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El escenario que nadie quiere ver: milicia guaidoísta versus colectivos maduristas Opinión

El escenario que nadie quiere ver: milicia guaidoísta versus colectivos maduristas

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Se estima que podría haber en la actualidad hasta 100 colectivos maduristas (La Piedrita, Alexis Vive, 3 Raíces, Tupas y muchos otros). Su significado y raigambre en las periferias invitan a pensar qué pasará con ellos si llega a triunfar Guaidó, considerando el descalabro económico y social existente. La evidencia indica que, más allá de los niveles de violencia que produzcan, tienen un tinte ideológico, tosco y elemental ciertamente, pero que marca a fuego sus lealtades. Guaidó, quiéralo o no, tiene en la existencia de los colectivos un desafío mayor, que, como demuestra la experiencia, no se resuelve con mayor actividad policial o militar. ¿Es posible que se genere una milicia guaidoísta?


Entre los aspectos domésticos sobre los que poco se discute está la capacidad que tenga Juan Guaidó para ejercer control efectivo sobre el territorio en caso de imponerse en la pugna que tiene en vilo al país y a la región.

Para ello es menester ver dos asuntos que curiosamente permanecen en el subsuelo del debate político.

Por un lado, esa volcánica fuerza madurista a bordo de motocicletas en cada coyuntura que el régimen ha requerido (manifestaciones opositoras, tensiones varias). Por otro, las profundas raíces del crimen organizado, anidadas en varias ciudades del país, catalogadas hoy entre las más violentas del mundo.

Ambos asuntos forman el núcleo sobre el que descansa la fuerza interna del madurismo y bien pueden ser vistas como dos caras de una misma moneda. Para tratar de interconectarlos es necesario plantearse algunas preguntas: ¿qué tan excepcional es la existencia de dichos colectivos?, ¿influye la capacidad coercitiva de los colectivos en la cohesión de las FFAA?, ¿es posible que se genere una milicia guaidoísta? Obvio que estas interrogantes no tienen respuestas claras inmediatas. Pero sí se pueden explorar algunos de sus componentes.

Hans Magnus Enzensberger, el influyente intelectual alemán que ha estudiado los orígenes de varias guerras civiles, analiza en su obra Ensayos sobre las Discordias (2005) diversas situaciones vividas desde los 90 en adelante, señalando que “cuestiones internas son las que sirven de detonante, muchas veces insignificante, de la violencia. Esta, tras el deterioro de la función garante de los Estados, se halla extendida como una guerra civil molecular. Hasta un vagón de metro puede convertirse en una Bosnia en miniatura”. Nada más asertivo y actual para buscar claves en el polvorín venezolano.

Es una reflexión que obliga a ver los colectivos como un elemento muy relevante. No solo por sus capacidades coercitivas, sino también por su naturaleza misma.

En efecto, la actividad de estos grupos, que pareciera tan anormal a ojos democráticos, es una constante en la historia venezolana. Surgieron en la década de los 60 al calor de algunos grupos guerrilleros pro cubanos. En los 90, Chávez lo recreó y delegó su coordinación en Diosdado Cabello, quien los convirtió en su propio sostén de apoyo. Al poco tiempo, para disminuir sus nexos con el crimen organizado, Chávez los asoció a los llamados círculos bolivarianos, generando una estructura de apoyo al régimen, que ha ido ganando solidez con el paso de los años. Algo similar a lo que ocurre con los Bassij iraníes.

Se estima que podría haber en la actualidad hasta 100 de estos colectivos (La Piedrita, Alexis Vive, 3 Raíces, Tupas y muchos otros). Su significado y raigambre en las periferias invitan a pensar qué pasará con ellos si llega a triunfar Guaidó, considerando el descalabro económico y social existente. La evidencia indica que, más allá de los niveles de violencia que produzcan, tienen un tinte ideológico, tosco y elemental ciertamente, pero que marca a fuego sus lealtades. Guaidó, quiéralo o no, tiene en la existencia de los colectivos un desafío mayor, que, como demuestra la experiencia, no se resuelve con mayor actividad policial o militar.

Por otro lado, con la inminencia de la fragmentación de las FFAA se especuló bastante a propósito de la entrega de ayuda humanitaria hace algunas semanas. Muchos creyeron, y siguen creyendo aún, que la fragmentación ocurrirá alentando a desertores. Durante la coyuntura Cúcuta, algunos medios locales apostaron al trabajo que realiza en la frontera el general Cliver Alcalá (mayor general que fuera edecán de Chávez) y vieron ahí un germen de milicia a favor de Guaidó. Sin embargo, los desbordes no se produjeron y, aparte de algunos cientos de efectivos, solo cruzó de bando el general Hugo Carvajal, antiguo mandamás del SEBIN. Algo claramente insuficiente para formar una milicia.

La disconformidad con los resultados de la operación Cúcuta habría reforzado la postura favorable a la búsqueda de una solución pacífica y negociada. En ello parecen haber sido claves las FFAA colombianas y brasileñas que, aparentemente, no están por extremar la situación. Habría consciencia (más que conciencia) de que una Siria o Libia en la región sería muy problemática desde el punto de vista humanitario, migratorio y desde luego político, ya que provocaría fisuras inéditas al interior de Sudamérica, donde cada país tiene suficientes líos propios, como añadir mayores preocupaciones por Venezuela. ¿Cómo encaja esto en la insinuación de Guaidó de invocar el artículo 187 (inciso 11), que autoriza el ingreso de tropas extranjeras a territorio venezolano? Otro gran misterio, por ahora.

Nada de esto significa que se haya contratado un seguro. La política es siempre una disputa por el poder –en tal sentido Venezuela ofrece contornos de laboratorio– y, como señaló recientemente H. Schamis, las crisis de Kosovo y Bosnia son ejemplos de casos que escaparon, contra todas las previsiones, a la dinámica pacífica prevista por la ONU. Aquí vemos una clara conexión con las advertencias de Enzensberger.

Enrevesado con esto, el país exhibe niveles de criminalidad alarmantes según diversos organismos internacionales. Esta es protagonizada tanto por bandas locales (dedicadas al robo, asesinatos y secuestros) como por carteles de mayor envergadura (vinculados al tráfico de drogas y armas). Otro desafío mayúsculo a Guaidó.

En este torbellino de dudas surge la figura de Vladimir Padrino, el hombre que ha mantenido cohesionada a las FFAA. Sobre él recae la responsabilidad de evitar deserciones, pero también la obligación de tener un ojo estrábico en las capacidades de los colectivos y en los humores de quienes los lideran.

Se trata, en definitiva, de cuestiones divisorias y de naturaleza interna, que, al sedimentar en el subsuelo de la pugna Maduro/Guaidó, actúan a nivel molecular y pueden inclinar la balanza en uno u otro sentido, en el momento menos pensado.

Guaidó, el nuevo homo politicus de las fuerzas democráticas venezolanas, ha demostrado una sagacidad bastante notable, que la generación previa de políticos opuestos a Chávez y Maduro parecía haber perdido. Sin embargo, la prueba de fuego la tendrá al abordar precisamente estas cuestiones divisorias internas. A su vez, Maduro, el rudo timonel del socialismo del siglo 21, enfrenta momentos tan complejos, que en cualquier instante podría transformarse en fusible. No se divisan razones por las que no pueda ser reemplazado por otra figura que el régimen estime más pertinente a las necesidades que se produzcan.

Por de pronto, en los colectivos y en una eventual milicia guaidoísta anida el germen de la temida guerra civil molecular.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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