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El cine chileno en la era neoliberal: la pérdida del vínculo social y el ascenso del “Yo y el mundo” CULTURA|OPINIÓN

El cine chileno en la era neoliberal: la pérdida del vínculo social y el ascenso del “Yo y el mundo”

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Ricardo Enrique Carrasco Farfán
Por : Ricardo Enrique Carrasco Farfán Director del Instituto de Altos Estudios Audiovisuales de la Universidad de O'Higgins.
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Es momento de que el cine chileno redescubra su conexión con la sociedad. Las historias íntimas y personales nos conmueven porque reflejan nuestras propias luchas, pero en un mundo lleno de desafíos colectivos, es que no podemos olvidar que necesitamos a los otros.


En los últimos años, el cine chileno ha experimentado una transformación significativa. Si antes nos sumergíamos en historias de lucha social y colectividad, hoy el foco parece estar puesto en algo mucho más íntimo: las batallas personales y los conflictos dentro de la familia. ¿Qué pasó con esas películas que nos hablaban de la sociedad como un todo? ¿Dónde quedaron los relatos que abordaban los problemas de las clases trabajadoras, las desigualdades o la búsqueda de una identidad nacional? En la actualidad, el cine chileno parece más interesado en explorar el “yo” en lugar del “nosotros”.

Del colectivo al individuo: Un cambio en la narrativa

Si nos remontamos a las décadas de los 60 y 70, encontramos un cine chileno profundamente marcado por las luchas sociales. Películas de cineastas como Raúl Ruiz (Palomita Blanca), Patricio Guzmán (La Batalla de Chile) y Miguel Littin (La Tierra prometida) ponían en el centro a las personas comunes y sus desafíos colectivos. Era un cine que hablaba de un Chile que se debatía entre el cambio y la opresión, que buscaba plasmar en la pantalla las tensiones políticas y sociales de la época.

Pero luego vino el golpe militar, y con él, la instauración del neoliberalismo como modelo económico y cultural. Este cambio no solo afectó la estructura política y económica del país, sino también el cine que se producía. A medida que Chile abrazaba las políticas de mercado y el individualismo, las historias colectivas comenzaron a desvanecerse.

Parafraseando a Roberto Trejo en su texto “Cine chileno y sociedad neoliberal” , hoy en día, el cine chileno nos presenta una nueva clase de héroes. Ya no se trata de personas que luchan por una causa común o por mejorar su comunidad. Los protagonistas actuales son individuos que enfrentan conflictos internos, que lidian con sus propios demonios y buscan su lugar en un mundo que, más que injusto, parece indiferente.

Películas como “Gloria” de Sebastián Lelio o “Rara” de Pepa San Martín son ejemplos perfectos de esta tendencia.

En “Gloria”, seguimos a una mujer de mediana edad que busca la felicidad en medio de sus propios dilemas emocionales y personales. No hay grandes discursos sobre la sociedad o el estado del país; es una historia de una persona buscando su propio bienestar en un entorno que ya no ofrece respuestas claras.

Por otro lado, “Rara” nos presenta la vida de Sara, una adolescente que navega las dificultades de crecer en una familia homoparental mientras enfrenta la confusión propia de la adolescencia. Aquí, los conflictos no son de gran escala, sino que se centran en la relación con su madre y las tensiones cotidianas en su entorno más cercano, mostrando la perspectiva de una joven atrapada entre su identidad personal y las expectativas sociales, sin referencias a problemas más amplios de la sociedad. Ambos filmes ilustran cómo el cine contemporáneo chileno se enfoca en los conflictos internos de los personajes y sus luchas individuales.

Este tipo de cine refleja, en muchos sentidos, el espíritu del neoliberalismo: el énfasis en el individuo, en el éxito personal, en resolver problemas de manera privada. Las grandes causas sociales han sido relegadas a un segundo plano, y en su lugar, los cineastas invitamos a entrar en la vida íntima de los personajes.

Este cambio en el enfoque del cine chileno no es una coincidencia. Es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. En un mundo donde las redes sociales, el éxito individual y la autosuficiencia son exaltados, es natural que las películas también sigan esta lógica. Sin embargo, esta tendencia ha tenido un costo: la casi desaparición de la sociedad como protagonista de las historias.

Las películas ya no muestran personajes que forman parte de un colectivo, de una lucha común. En lugar de eso, los héroes cinematográficos actuales parecen estar solos, navegando sus propios problemas en un mundo que ya no ofrece apoyo comunitario. La sociedad ha pasado de ser un actor principal a un simple telón de fondo.

