción sobre los destinatarios de ese arte se trasluce una falta de interés acompañado de falta de tiempo; el tiempo asociado al ritmo del trabajo producido por la alienación capitalista. Eso no es casual en la crítica de Gaspar Galaz, ya que su diagnóstico es formulado a partir de la colección de pinturas y esculturas repartidas alrededor del Metro de Santiago.

El miércoles 17 de enero se inauguró “El libro de los proyectos”, exposición de Ash Aravena curada por Ana María Saavedra y Luis Alarcón en la estación de Metro Ñuñoa. La pareja que fundó a fines de los 90 la galería más periférica de Santiago, nuevamente batió un récord: la inauguración de arte contemporáneo agendada más temprano. La cita fue a las 11 de la mañana en el nivel -3 de la estación, donde se ofreció café –cortesía de la embajada de Suiza– para despabilar a los asistentes que no estamos acostumbrados a asistir a esos eventos a una hora tan singular para contemplar arte.

La ceremonia se realizó mientras la dinámica de circulación peatonal del lugar corría a su ritmo habitual; de repente uno que otro usuario de la red de transporte se tentaba por el olorcillo a café, y después miraba de reojo las obras para continuar su jornada laboral.

La exposición consiste en una serie de 48 dibujos a color y escritos breves pintados en acuarela, dispuestos en 24 cuadros organizados en una estructura modular que atraviesa diagonalmente Suizspacio; plataforma de exhibición de arte contemporáneo resultado de una alianza institucional entre MetroArte y la Embajada de Suiza, reconocible por el titilar de un neón rojo que interrumpe el deambular de quienes circulan diariamente por la estación. Las piezas visuales y literarias que Ash Aravena inició en el contexto de su estadía en Suiza, remiten a la formulación de proyectos arquitectónicos de distintas envergaduras, a la manera de bocetos y bitácora de artista.

Esas imágenes y palabras componen El libro de los proyectos, que puede leerse como una plaquette ilustrada; es decir, como una pieza literaria y gráfica de relato acotado. En este caso, lo singular de la plaquette ilustrada de Ash Aravena, son las dimensiones de los objetos que con creces superan a los folletines que datan de la Francia decimonónica y el hecho de haber sido pensado como un proyecto de sitio específico: al Metro de Santiago.

Luego de asistir a la inauguración, me quedé pensando, sin aún obtener respuesta, en los posibles componentes de “sitio específico” de la exposición de Ash Aravena. Si acaso, fue o no “correcta” la decisión del artista y la pareja de curadores al clasificar la propuesta en dicha manera en que el arte contemporáneo es producido en función del contexto –específicamente arquitectónico o paisajístico– que lo alberga. Eso se suma, por otra parte, al lugar seleccionado para la exhibición –una estación de metro– cuyas características arquitectónicas universales, homogéneas, funcionales y asépticas se vinculan a la noción de “no lugares” acuñada por Marc Augé; filósofo francés interesado por lugares de tránsito como aeropuertos, autopistas, hoteles o supermercados.

Resulta osado que “El libro de los proyectos” haya sido inscrita en el medio de tamaña contradicción, de la que pueden desprenderse múltiples lecturas. A priori, resultaría incompatible la intersección entre arte de sitio específico y no-lugares. ¿Qué sería lo específico de una obra pensada para un lugar que por definición carece de especificidad?

Cabe mencionar aquí, que de la noción formulada por Marc Augé se desprende una postura negativa a dichos espacios de tránsito, donde los sujetos permanecemos en el anonimato y la arquitectura que nos cobija también; así lo develan los grandes planos fotográficos que han registrado las estaciones de metro a lo largo del globo: es difícil diferenciar –salvo para las personas con mundo– en qué ciudad fueron capturadas esas imágenes.

