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La derecha después del 18 de octubre Opinión

La derecha después del 18 de octubre

Luis Eduardo Escobar
Por : Luis Eduardo Escobar Es economista de Chile 21
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Desde tiempos inmemoriales en ninguna parte del mundo se ha podido mantener un gobierno en pie indefinidamente en contra de la opinión mayoritaria de los gobernados. Tarde o temprano, por las buenas o por las malas, esos gobernantes y sus gobiernos caen. Grandes pensadores, entre ellos Platón y Santo Tomás de Aquino, han justificado la rebelión legítima en esa situación. En el caso de Pinochet, después de innumerables protestas, muchas de ellas violentas, este cayó por los votos. Si no hubiera caído por los votos habría caído de otra manera, como entendió claramente el General Matthei, ahorrándole un baño de sangre al país. 


El señor Orlando Sáenz en una carta abierta reciente, sin fecha, compara a Chile con Venezuela, recurso muy socorrido por la derecha chilena a la luz de los graves problemas de ese país, y acusa que las protestas en Chile son generadas porque, «se llegó a la situación de octubre pasado, cuando el gobierno actual había dado tales demostraciones de debilidad (como en el Instituto Nacional) que sus enemigos creyeron llegado el momento de que fuera posible abatirlo, y con él toda la institucionalidad republicana, con una enorme y planificada asonada como la que todavía vivimos.»

Es curioso que después de señalar acertadamente que las demandas sociales son que el gobierno y el país se hagan cargo de proponer «soluciones concretas a problemas concretos (ingresos, salud, educación, previsión, vivienda, transporte, etc.)», Sáenz no diga una palabra más al respecto, olvidando lo esencial de la crisis.

A mi juicio, para buscar solución al impasse social y político que vivimos hay que dialogar con los grupos de la sociedad civil que han presentado dichas demandas. Piñera lleva 7 semanas encerrado en La Moneda y no ha sido capaz de dialogar. Invita a diversas personalidades, que no representan a nadie en particular, y según ellos mismos reportan, no los mira ni los escucha. Mandata al ministro Blumel para que reciba un petitorio de los más de 100 grupos de la sociedad civil agrupados en el Movimiento de Unidad Social (MUS), eje de las protestas, pero no lo responden.

Si Piñera sigue metiendo a los grupos de la sociedad civil en la misma bolsa con los vándalos, en su «guerra con un enemigo poderoso», efectivamente vamos a recorrer el camino de Venezuela donde nunca se prestó atención a las demandas populares, a pesar del tremendo campanazo de alerta que fue el Caracazo (1989). Recordemos que después del entonces presidente C. A. Pérez (CAP II) vino Caldera II y como tampoco atinó para arreglar la situación, los venezolanos eligieron a Chávez (1998). Y, le recuerdo al señor Saénz, que para ese entonces no estaban las FARC y los cubanos que llegaron invitados por Chávez después del golpe en su contra (2001) que, hay que decirlo, sólo Chile y Estados Unidos apoyaron.

La única salida pacífica a la crisis social y política que enfrentamos hoy en Chile es el diálogo. Lo ha hecho Macron en Francia –seguramente en estos días tendrá que reanudarlos–; lo ha hecho Moreno con los indígenas en Ecuador que casi lo derrocan; lo hizo Violeta Chamorro en Nicaragua en 1990 para terminar la guerra civil y llegar a un acuerdo de gobernabilidad. Eso es lo que se hace en democracia, dialogar para buscar una solución que sea aceptable para todos. No necesariamente plenamente satisfactoria para todos y cada uno pero aceptable, con la que todos puedan vivir.

La necesidad, la urgencia incluso, de abordar los temas sociales y políticos es evidente de sólo mirar a nuestro alrededor. ¿Con cuántos jubilados nos topamos a diario que sobreviven con menos de 140 mil pesos, la pensión mediana, o sea la que divide a los pensionados en dos grupos de igual número? ¿Cuánta gente aún vive en «viviendas» miserables y campamentos? ¿De qué educación pública estamos hablando cuando en nada menos que el Instituto Nacional, el liceo emblemático por excelencia, el agua de los baños corría por los pasillos y un gimnasio está en obra gruesa desde el gobierno de Frei Montalva, o el Internado Nacional Barros Arana (INBA), en que el edificio literalmente se cae a pedazos por falta de mantenimiento?

Pero, más allá de la infraestructura, no olvidemos la pésima calidad de la educación pública, como lo demuestran las pruebas estandarizadas del propio ministerio de educación, y que impide que los egresados de secundaria puedan seguir estudiando u obtengan trabajo, convirtiéndolos en los «ninis» que hoy son la primera línea de la violencia. ¿Nos olvidamos también de los niños y adolescentes que malviven y mueren por cientos en esa casa de horrores que se llama Servicio Nacional de Menores (SENAME)? ¿Qué pasó con las casi 3.000 personas que se murieron esperando que les dieran un tratamiento médico o que los operaran en nuestro sistema de salud pública «entre los mejores del mundo» (Ministro Mañalic)? O las miles de personas que van «a hacer vida social» a los consultorios a las 6:00 de la mañana para sacar número para pedir hora para algún día en los próximos tres años (ex subsecretario de salud). No nos olvidemos de aquellas personas que viven en Melipilla o Puente Alto y trabajan en Las Condes que son flojas (ex ministro Fontaine), porque llegan al Metro después de las 7:00 de la mañana habiéndose levantado a las 5:30. Y, no nos saltemos al marido que no le llevó flores a su mujer para que pase el mal rato sufrido en alguna de esas actividades, a pesar de que habían bajado de precio (ex ministro F. Larraín).

En inglés hay un dicho que recuerda que uno no debe «agregar insulto al daño» porque la gente tiende a reaccionar mal. No sé si el dicho le hace algún sentido a personas como el Sr. Sáenz.

Lo que él propone, como lo hacen muchos otros personajes de derecha, y no pocos uniformados según se dice, es que «alguien ponga orden», que se recupere lo que Sáenz llama el » ´imperium´- nombre con que se designa a la misión y al poder para imponer el respeto a la ley y para castigar a sus infractores – …».

Lo que no logran entender los partidarios del «orden» es que el ejercicio del imperium requiere un cierto grado de aceptación de parte de los gobernados. Desde tiempos inmemoriales en ninguna parte del mundo se ha podido mantener un gobierno en pie indefinidamente en contra de la opinión mayoritaria de los gobernados. Tarde o temprano, por las buenas o por las malas, esos gobernantes y sus gobiernos caen. Grandes pensadores, entre ellos Platón y Santo Tomás de Aquino, han justificado la rebelión legítima en esa situación. En el caso de Pinochet, después de innumerables protestas, muchas de ellas violentas, este cayó por los votos. Si no hubiera caído por los votos habría caído de otra manera, como entendió claramente el General Matthei, ahorrándole un baño de sangre al país.

Soy claro y categórico: es necesario recuperar el imperio de la ley. Pero para lograrlo hay que tener leyes que a juicio de las grandes mayorías sean razonables. Las que tenemos no cumplen con ese criterio fundamental. Por eso un millón doscientos mil chilenos y chilenas fueron a Plaza Italia en Santiago y otro tanto a otras plazas del país. Si queremos lograr el fin de la violencia hay que promover el diálogo para llegar a un acuerdo sobre como cambiarlas. El camino que la «gente de orden» propone conduce precisamente donde no quieren ir: a la disolución del Estado y a una dictadura que costará muchas vidas. Ojalá no escuchemos los cantos de sirena ya que quienes los entonan no serán los sacrificados en la hoguera.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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