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Hace 108 años se estrenó la primera superproducción del cine chileno en manos de una mujer CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

Hace 108 años se estrenó la primera superproducción del cine chileno en manos de una mujer

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Surgida de un espacio artístico y crítico independiente, hoy podemos leer “La agonía de Arauco o el olvido de los muertos” como un acto de resistencia y subversión pionero en un contexto de desigualdad de género y de violencia estatal frente a los pueblos indígenas del sur del Bío-bío.


El mismo año que el presidente de la República Oligárquica, Juan Luis Sanfuentes, inaugura un monumento a los mártires de la aviación y Luis Emilio Recabarren convertía a la Federación Obrera de Chile en una organización nacional, la incipiente industria de cine chileno estrenó su primera gran producción y fue en manos de una mujer.

Gabriela Bussenius Vega, escritora, crítica de cine y parte de la bohemia vanguardista, presentó, el 26 de abril de 1917, la película que escribió y dirigió: La agonía de Arauco o el olvido de los muertos. Ese día, tronaron los violines para recibir, en los teatros Alhambra y Unión Central, a la aristocracia chilena, donde por primera vez vieron en la pantalla grande la emancipación de una joven viuda chilena y la pasión y muerte de Catrileo. A teatro lleno, las audiencias recibieron pasmadas dos fuertes críticas a las políticas del Estado contra dos grupos oprimidos, las mujeres y los Mapuche.

En un contexto de incipiente industrialización, exacerbada por los proyectos del Centenario, y en contraste con la “cuestión social”, las élites chilenas buscaban consolidar una esfera pública que uniera al roto chileno como el fiel siervo del rico, blanqueara los orígenes mestizos del país y legitimara la violencia de la Ocupación de la Araucanía. La agonía de Arauco irrumpió con sus técnicas para romper con este paisaje y enfatizar el rol de la mujer, las injusticias contra el mundo indígena y enfatizar el poder del arte para intervenir en la imaginación política.

La película se centra en Isabel, cuya historia comienza cuando busca consuelo en el sur de Chile después de perder a su familia, y en el niño mestizo Catrileo, a través del cual accedemos al terrorífico despojo de las tierras de su comunidad. Durante la década de 1910, mientras las clases altas se enriquecían con los botines de guerra de la Ocupación de la Araucanía y la Guerra del Pacífico, las clases bajas enfrentaban condiciones de pobreza extrema y represión. En vez de exacerbar ese enfrentamiento, Bussenius, que no podía firmar sus contratos ni recibir sueldos debido a las leyes de la época que limitaban el despliegue de las mujeres en lo público, usó el rostro de la actriz Olga Donoso para representar tanto al hijo muerto de Isabel como al niño Mapuche, promoviendo el afecto y la ternura como gancho emocional en dos historias de vulnerabilidad personal, social y política. Bussenius se alejaba así de las representaciones épicas de los Mapuche (como en La Araucana) o las representaciones utilitarias para el proyecto nacional (como Mariluan, de Blest Gana) y abría el paso para pensar la situación de la mujer y de los pueblos originarios en una relación afectiva, tal como lo haría más tarde, entre otras, Gabriela Mistral (en Poema de Chile).

Las críticas de la época fueron positivas, particularmente en La Opinión y La Unión. Pero en los diarios que leía la alta burguesía, como El Diario Ilustrado o El Ferrocarril, así como en las primeras historias del cine surgidas en contextos universitarios y culturales de izquierda, podemos ver que el estreno de La agonía de Arauco generó recelo: derechas e izquierdas vieron en la película una amenaza a la construcción de una identidad nacional homogénea y en línea con un proceso civilizatorio occidental, blanco y masculino.

Surgida de un espacio artístico y crítico independiente, hoy podemos leer La agonía de Arauco o el olvido de los muertos como un acto de resistencia y subversión pionero en un contexto de desigualdad de género y de violencia estatal frente a los pueblos indígenas del sur del Bío-bío. Esa mirada es posible gracias a que la investigadora e historiadora del cine Alicia Vega guardó el archivo de Gabriela Bussenius durante décadas y lo entregó, en 2016, a la Cineteca de la Universidad de Chile. El 24 de diciembre de 2022, el proyecto Anarchivo Cine publicó varias digitalizaciones de alta calidad y las dejó para que todas podamos acceder, de manera irrestricta, a ese legado.

A 108 años de su estreno, La agonía de Arauco plantea preguntas aún relevantes: ¿puede el arte ser una herramienta para la descolonización, la emancipación y la intervención política? ¿Cuál es el rol del cine en la denuncia contra las injusticias y la resistencia de los pueblos? ¿Cómo podemos visibilizar las distintas opresiones y construir solidaridades entre ellas? El reposicionamiento de esta película de la mano de investigadoras feministas es un proceso para reflexionar sobre el poder del arte para narrar historias invisibilizadas y resistir al olvido, enfatizando así el largo relato de artistas que hasta hoy usan la cámara como arma de iluminación frente a la diversidad cultural de estas tierras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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