
“Y entonces Teresa” de Arturo Fontaine: castigada por su osadía
Comienza el suplicio, el desconsuelo, la añoranza de sus labios, de sus manos varoniles. Ya no vive, vegeta con sus recuerdos, ¿qué es el amor? ¿Es solo ficción y contemplación lejana? ¿Es un constante sufrimiento para llegar a una verdad inasible?
Desde el título aflora una paternal mano del autor quien luego la entrega al narrador de principio del siglo XX para contarnos la historia de la gran escritora Teresa Wilms Montt. Y ¿por qué paternal? Pues porque guía al lector en los intersticios de la enrevesada vida de una mujer agredida por su espíritu libertario.
Avanzan las palabras dispuestas en una polifonía de voces que nos acercan a una tragedia amorosa, inserta en el contexto sociocultural y político de los albores del siglo XX, todo muy bien documentado, por ejemplo, las elecciones senatoriales, los tiempos del salitre, entre otros.
Y se alza Teresa con sus grandes ojos verdes, su delicadeza social, su mundo cultural con viajes a Europa, su incursión en la política, su rebeldía ante una sociedad cerrada, pacata y asfixiante. Ella, cual pájaro, vuela de libro en libro, plena de vocablos desafiantes, de mirada coqueta, hambrienta de experiencias, de escritura cotidiana, nutriéndose del mundo, sin medir las consecuencias de su entorno.

Su universo es tan amplio que los días corren vertiginosos entre sus adoradas hijas, las letras, el baile, su carisma que embrujaba hasta el más conservador de los varones de sombrero y alejaba a las señoras de la clase alta. Se alza con su espíritu feminista, abriendo camino hacia la opinión fundada, ¿por qué solo los hombres podían alzar su voz?
No, las féminas pueden y deben opinar, el mundo tiene ojos de mujer. Teresa lo realizaba con pasión. Y he aquí que su mundo se horada cada segundo por entregarse a ese frenesí amatorio, donde siente que la sangre corre por sus venas y su rostro de tiñe de carmesí ante el arrebato. Conoce el verdadero amor, la fogosidad del sentir, del tocar y, embelesada, se deja llevar por los senderos sinestésicos, donde sus guantes se deslizan hasta palpar el objeto deseado y que nunca es suficiente.
Pero esto no está permitido, bella Teresa, tú no puedes vivir en constante éxtasis, serás castigada por tu osadía y conversarás solo con las letras de otra Teresa, esta sí es santa, es Teresa de Ávila, con ella te calmarás y sabrás que existe el silencio, pero también la represión más férrea y cruel. Comienza el suplicio, el desconsuelo, la añoranza de sus labios, de sus manos varoniles. Ya no vive, vegeta con sus recuerdos, ¿qué es el amor? ¿Es solo ficción y contemplación lejana? ¿Es un constante sufrimiento para llegar a una verdad inasible?
Imposible verla sufrir y no querer entregarle cariño, infundirle alguna salida. ¡Ay Teresa, sufriente Teresa!
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