
¿Queremos seguir abandonando a Lenin en manos del enemigo?
¿Acaso Donald Trump o Javier Milei están cambiando el mundo sin tomar el poder? ¿No saben librar sus batallas en dos frentes discrepantes, molecular y molar?
El nuevo libro del filósofo chileno Oscar Ariel Cabezas, “Oscar del Barco en el país de los soviets” (Ediciones La Cebra, 2024), tiene como subtítulo «Entre Lenin y Heidegger».
En primer lugar, «Lenin», porque el filósofo argentino Oscar del Barco, fallecido unos meses antes de la salida del libro de Cabezas, hizo una crítica iconoclasta a Lenin a principios de los años ochenta, acusándolo de haber concebido y puesto en práctica las «premisas teóricas» que ya con antelación habría traicionado el «proyecto originario» de la Revolución Rusa y, por tanto, habría fundado el inevitable y entonces observable «fracaso» de la Unión Soviética y los demás Estados socialistas: Lenin habría sido «el principal responsable de la catástrofe de los socialismos reales».
En segundo lugar, «Heidegger», porque del Barco definió el proyecto originario y su traición leninista en términos de crítica heideggeriana a la metafísica como «olvido del ser» y a la manifestación moderna de esta en la tecnificación del mundo de vida.

Según del Barco, el proyecto originario de la Revolución Rusa habría consistido en la rebelión de las masas con anhelo de acceso al «ser» contra el orden metafísico y técnico del mundo moderno, en la voluntad de las masas rebeldes de formar un Volk (pueblo) como campo de acción de las potencias del ser, y en la constitución del Estado como expresión y realización de esta voluntad colectiva.
A propósito de las premisas teóricas leninistas, en cambio, del Barco sostiene que en estas el Estado originariamente proyectado como Volksgemeinschaft (comunidad popular), el único que mercería el nombre de Estado socialista, habría «degenerado», «incluso desde antes de la revolución», en un Estado moderno, metafísico, técnico, burgués, entre los demás.
Y, en tercer y último lugar, «entre», porque al rechazar la «crítica destructiva» de del Barco a Lenin, el libro de Cabezas presenta a este último como quien supo situar el proceso revolucionario socialista en la cresta-bisagra que se abre y traza entre la formación «social» de un Volk anti-moderno por las masas rebeldes, por un lado, y, por otro, la necesidad «política» situacional o coyuntural del uso «perverso» del poder estatal moderno para crear la «hegemonía» del Volk a escala nacional e internacional. A la pregunta de del Barco: «¿era Lenin un perverso?», Cabezas responde con un sí, al liberar el término «perverso» de su tono acusatorio.
El error fundamental que cometió del Barco en su crítica a Lenin, desde el punto de vista gramsciano de Cabazas, es equivocar lo social con lo político, o, mejor dicho, la ética con la política, y reducir por tanto la revolución socialista a su aspecto ético. La aspiración colectiva de las masas rebeldes al bien común y la formación de una comunidad a partir de esta son asuntos de ética.
La política, por su parte, comienza cuando la rebelión de masas se encuentra con el enemigo interno y externo, que la ataca para aplastarla. Para resistir y derrotar los ataques físicos y morales del enemigo, la rebelión debe organizar y establecer su hegemonía en las correlaciones nacional e internacional de fuerzas antagónicas.
Lo importante es notar que la cuestión de hegemonía o de poder político no emana de la estructura ética de la rebelión, sino que proviene del encuentro con el enemigo, es decir, de fuera de la fogosidad rebelde, y conlleva su propia estructura, metafísica, técnica u óntica por excelencia, y por tanto contradictoria, incompatible o irreconciliable con la anhelación ética o existencialista de las masas rebeldes por el acceso al ser y por el bien común ontológico.
Desde el punto de vista ética o rebelde, de cierto se puede hablar de «degeneración» a propósito de la política, y de «perversidad» a propósito del recurrir al poder político, puesto que la política es asunto de los entes como tales, mientras que la ética, del ser de estos. Sin embargo, sería erróneo representarse, como hizo del Barco, el leninismo como vector lineal que va de la rebelión ontológica a su perversión o conversión óntica.
El leninismo es un doble proceso ontológico-óntico, en el cual el Estado socialista se considera a la vez como la comunidad popular anti-metafísica y como el poder hegemónico metafísico de esta. Cabezas llama nuestra atención sobre el «más» de la famosa ecuación formulada por Lenin en 1920: «El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país, ya que la industria no puede desarrollarse sin electrificación», y nos invita a leerlo como signo de la duplicidad leninista del proceso revolucionario.