Una de las referencias que el artista y la pareja de curadores menciona como fundamental en El libro de los proyectos, es Aleksandr Ródchenko: perteneciente a la vanguardia histórica del constructivismo ruso, quienes pensaron arquitectura, arte y literatura, como maneras de transformar al mundo; he ahí el factor político de la vanguardia, que eficaz y rápidamente puede ser subsumida por la glotonería estética y política del sistema capitalista, como ha ocurrido históricamente con todas las expresiones culturales que fueron disruptivas y hoy están a la venta para nosotros los clientes que compramos nuestra propia domesticación.

Los procesos de modernización de Rusia y Chile, a pesar de haber sido detonados en procesos históricos distintos, comparten algunos aspectos relevantes de recordar aquí; sobre todo en lo que refiere a cultura, economía y política; aunque hay que mirar con cautela las ideologías que acompañaron dichas modernizaciones.

Ambos países se sustentaron en una economía de matriz oligarca y agrario-campesina, y luego derivaron en la industrialización, a pesar de que las magnitudes y los tiempos no sean comparables, y de que nuestra autonomía y desarrollo científico-técnico hayan sido interrumpidos por un Golpe de Estado. También, en lo que compete a la construcción de imaginarios culturales, ambas naciones coincidimos en un sistema de representación mayoritariamente implicado en producir paisajes, retablos de costumbres sociales y cuadros de relevancia histórica; posteriormente, esas producciones culturales giraron radicalmente hacia representaciones capaces de transformar su contexto más allá de ser meras consecuencias de su espíritu de época, junto a su toma de conciencia como objetos de valor artístico.

La diferencia con el espacio de acá, es que en Chile la mayoría de esas grandes modernizaciones utópicas quedaron en etapa de formulación. Al profundizar en las piezas visuales y literarias de Ash Aravena aparecen esos vericuetos entre la historia común de ambas latitudes, tanto desde lo pedestre a reflexiones de orden más “trascendental”.

Jjustamente es ese otro de los méritos de “El libro de los proyectos”, ir a contrapelo de la solemnidad grandilocuente que gobierna en la mayoría de las exposiciones locales, donde se cree que arrojar al muro ideas abstractas de un puñado de autores contemporáneos sugeridos en la vitrina de un librero de provincia es la receta del éxito y el espesor crítico del debate. A diferencia de esas y esos neófitos, el arte de vanguardia ha sabido politizar lo pedestre, como las canciones de Los Prisioneros, que comparten origen comunal con Ash Aravena (el artista mantiene un parecido físico con Miguel Tapia, cuando joven).

Entre dibujos de edificaciones construidas a partir de diferentes materiales, donde la protagonista es la madera cruda y cepillada, conmueve un poema en prosa escrito por Ash Aravena:

“Los objetos están enfermos, esquizofrénicos y agobiados por el peso de su funcionalidad todo el tiempo. El “proyectista” debe encontrar la forma de hacer un balance entre el recuerdo y el olvido”.

El artista le atribuye enfermedades humanas a los objetos pedestres que conforman “El libro de los proyectos”; esquizofrenia y agobio son malestares que nos asedian a diario, mientras unos arrogantes preguntan con insidia “¿Y cual es tu proyecto?. Esa personificación de los objetos descrita por Ash Aravena, mete el dedo en la llaga de una cultura que sistemáticamente nos ha objetualizado al límite de producir sujetos cuyo valor radica únicamente en su nivel de proyección en un mundo cruel, donde tu importancia es directamente proporcional a tu funcionalidad económica.

Quizás es en esa ambivalencia entre sujeto y objeto, que llega a su paroxismo en los no-lugares, se resuelve la contradicción del arte de sitio específico de “El libro de los proyectos”.

Quizás no la resuelve y el artista junto a los curadores inventaron ahora el arte de sitio inespecífico. No es eso lo importante. Da lo mismo quién es o no el inventor del ojo de la papa o el cuesco de la breva. Lo importante es que la exposición continuará abierta hasta el martes 12 de marzo. Ojalá que las peatonas y peatones que circulan por el Metro Ñuñoa se acerquen a ver la muestra, y que Gaspar Galaz se aparezca el día del cierre para el lanzamiento del catálogo (domingo 10 de marzo de 17.00 a 22.00 hrs).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias