CULTURA|OPINIÓN
Crédito: imagen de tapa del libro
“Desaforados”, de Santiago Vergara Cruz: un velorio con herencia de por medio
Si la comedia negra de Luis García Berlanga se cruzara con la mala leche doméstica de Rafael Gumucio, el resultado estaría cerca: una sátira donde nadie se salva y todos creen tener razón.
En Desaforados, Santiago Vergara Cruz —alias Santiver, economista que decidió que la miseria humana es más interesante que el PBI— pone a una familia entera frente al espejo más cruel: un velorio con herencia de por medio. La premisa es breve y directa: “Desaforados es una sátira sobre las relaciones familiares ante la muerte.” Lo interesante no es el qué, sino el cómo: Santiver no describe una familia disfuncional, sino la normalidad disfrazada de afecto. Lo que duele es reconocerse.
La novela arranca con la muerte de la matriarca y, desde ese punto fijo, desata una coreografía de ambiciones, reproches y sonrisas de cartón. El velorio —ese invento religioso que mezcla rito, frases hechas y atavío— se vuelve el escenario perfecto para que cada personaje intente capitalizar el duelo. La carismática Trini —sospechosa de estafar, pero irresistible—, el solemne que no sabe qué decir, el que espera la lectura del testamento como si fuera un sorteo: todos exagerados, sí, pero nunca inverosímiles. Santiver sabe que la realidad ya es absurda; la literatura solo necesita ajustar el encuadre.
Si la comedia negra de Luis García Berlanga se cruzara con la mala leche doméstica de Rafael Gumucio, el resultado estaría cerca: una sátira donde nadie se salva y todos creen tener razón. No hay villanos, solo gente convencida de que merece más que el resto. El humor surge de la fricción entre lo que se enuncia y lo que se piensa, entre el pésame y la factura emocional. La prosa es rápida, dialogada, casi teatral. Se nota la mano del periodista que ha escuchado demasiadas voces, y la del economista que entiende que todo vínculo tiene su contabilidad afectiva.
Santiver no moraliza: no hay castigo ejemplar ni redención posible. La novela no busca educar al lector, solo recordarle que el egoísmo doméstico es un deporte de alta competencia. Lo que hace reír es la precisión con que retrata la hipocresía familiar, no su exageración. La sátira funciona porque está escrita desde adentro, sin distancia sociológica ni juicio solemne: todos son ridículos y todos, en algún punto, razonables.
Desaforados es breve, feroz y entretenida. Funciona como comedia negra, como dibujo antropológico y como recordatorio de que la muerte no nos vuelve profundos: nos vuelve transparentes. Cuando el difunto ya no escucha, lo que se reparte no es solo el dinero, sino el relato de quiénes creemos ser dentro de una familia.
Santiver demuestra que se puede escribir sátira sin gritar, que el absurdo no necesita disfraces, y que a veces la mejor radiografía social es la que se toma justo después del pésame. Una novela que se lee de un tirón y se comenta después con una mezcla de incomodidad y carcajada. Porque en el fondo, todos tenemos un velorio pendiente y un pariente que ya está afilando el lápiz para la herencia.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.