Por «poder soviético (советская власть)» se debe entender el auto-poder ontológico popular, propiamente heideggeriano, en contra de la interpretación que el propio Heidegger hizo de esta ecuación en su crítica al socialismo, mientras que la «electrificación» es metonimia de la estructura técnica, metafísica, políticamente necesaria para que se establezca la hegemonía del auto-poder soviético a niveles nacional e internacional.
El leninismo consiste en seguir la línea de cresta sin caer ni en el olvido ético de la política ni en el olvido político de la ética: lo revolucionario no se reduce ni a lo ético ni a lo político, sino que es un proceso propio, que avanza resolviendo de modo «accional» la serie interminable de problemas irresolubles que se generan entre lo ético y lo político. El leninismo es enfrentarse con un más «incalculable».
Según Cabezas, el fracaso que con razón observó del Barco de los socialismos reales en los años ochenta no tiene como origen el leninismo en cuanto tal, sino su abandono estalinista, que consistió en reducir el Estado socialista a su función política.
El problema fundamental que Cabezas destaca de la crítica de del Barco a Lenin es su ceguera absoluta ante el inevitable encuentro de la rebelión de masas con el enemigo. ¿De qué sirve una teoría de revolución que no tiene en cuenta la existencia poderosa del enemigo, sobre todo cuando el propio enemigo está instaurando su nueva hegemonía en el mundo? De nada o solo de condición favorable suplementaria para esa instauración.
La fidelidad ciega a la crítica apolítica de Heidegger al socialismo y la consecuente pérdida de vista del enemigo no solo hicieron al filósofo del «no matarás» que cayera en el olvido ético de la política, sino que también lo convirtieron en cómplice de facto del enemigo, ya fuera involuntariamente o no. Se trata de esta complicidad, al menos objetiva, cuando Cabezas señala la contemporaneidad de la crítica de del Barco a Lenin con el ascenso mundial de la hegemonía neoliberal: «Los años en que Oscar del Barco prepara lo que debe de ser la mejor crítica al pensamiento político de Lenin son los años de ascenso, asentamiento ideológico y posicionamiento político en los Estados de una nueva operación que intensifica el nihilismo profundo y desata la naturalización, sin oposición, al Capitalismo Mundialmente Integrado (CMI).»
Quizá no sea casualidad que en este párrafo Cabezas se refiera a Félix Guattari, quien precisamente en la primera mitad de los años ochenta se entusiasmó con el entonces naciente PT (Partido dos Trabalhadores), en el cual observó la dualidad molecular-molar del proceso revolucionario.
¿Se puede «cambiar el mundo sin tomar el poder», como nos quiere hacer creer una ya clásica corriente de teoría de revolución, cuyo origen se podría situar en el llamado «renacimiento spinozista» francés de los años sesenta y setenta, que propuso lecturas «políticas» de la Ética de Spinoza y, en particular, de su concepto de «nociones comunes»? La crítica de Cabezas a del Barco dice que no. Para cambiar el mundo, si bien es cierto que es necesaria la formación rebelde del «antipoder» popular, ético, ontológico o molecular, no es menos cierto que también es necesaria la toma del poder político, óntico, molar o metafísico, a través de la cual el propio antipoder establece su hegemonía intra-nacional y transnacional.
¿Acaso Donald Trump o Javier Milei están cambiando el mundo sin tomar el poder? ¿No saben librar sus batallas en dos frentes discrepantes, molecular y molar? ¿Queremos seguir abandonando a Lenin, Gramsci o Maquiavelo en manos del enemigo? Hoy, si el feminismo constituye el más potente movimiento revolucionario, lo hace porque es propiamente leninista, en cuanto que está llevando a cabo su lucha a la vez en el frente ético de la formación de una nueva comunidad anti-patriarcal y en el frente político de la toma del poder estatal, al asumir la «diferencia originaria», solo resoluble de forma creativa y no doctrinal, entre estos dos frentes heterogéneos.
Lo «originario» de todo proceso revolucionario, según el Lenin de Cabezas, no se halla en lo ético, que del Barco y los teóricos spinozistas y anarquistas contemporáneos confunden con lo político, sino en la diferencia o «différance», entendida como identidad siempre ya diferida, entre lo ético y lo político.
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