Esto es preocupante porque el cine, además de entretener, tiene el poder de hacernos reflexionar sobre nuestra realidad. Y la realidad es que, aunque el neoliberalismo promueva la idea de que podemos enfrentarlo todo solos, la sociedad sigue ahí, con sus problemas y desafíos colectivos. Pero el cine parece haberse desconectado de esta dimensión.

El cine introspectivo y sus consecuencias

No cabe duda de que las historias íntimas y personales pueden ser poderosas y conmovedoras. Las películas que exploran las relaciones familiares, los traumas personales y los conflictos internos nos ofrecen una mirada profunda sobre la condición humana. Sin embargo, cuando este tipo de cine se convierte en la norma, deja un vacío en cuanto a la representación de los problemas sociales.

El enfoque en los conflictos internos no es inherentemente negativo, pero cuando se ignora lo social, corremos el riesgo de perder una parte fundamental de nuestra experiencia como seres humanos: nuestra conexión con los demás. Las películas que integran lo colectivo pueden generar reflexiones más profundas sobre cómo vivimos en sociedad y cómo enfrentamos problemas que nos trascienden como individuos.

El cine tiene la capacidad de mostrarnos tanto nuestras luchas personales como los problemas colectivos. Puede recordarnos que, aunque el éxito personal es importante, no podemos ignorar el estado de nuestra sociedad. Al enfocarnos exclusivamente en el “yo”, estamos dejando de lado una parte fundamental de la experiencia humana: el “nosotros”.

El cine documental chileno actual en cambio ha encontrado un espacio relevante para dar voz a las problemáticas y cambios de la sociedad. Este enfoque difiere significativamente del cine de ficción contemporáneo, que suele centrarse en historias de carácter introspectivo y en conflictos personales. En contraste, los documentales chilenos exploran y exponen las tensiones y desafíos que enfrenta la sociedad chilena, situando muchas veces a la colectividad como el verdadero protagonista.

A través de un enfoque que busca comprender el tejido social, el documental chileno ofrece una mirada profunda sobre temas de desigualdad, memoria histórica, movimientos sociales, y los impactos del neoliberalismo en la vida cotidiana de las personas. De esta manera, el cine documental no solo se convierte en un reflejo de la realidad, sino en un espacio de resistencia, donde se visibilizan los procesos de transformación social y se rescata el valor del “nosotros”.

Películas como “El Pacto de Adriana” de Lissette Orozco, examinan el impacto de la dictadura a través de una perspectiva familiar, revelando los efectos duraderos de los regímenes autoritarios en la vida cotidiana.

Otro ejemplo significativo es “Los Reyes” de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, que, desde una perspectiva inesperada, explora la vida de dos perros en un skatepark de Santiago. A pesar de la aparente simplicidad del tema, el documental logra capturar un microcosmos social, presentando a los personajes que frecuentan el parque y sus relaciones con la ciudad y la marginalidad.

Estos documentales, entre muchos otros, no solo capturan las dinámicas de la sociedad chilena, sino que también recuperan el sentido de colectividad, invitando al espectador a reflexionar sobre los procesos históricos y sociales que han dado forma a la identidad chilena contemporánea.

El reto del cine chileno: Volver a lo colectivo

El cine chileno está en una encrucijada. Mientras continuemos explorando las profundidades de la experiencia individual, también necesitamos encontrar la forma de reconectar con las historias colectivas. En un mundo marcado por el cambio climático, las desigualdades crecientes y los movimientos sociales, el cine tiene un papel crucial que jugar. No solo debe contar historias sobre cómo enfrentamos nuestros problemas personales, sino también sobre cómo lidiamos con los desafíos como sociedad.

Este es un momento clave para que los cineastas chilenos reconsideremos el lugar de la sociedad en nuestros relatos. Las historias sobre el “yo” y el “mundo” seguirán siendo relevantes, pero es vital que el “nosotros” vuelva a tener un espacio en las pantallas. Después de todo, nuestras luchas personales no ocurren en un vacío. Estamos conectados, queramos o no, y el cine debe reflejar esa verdad.

Es momento de que el cine chileno redescubra su conexión con la sociedad. Las historias íntimas y personales nos conmueven porque reflejan nuestras propias luchas, pero en un mundo lleno de desafíos colectivos, es que no podemos olvidar que necesitamos a los otros. Nuestras batallas individuales, por significativas que sean, forman parte de un contexto más amplio. El cine tiene la capacidad de recordarnos que, más allá de nuestras preocupaciones personales, es la comunidad y la solidaridad lo que realmente nos sostiene frente a los retos más grandes que compartimos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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