
“Siete apariciones” de María José Ferrada: la palabra como aparición
La palabra, en este libro, también abre por su atención a la forma, una virtud (todo hay que decirlo) que no siempre es compartida por quienes escriben poesía para la infancia, ya sean en los terrenos de la métrica o, como en este caso, del verso libre.
Aún recuerdo muy vivamente la impresión que causaron en mí los primeros libros que leí de María José Ferrada, hace ya muchos años. En ellos me maravilló la asombrada y delicada atención hacia lo pequeño, lo cotidiano, lo efímero incluso, así como la posibilidad -que se abría ante mí en esas páginas- de crear un lenguaje que parecía flotar sobre aquello que se nombra. Como si esa palabra que deambula en torno a las cosas terminara abriendo algo más allá (¿más atrás?) de las cosas mismas.
Eso es, precisamente, lo que sucede en “Siete apariciones”, libro que nace cuando Ferrada ya se ha transformado en un referente ineludible de la literatura para la infancia en lengua castellana.
Aquí, dice la autora, las palabras son “pequeños fantasmas/ vapor/ sombras blancas”, es decir, artefactos evanescentes (¿apariciones?) situados a un costado o atrás de los objetos y las situaciones que nombran, y que, como las otras apariciones mencionadas en el libro, parecen estar y no estar a la vez: vienen, deambulan a tientas, nombran, y en ese nombrar algo abren.

¿Y qué abren esas apariciones del lenguaje? Abren, por ejemplo, una inusitada primavera que habita dentro de las cosas, con flores invisibles “que están ahí/ atentas al aviso del agua”. O abren el canto de un pájaro amarillo entrando por debajo de la puerta, cuya belleza radica precisamente en no ser otra cosa sino la que ya es: “el canto de un pájaro amarillo/ que entra/ por debajo/ de la puerta”.
La palabra, en este libro, también abre por su atención a la forma, una virtud (todo hay que decirlo) que no siempre es compartida por quienes escriben poesía para la infancia, ya sean en los terrenos de la métrica o, como en este caso, del verso libre. Pero en la obra de Ferrada, una autora muy atenta al ritmo y a la musicalidad del poema, esto constituye una marca de identidad.
Lo anterior deviene, a veces, en poemas con una estructura (casi) circular, que tal vez invitan al lector a ver una determinada realidad con otros ojos cuando esta se reitera en el texto (nunca nos bañamos dos veces en el mismo río: la mirada, pasado un instante, es siempre otra). O bien, deviene en poemas cuyos meditados silencios o blancos entre estrofas son tan importantes como lo que en ellas se dice.
Y en ese camino de exploración formal, la poeta no está sola: se nota, y se agradece, el fino trabajo del equipo editorial para hacer de la puesta en página un buen complemento al proyecto estético del libro. El aire que tiene cada doble página, así como el buscado equilibrio entre texto e ilustración, no hacen sino colaborar en una experiencia de lectura marcada por la sutil pero decidida invitación a entrar en el mundo de las más sencillas apariciones que suelen poblar la vida cotidiana de niñas y niños.
En ese camino, otra compañera de ruta es la ilustradora y diseñadora china Renee Hao, quien sortea con éxito el siempre complejo desafío de ilustrar poesía.
Hao construye su universo visual a partir de lo que podríamos llamar una “geometría de las cosas” que, con poco, hace mucho: usa los trazos justos para crear un elemento, del mismo modo que solo con los elementos justos da vida a la composición de la doble página. Una doble página que, precisamente, es rica por su austeridad… así como por una paleta de colores que no hace sino reforzar lo sutil del mundo poético al que se nos invita.
Celebro, pues, la aparición de este libro, así como los primeros pasos de una editorial que, si continúa en la misma senda que ha transitado hasta ahora, aportará sorpresas en el cada vez más dinámico panorama de la poesía para la infancia.
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