Publicidad
Bolsonaro y Piñera, “enemigos íntimos” Opinión

Bolsonaro y Piñera, “enemigos íntimos”

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
Ver Más

Si el Presidente piensa que la amistad con Bolsonaro le puede traer frutos con el sector que representa José Antonio Kast –que parece un clon del brasileño–, de seguro está haciendo una muy mala apuesta. Pero, además, dejará una duda tremenda en sectores medios e incluso de centroderecha –como Evópoli–, respecto de su propia historia y su mirada de futuro. En este mes en que, pese al paso del tiempo, no logran curarse las heridas del pasado, se ve muy sospechosa la relación con este exmilitar extremo. En segundo lugar, buscar el rol protagónico, pero terminar como actor secundario, es un muy mal negocio. Y tercero, confiar en alguien con incontinencia verbal es un riesgo permanente.


Es extraña la relación entre Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro. El Presidente chileno pareciera estar siempre haciendo gestos y entregando señales de interés a su par, pero claramente esto no es recíproco. La verdad es que no es una relación horizontal. Si analizamos todos los eventos ocurridos desde que el brasileño asumió la presidencia, en enero de este año, luego de ganar gracias al voto de castigo contra el PT, observamos que Bolsonaro siempre le ha sacado ventaja a Piñera.

En marzo, el entonces canciller Ampuero organizó un encuentro de Presidentes en Santiago –todos de derecha– para lanzar Prosur, iniciativa que reemplazó a Unasur y que hasta ahora no ha superado la fase de los bombos y platillos. El Gobierno consideró esto como una oportunidad de proyectar la imagen del Mandatario chileno en el terreno internacional –algo que parece obsesionar a Piñera–, sin embargo, el protagonista principal del evento fue el clan Bolsonaro, que se encargó de tener las primeras planas con entrevistas cargadas de frases polémicas, paseos por centros comerciales sacándose fotos, pero especialmente haciendo incendiaras provocaciones.

Jair Bolsonaro afirmó que todas las barbaridades que ha dicho –las que están registradas– eran “fake news”. Incluso hizo un esfuerzo por describirse desde su antítesis: “Si yo fuese xenófobo, machista, misógino o racista, ¿cómo justifica que haya ganado en Brasil?”. Aunque algo de razón tiene, lo cierto es que los brasileños parecen estar arrepintiéndose muy rápido de haber votado por este exmilitar, evangélico fanático y ultraconservador, ya que, aunque sacó un 55% de los sufragios, en apenas nueve meses de gobierno, las encuestas muestran una baja significativa, desde 57.5% en febrero a 40% en agosto, además de tener un 53% de rechazo.

Su hijo Eduardo –aún más ultra y a quien su padre designó como embajador en EE.UU.– se despachó un par de frases para el bronce, incluyendo su confesión de que la salida de la crisis de Venezuela iba a requerir el uso de la fuerza. Para rematar, el jefe de gabinete del mandatario de Brasil, señaló que, en el período de Pinochet, Chile había tenido que vivir un baño de sangre para generar las bases económicas que tenemos hoy. Sin comentarios.

Hace solo unos días, el Presidente Piñera estuvo a punto de pasar por un bochorno mayúsculo cuando, en una arriesgada maniobra, pasó sorpresivamente a Brasilia para intentar convencer a Bolsonaro de que recibiera el apoyo ofrecido por el G7 para combatir los incendios en la Amazonía. El brasileño actúo con una arrogancia incomprensible para la magnitud del daño que está ocurriendo en uno de los sustentos ecológicos del mundo.

La semana pasada, Bolsonaro volvió a demostrar que cada día tiene menos que envidiarle a Trump, gracias a sus salidas inadecuadas y exabruptos más propios de un predicador de programa barato que de un Presidente, y las emprendió de una manera grosera y cruel contra Michelle Bachelet en su calidad de alta funcionaria, ni más ni menos, de la ONU. Reivindicó a Pinochet, cosa que hasta la UDI intenta eludir en Chile, y llegó al extremo de burlarse de la muerte –apremiado por sus propios camaradas de la FACH– de su padre. Un tono y estilo que, acercándose el 11 de septiembre, es un flaco favor para su colega y amigo chileno.

