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Automatización y su impacto en los empleos, ¿reaccionaremos a tiempo? Opinión

Automatización y su impacto en los empleos, ¿reaccionaremos a tiempo?

Edmundo Leiva
Por : Edmundo Leiva Académico de la Universidad de Santiago.
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No se si estaremos a tiempo de revertir la situación del trabajo y las pensiones. A la luz de los antecedentes, parece nimio seguir discutiendo si tendremos 40 o 44 horas de trabajo en circunstancias que el empleo inexorablemente va a la baja. Tendencia que ni el Presidente Piñera ni nadie puede cambiar, debido al fenómeno de la automatización del empleo.


Las máquinas nos están quitando el trabajo. Un estudio internacional, denominado “How will automation impact jobs?» (2018), habla que para mediados del 2030 el 44% de los empleos no-especializados desaparecerán, ya que serán reemplazados por máquinas. En Chile, la situación tampoco es nada alentadora. El estudio señalado indica que en Chile a mediados del 2030 cerca del 30% de los empleos automatizables lo tomarán las máquinas, dejando fuera a las personas que hoy pertenecen a lo que llamamos “clase media”.

Me inquieta una simple pregunta: ¿qué distingue a una máquina de un ser humano? Y: ¿cómo esa diferencia afecta al empleo? A simple vista estas preguntas no están relacionadas, pero a lo largo del artículo intentaré convencerlo de lo contrario. Desde luego que no soy la primera persona en el mundo que ha reflexionado sobre estas preguntas. Aún así, no todas las respuestas planteadas relevan el sentido de urgencia que implica responderlas en el tiempo presente.

Me propongo, en esta columna, ilustrar cómo las respuestas a estas preguntas afectan a nuestro país y sobre todo a su gente. Como ciudadano miro con espanto el rumbo de la sociedad actual, el debacle ético de sus ciudadanos y el desastre ecológico que afecta cada vez con mayor fuerza a nuestro planeta.

En este tema no se puede sino citar al pionero de la computación moderna, el británico Alan Turing. Este extraordinario matemático escribe un lúcido ensayo en 1950, titulado ¿Puede pensar una máquina? Han pasado 35 años desde que saqué este libro del anaquel de la biblioteca de la Universidad Católica, el cual me dejó impactado. El libro está basado en una conferencia con el epígrafe “The imitation game”, donde Turing plantea una forma para determinar si existe inteligencia en las máquinas.

Fueron personas como Alan Turing y mis profesores quienes me inspiraron a indagar en el mundo de la lógica matemática y los límites de la computación, pero jamás imaginé que estas ideas tendrían un impacto tan radical en los actuales dilemas sobre la automatización.

No faltan aquellos a los que les gusta relativizar todo. Ellos dirán que todo esto es una exageración, ya que la automatización no es nada nuevo. Y la verdad es que tienen la razón. La automatización nació incluso antes de la Revolución Industrial, cuando el francés Joseph Marie Jacquard, en 1801, mostró al mundo su telar que funcionaba con tarjetas perforadas. Desde esa fecha, la automatización no ha parado de evolucionar y lo más probable es que no lo haga.

Lo novedoso es que ahora las máquinas no solo nos están superando en los trabajos físicos repetitivos y rutinarios,  sino que además en aquellos donde se requiere pensar, como lo son las labores de control y de gestión. Es sorprendente constatar que los dispositivos cibernéticos lo hacen insuperablemente mejor.

Ya en 1997, la supercomputadora de IBM Deep Blue venció al mejor de los maestros de ajedrez, Gari Kaspárov. Lo que comenzó como un juego, hoy se expande a otros terrenos de la actividad humana, las cuales es necesario identificar.

Desde este siglo los avances en la tecnología informática no solo han crecido, sino que cada vez tienen un mayor impacto en la vida cotidiana, gracias al renacimiento de la Inteligencia Artificial (IA) y al manejo de grandes volúmenes de datos (big data), a lo cual se le suma el enorme poder que traerá el uso masificado de los computadores cuánticos.

