
Ozzy Osbourne: el príncipe regresó a las tinieblas
Se va el hombre, pero se queda todo lo que creó: su música, su estilo, su espíritu indomable y ese mensaje que no envejece: seguir creando, seguir resistiendo, seguir transformando.
La muerte de Ozzy Osbourne, a los 76 años, cierra una vida marcada por la creatividad salvaje, el caos como motor y una inagotable capacidad de reinvención. Rasgos de una personalidad que ya eran visibles desde su niñez; era inquieto, distinto, con una energía desbordante. Creció en la dura Birmingham industrial, bajo el nombre de John Michael Osbourne, aunque con el tiempo el mundo entero lo conocería como Ozzy. No le tuvo miedo a nada. En 1968 rompió todos los moldes al formar la legendaria banda Black Sabbath, y con eso cambió para siempre el rumbo del rock. Canciones como “Paranoid”, “Iron Man” o “War Pigs” no solo marcaron a una generación: construyeron el ADN del heavy metal que hoy conocemos.
Su carrera destacó tanto en lo colectivo como en lo personal. Discos como Blizzard of Ozz y el mítico No More Tears, con himnos como “Mama, I’m Coming Home” y “I Don’t Want to Change the World” lo consolidaron como un referente absoluto, capaz de conquistar a nuevas generaciones sin dejar de ser él mismo.
Pero nada de eso fue fácil. Su vida también estuvo marcada por excesos, duras batallas con las adicciones y momentos tan excéntricos como el famoso episodio del murciélago, que terminó de construir el mito del “Príncipe de las Tinieblas”. Aun así, más allá del personaje, Ozzy siempre se mostró auténtico, sin miedo al qué dirán. Su estilo era emocional, su música arriesgada, y su capacidad de transformarse, admirable, incluso cuando su cuerpo ya comenzaba a pasarle la cuenta. Su influencia fue más allá de la música. Apadrinó a guitarristas como Randy Rhoads o Zakk Wylde, y más adelante se convirtió en un fenómeno pop con el reality familiar The Osbournes, donde mostró un lado más cotidiano y entrañable, sin perder nunca su esencia.
Enfrentó el Parkinson con valentía. Nunca se bajó del todo del escenario ni dejó de crear. Supo convertir su fragilidad en arte, y eso es una lección para cualquiera que quiera hacer cosas desde la honestidad y la emoción. Toda esta trayectoria, tuvo también a Sharon, su esposa, como protagonista. Su historia fue una de las más sólidas, complejas y visibles en el mundo del espectáculo. Ella fue su apoyo incondicional frente a los momentos más difíciles, ayudándole a manejar su carrera y sus problemas personales, marcados por adicciones y la constante exposición mediática. Su relación estuvo lejos de ser sencilla, pero su lealtad y compromiso mutuo fueron la base que les permitió resistir el paso del tiempo y los escándalos. En las últimas etapas de la vida de Ozzy, cuando la enfermedad comenzó a hacerse presente, Sharon fue su aliada, asegurándose de que su legado continuara intacto.
Así fue como el pasado 5 de julio de 2025, en el show “Back to the Beginning” en Villa Park, Birmingham, Ozzy ofreció su último concierto. Cantó sentado, ovacionado por 45.000 personas en vivo y millones más que lo vieron desde todo el mundo. Se reencontró con los miembros originales de Black Sabbath por primera vez en veinte años, cerrando el círculo justo donde todo comenzó. Lo recaudado —140 millones de libras— fue donado a causas benéficas, demostrando que su despedida también fue un gesto de generosidad.
La partida de Ozzy deja un vacío, pero también un mensaje. Nos recuerda que el arte puede nacer desde los rincones más oscuros, desde el dolor, desde los límites. Su vida es prueba de que la creatividad no se acaba con los años ni se encierra en etiquetas. Todo lo contrario: se nutre de la verdad y de la capacidad de seguir transformándose.
En estos tiempos donde lo superficial y lo rápido parece dominarlo todo, Ozzy fue otra cosa: talento puro, rebeldía estética y mucha, mucha humanidad. Su historia nos dice que sí se puede transformar el desorden en algo bello. Que hasta el exceso puede dejar un legado.
Este 22 de julio, Ozzy se fue de este mundo, pero su voz rasposa, intensa, inolvidable va a seguir sonando. Se va el hombre, pero se queda todo lo que creó: su música, su estilo, su espíritu indomable y ese mensaje que no envejece: seguir creando, seguir resistiendo, seguir transformando.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.