Por cierto, a estas alturas la Cancillería ha pasado a ser una especie de sala de urgencia para administrar las contradicciones de la política de alianzas de Chile. Ribera haciendo malabarismos para explicar la diferencia de trato entre el autoritarismo venezolano y el chino, que por lo demás son grandes socios entre ellos, donde parece que la única razón de fondo es la relación comercial. De acuerdo al ministro, si Venezuela nos vendiera petróleo y nosotros a ellos cobre, Maduro podría ser un amigo de Chile, más allá de las violaciones a los DDHH, tal como ocurre en China.

A las dificultades con el embajador chino, Xu Bu, por la controversia con el diputado Jaime Bellolio –a la que la Cancillería ha intentado bajarle el perfil–, se sumó luego el cómo reaccionar para no dañar la relación con Brasil. Y se optó por una puesta en escena que buscó evitar un choque que pusiera en riesgo la opción presidencial de privilegiar la cercanía con Bolsonaro en Sudamérica, considerando que el aliado natural, Macri, entró en desgracia.

Lo cierto es que fue una respuesta que denotó la importancia asignada por Chile, al ser encabezada por el propio Piñera en un punto de prensa y no con un comunicado. Y aunque el Jefe de Estado chileno condenó las declaraciones de su par, la duda que expresó en torno a las pruebas que debía dar la Alta Comisionada terminó por contaminar la primera parte.

Más allá de que la respuesta de La Moneda fue tibia para la gravedad de los juicios emitidos por Jair Bolsonaro, la disyuntiva que se le abre a Sebastián Piñera es evaluar cuánto le conviene seguir asociado a un personaje que, por un lado, representa a la derecha extrema y reivindicativa de lo peor de las dictaduras militares de los 70 y 80, y por otro, quizás lo más importante, la vinculación con un personaje al que parece no importarle tanto la relación con el Mandatario chileno.

Ahora, si el Presidente piensa que la amistad con Bolsonaro le puede traer frutos con el sector que representa José Antonio Kast –que parece un clon del brasileño–, de seguro está haciendo una muy mala apuesta. Pero, además, dejará una duda tremenda en sectores medios e incluso de centroderecha –como Evópoli–, respecto de su propia historia y su mirada de futuro. En este mes en que, pese al paso del tiempo, no logran curarse las heridas del pasado, se ve muy sospechosa la relación con este exmilitar extremo. En segundo lugar, buscar el rol protagónico, pero terminar como actor secundario, es un muy mal negocio. Y tercero, confiar en alguien con incontinencia verbal es un riesgo permanente.

Cuando terminó el encuentro de Prosur, los presidentes asistentes auguraron un largo ciclo de gobiernos de derecha y declararon el fin del ciclo de la izquierda. Solo han pasado cinco meses y el panorama parece estar cambiando rápidamente. Mauricio Macri viviendo una pesadilla, Iván Duque con la guerrilla de vuelta en Colombia, Jair Bolsonaro hundiéndose entre su verborrea y las encuestas, y el propio Piñera enredado entre las 40 horas y los estudios de opinión pública, que señalan una tendencia a estabilizarse en el orden de los 30 puntos.

Creo que el Presidente debería tomar nota de este cambio brutal de contexto y revisar si el diseño actual le va a servir para traspasar votación a un aventajado Lavín o a los seis o siete candidatos que, a dos años de la elección, ya están buscando ir incluidos en la papeleta presidencial representando a la derecha. Mal que mal, estamos en un país pragmático que aplaude las 40 horas, aunque sea promocionado por diputadas del Partido Comunista, pese a la urticaria que a Bolsonaro le genera ese partido, como lo expresó la semana pasada.

Y, claro, Piñera debería pensar si hoy tiene en Jair a un amigo o un enemigo… o simplemente un “enemigo íntimo”, como dirían Sabina y Fito Páez.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias