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“Clase”: cuando la educación es una camisa de fuerza CULTURA|OPINIÓN Crédito: cedida

“Clase”: cuando la educación es una camisa de fuerza

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Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Por una parte tenemos a la estudiante con su pasividad arrebatada por los hechos, y por otro, un delirante docente que se mueve al límite y que forcejea y porfía, tratando de liberarse de esa camisa de fuerza que es esta sociedad, tan plagada de interrogantes que jamás terminan por responderse.


Cuántas veces te has levantado como si salieras de una tumba. Sintiendo que la vida te traiciona o simplemente te pasa por encima, y de nuevo estás marcando el paso, absorto en tu zona de confort, cobijado bajo ese halo de inquietante seguridad, que no es otra cosa que un camuflaje de un laxo devenir.

Parte de aquello es lo que sucede en “CLASE”, obra de teatro escrita por Guillermo Calderón, dirigida por María José Pizarro, y con una puesta en escena a cargo de la Compañía Colectivo CTM, cuyo elenco está conformado por Renata Lorca y Vicente Almuna, donde se muestra a un profesor y una única alumna que no se ha sumado a la protesta estudiantil, ya que ansiosa espera disertar sobre un tema importante para ella.

Ambos confrontan sus visiones de mundo y sus posturas generacionales en una intensa y particular jornada escolar, marcada por la emotividad, los sueños frustrados y la posibilidad de un futuro distinto.

Lo interesante de esta puesta en escena es que, pese a que su estreno fue en el año 2008, esta reposición en el Teatro Mori de Bellavista, nos deja en claro que no obedece exclusivamente a la contingencia de una revuelta estudiantil o una revolución pingüina o llámese como se llame, ya que los temas aquí tratados, trascienden el escenario puntual, y el contexto es ante todo una disculpa, o mejor dicho una señal de advertencia ante el modelo educativo chileno, que se enmarca en un adoctrinamiento, en el cual te convencen que de que así debe ser.

Pero, en la obra afloran postulados que te instan a la reflexión, no de un momento histórico estatuario y anquilosado, sino en preguntarse cosas tan relevantes cómo “corrompen las mentes vírgenes con la disculpa del capital”, “quiero saber si el dinero nos pone tristes” o “no hay que tomar decisiones importantes en la noche, ni tampoco llorando”.

Decidor ejemplo de esa batalla infructuosa que libramos a diario, y que está presente en cosas tan pedestres como tener un celular, y ojalá de alta gama, para tener todo a la mano, ya que las diversas compañías de telefonía han inundado el mundo con la promesa de estar siempre comunicados, y lo único que han logrado es alejarnos de nuestra esencia.

Lo cierto es que las personas, exponencialmente se resignan a la realidad, y se olvidan de los grandes temas que esta obra trata, y que se reflejan en esa dualidad de la alumna cuando afirma que tiene una juventud fascinante, y si bien es así. No es menor cierto el que en la pizarra, que hace las veces de telón se proyecta la consigna “seamos realistas, pidamos lo imposible”, una máxima, que hoy por hoy es un lugar común que se circunscribe una expresión de deseo que se diluye frente al peso de los acontecimientos.

Y no se trata de tener una visión derrotista, pero como dijo Siddharta Gautamá o Buda, de quien la alumna tiene lista su disertación “El conocimiento puede transmitirse, pero no la sabiduría”, y ahí está el desafío, ya que esta CLASE, nos demuestra que en la vida hay que pasar tanta estupidez, por tantos vicios, por tantos errores, por tantos disgustos, desilusiones y aflicciones, sólo para volver a ser niños y poder comenzar de nuevo.

Aunque estamos tan alejados del nirvana, que lo único que nos queda como consuelo, es cuestionarnos siempre o a la inversa, sumirnos en un desánimo, que se mezcla con el enfrentamiento entre un profesor frustrado y profundamente herido, y que transita entre la lucidez y la acción condenable, cargando el peso una revolución que nunca llegó.

De ahí se explica su resistencia, al ser sólo un oferente de un contenido y un modelo educativo que les es incómodo, y del cual se siente prisionero. Dicho en simple, esta es una representación que podemos decir debe verse como un entredicho permanente con el cual este profesor interpela incluso su propio quehacer. Rol fundamental en la formación de una adolescente que está frente a él, y que también trata de bracear en este mar de incertidumbre.

Un actuar que se consolida con el gran despliegue escénico de ambos protagonistas que hacen que la tensión no decaiga, sino que sea una variable que te deja en ascuas. Siendo el espectador quien se suma y cuestiona esa aciaga realidad que sin desearlo nos cubre de desencanto, propiciando una visión entre algo oblicua y contradictoria, pero que querámoslo o no, moviliza esta puesta en escena, con actores que lidian por no caer de una cuerda que más que floja se tensa, hasta casi cortarse.

Porque por una parte tenemos a la estudiante con su pasividad arrebatada por los hechos, y por otro, un delirante docente que se mueve al límite y que forcejea y porfía, tratando de liberarse de esa camisa de fuerza que es esta sociedad, tan plagada de interrogantes que jamás terminan por responderse.

Por lo mismo, prefiero quedarme con ese lado positivo que destaca Renata Lorca, interprete de la estudiante: “Ha sido un proceso dual, introspectivo y de escucha constante. La obra nos lleva por lugares oscuros, pero también abre puertas a la esperanza”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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