Para establecer un lenguaje común, entenderemos como la denominación de “robot” a cualquier algoritmo implementado en una máquina para asistir al usuario en alguna tarea particular. Luego, aplican como robots los programas que corren y se nutren de nuestros datos para dar notificaciones para que nosotros tomemos decisiones. Ejemplos de estos robots son las notificaciones de Waze, las recomendaciones de Amazon, YouTube, las playlists de Spotify o bien la búsqueda de automóviles Uber que están en las inmediaciones.

Según John Pugliano, quién escribió el libro The robot are coming (2017), subtitulado Una guía de supervivencia para los seres humanos, los trabajos especializados también se verán afectados con esta ola de automatización.

Existen ciertas áreas que hoy creemos resguardadas o exclusivas de los seres humanos, como la medicina, el derecho, la arquitectura y el periodismo. De hecho, ya existen robots capaces de escribir noticias, y en educación ya contamos con cursos en línea MOOC y tutores inteligentes que amenazan el trabajo que actualmente realizan los docentes.

Esto generará crecimiento económico, según los estudios. Sin embargo, creará al mismo tiempo más precariedad en los trabajos de la que actualmente existe. El panorama al que nos enfrentamos no es nada alentador.

Tal vez los informáticos se sientan tentados a pensar que serán los únicos que se salvarán de esta aniquilación del empleo. Pues se equivocan. No es así. Incluso las personas que sepan programar computadoras están bajo la mira del implacable dominio de las máquinas. Tengo una evidencia muy cercana, un colega de mi departamento académico, Victor Parada, que trabaja en lo que hoy se denomina programación genética. Él, en conjunto con sus estudiantes, ha logrado desarrollar algoritmos capaces de crear programas de manera automática y que superan a aquellos realizados por humanos.

Al inicio de mi carrera académica se me encomendó dictar el curso de “Automatización del razonamiento” en la PUC, en el programa de Magíster del Departamento de Ciencias de la Computación. Aún no estaba instalada la maquinaria de las acreditaciones, ni tampoco la lógica mercantil de la educación que obliga a estandarizar todo. En aquellos tiempos, finales de los 80, aún había espacio para la creatividad.

Así fue como me propuse un nuevo curso sobre la automatización de la formas de pensamiento en diversas áreas del conocimiento. Fue allí precisamente donde descubrí que hasta cierto punto el pensamiento deductivo del matemático, el abductivo del detective y argumentativo del abogado son susceptibles de ser automatizados.

Atención, ni los políticos tienen el puesto asegurado con estos nuevos avances. César Hidalgo, chileno que trabaja en el MIT, está creando una nueva generación de robots que serán representantes directos nuestros en una asamblea virtual. Es una idea osada, lo aliento. Quien quiera detalles, a buscar en Google su charla TED Talks. No sería deseable un mundo donde un robot lo represente a usted, a sus intereses y a los de su comunidad. Solo imagine un país donde los políticos no nos engañen con promesas y discursos populistas. Un país donde no exista corrupción. Parece una utopía, pero está más cercana de lo que imagina.

Hoy la emocionalidad y personalidad que poseen los robots nos están sorprendiendo. En lo particular, como me especializo en la detección automática del engaño, puedo asegurar que los robots hoy en día son capaces de reconocer en los seres humanos indicios de la mentira mejor que la mayoría de las personas. Por otro lado, en Japón, en la industria Itachi, en 2014, inventaron un robot llamado Emiew 2 que cuenta chistes y entrega respuestas socialmente aceptables al “conversar” con un ser humano.

Este año estará el robot de la IBM TJBot, en 25 colegios del país, el cual tiene la capacidad de contar chistes y sus algoritmos de aprendizaje serán mejorados mediante la interacción con los estudiantes. Estoy muy curioso de saber si el robot, después que haya terminado el experimento, será capaz de convertirse en “Un bombo Fica cibernético chilensis”.

La conclusión es que muchos patrones de la mente humana –que incluye emociones y pensamientos– de distintas profesiones, pueden ser sujetos a la automatización. Luego, ahora más que nunca nos resulta urgente distinguir qué nos diferencia de las máquinas.

Afortunadamente, la especie humana cuestiona sus tradiciones y rompe las barreras que la constriñen buscando el ejercicio pleno de su libertad. Antes que nada es preciso resignificar la definición de libertad. El ideario mercantil asume que libertad es libertad para elegir. Sin embargo, el ejercicio pleno de la libertad nos otorga la dignidad humana y su medio es la reflexión, como lo señala el biólogo Humberto Maturana.

Pensamiento y reflexión son distintos, como lo hemos expuesto, y muchos tipos de razonamientos son automatizables.

En cambio, la reflexión no. Es más, ella es peligrosa porque se rebela en contra de las cárceles de los conceptos mecánicos que están detrás del pensamiento. Además, se debe añadir que las máquinas no tienen aún la habilidad de tomar riesgos no racionales, improvisando cuando se presentan problemas inesperados, anticiparse a lo que puede ocurrir por medio de la intuición y dar respuestas creativas donde no se encuentran estándares preestablecidos.

¿Seremos capaces de generar nuevos trabajos propiamente humanos? Sabemos que tenemos ventajas sobre las máquinas. Sin embargo, aún nos siguen educando como si fuésemos máquinas que debemos encajar, cuan engranaje, en un sistema socioeconómico que actualmente está aniquilando la convivencia, la naturaleza y nos arrebata la felicidad.

No sé si estaremos a tiempo de revertir la situación del trabajo y de las pensiones. A la luz de los antecedentes, parece nimio seguir discutiendo si tendremos 40 o 44 horas de trabajo, en circunstancias que el empleo inexorablemente va a la baja. Tendencia que ni el Presidente Sebastián Piñera ni nadie puede cambiar, debido al fenómeno de la automatización del empleo. Además, es insensato que el Mandatario siga impulsando el sistema de AFP que su hermano José instaló en plena dictadura cívico-militar. Sabemos que el sistema no da pensiones dignas, porque fue diseñado para alimentar al sistema financiero y no para favorecer a las personas en su vejez con jubilaciones dignas.

Me temo que, si no hacemos nada, NO+AFP será la consecuencia de la falta de cotizantes hacia el 2030.

La solución al fin del empleo requiere que todos tomemos conciencia de la situación ahora que hay tiempo. No en 15 años más, cuando la situación resulte insostenible e irreversible. Incluso los banqueros deberían estar preocupados porque ni con “perdonazos de Dicom” se podrán pagar las deudas que la gente acumule fruto de su desempleo.

La realidad supera a cualquier película de ficción. El instinto de supervivencia posiblemente hará que la delincuencia se dispare, la gente ya no cotice para sus pensiones, el erario público se restrinja por la capacidad de recabar impuestos y las hordas de indigentes, inmigrantes y excluidos del sistema sin ninguna posibilidad de ser atendidos. Ergo, la fractura social será inexorable.

En consecuencia, es preciso y urgente un acuerdo social amplio y tripartito: Estado, empresas y trabajadores. Lo que la OIT llama diálogo social para enfrentar esta crítica situación antes que sea demasiado tarde. Las universidades chilenas, incluidos los rectores, deberán repensar sus instituciones en términos de estos cambios de la cibersociedad.

Si las universidades no están a la altura de estos desafíos, me temo que ellas dejarán de ser los motores de la transformación societal que ya está sucediendo.

Sabemos que muchos políticos trabajan a corto plazo, pero la responsabilidad social nos obliga a pensar en las nuevas generaciones. Les solicito a ellos y ellas que aparten, por un momento, sus deseos de “conservar sus puestos de trabajo”, de pensar en las próximas elecciones o bien en sus cuotas de poder para trabajar para los ciudadanos que los han elegido. Entiéndanlo claro y preciso, ya no es opción esconder la cabeza ante la evidencia aplastante de la mutación en el empleo debido a la automatización. ¿Qué harán ahora?

Al concluir, quiero dedicar este artículo a la memoria de mi excolega, el académico José Álvarez Guenchuman, fallecido recientemente y cuyos restos descansan en la Isla Grande de Chiloé. Él fue quien me entregó su paper “El trabajo como dador de sentido”. Muchas gracias, José. Estoy de acuerdo contigo: “El gran ausente del mundo actual es el sentido”.

Ojalá que tengamos, como sociedad chilena, la sabiduría suficiente para responder ante el devenir que nos depara la automatización del empleo y la rehumanización de la sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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