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Siete falacias de Carlos Peña para minorizar el despertar Opinión

Siete falacias de Carlos Peña para minorizar el despertar

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Peña es un liberal capitalista que cree en el debate racional, pero con un orden que no altere el orden. Llamó la atención que en su compendio de intelectuales relevantes incluyera a Ratzinger –el Papa de la ortodoxia que persiguió a pensadores claves como Hans Küng (los Papas son falibles)–, pero no a Ernesto Cardenal (coherente poeta antisomocista y luego crítico del despotismo de Ortega), tampoco al teólogo liberacionista Leonardo Boff, que fundamentó la decadencia eclesial por el poder absoluto de la romanización, ni muchos menos al gran filósofo Vattimo –católico, comunista y gay–, que propicia el pensamiento “frágil diálogo”, y que la propia UDP invitó a Chile. Para Peña un “grande” es Ratzinger, que enfatiza que el cristianismo es una fe que se entrama con la filosofía griega y el derecho romano. Punto, racionalidad occidental moderada.


Carlos Peña reitera que el despertar social se reduce a una generación estudiantil endogámica, con sus ilusiones de combatir el modelo liberal chileno de modernización capitalista, desconociendo la inevitable desigualdad y legitimando la violencia. Su discurso encierra siete falacias:

1.- La ortodoxia de la verdad liberal clásica

Peña habla desde una insoportable arrogancia como todo liberal clásico “ilustrado”, que considera que el mundo encontró su cauce inexorable en 1790 cuando se consolida la razón de la democracia liberal y el modelo capitalista versus “lo otro» (religiones, pensamiento alternativo, supercherías, comunitarismo, etc., etc.).

El rector permanente de la UDP  no ha vuelto a leer a Fukuyama, el intelectual norteamericano japonés que en la euforia de la caída de los socialismos del Este, escribió el panfleto El fin de la Historia y luego se arrepintió para reconocer los conflictos, las diversas civilizaciones, la relevancia de las comunidades cohesivas (Putnam) con confianza relacional, “un actor (pueblo, sociedad) que camina versus una verdad única”.

2.- La descalificación al sujeto intergeneracional y plural

La  obsesión de Peña con los estudiantes endogámicos, ilusos y legitimadores de la violencia, lo ha llevado a la disonancia cognitiva (como Villalobos y la no existencia de los mapuches). No amerita mucha argumentación refutar su reducción de un movimiento de movilizaciones en que ha participado en diversas formas la mitad de los chilenos (varias encuestas) y que tiene a la Mesa de Unidad Social como actor protagonista, donde el bloque sindical y el movimiento No + AFP, además de grupos territoriales y ambientales, juegan un papel activo.

Los jóvenes de manera explícita se han jugado contra el modelo y no solo por sus demandas de gratuidad o condonación de deuda. Es una caso excepcional de solidaridad intergeneracional, se repiten por todo Chile sus mensajes por pensiones dignas, por dignidad para todes, por el agua, por el fin del saqueo.

En muchos sentidos, este es el movimiento más plural, interclases, transversal y fraterno de la historia de Chile. No es solo la lucha indígena, la obrera, la territorial, la universitaria, la de los pobladores sin casa, la de los campesinos, es una lucha en favor de reformas integrales, de cambio de modelo.

Peña ama pontificar y a él se le conocen aportes en emplazar a la derecha dura para unir liberalismo y Derechos Humanos desde la transición, sin autoridad en etapas previas. De hecho, cuando fustigó a los cómplices pasivos quedó sin publicar una columna del suscrito que se preguntaba «¿Y dónde estuvo Peña?». Quienes estudiamos en la UC en los años 80 y en el Campus Oriente, supimos de actores comprometidos, demócratas apoyadores pero sin protestar, críticos anónimos, oportunistas, cómplices pasivos en momentos críticos –como la expulsión de estudiantes–. Él no ha vivido el “ser parte” de una generación estudiantil y sus luchas.

3.- La banal descalificación a la “clase” política

Peña insiste en despotricar contra la clase política como la gran responsable, cometiendo dos errores: la generalización y el atribuir la administración del Estado a los representantes en medio de una democracia de poderes diversos, como lo vienen escribiendo Dahl y la poliarquía hace 70 años, y toda la pléyade de valoradores de los movimientos sociales diversos, desde Touraine, Harley y los “nuestros”, como Bengoa, Salazar, Sonia Montecino, entre tantos.

En clase política desconoce las facciones reformistas, disidentes, transformadoras que han existido con fuerza desde el 1997-1998: humanistas y ecologistas como primeros disidentes de la Concertación, la movilización mapuche, el libro La Anatomía del Mito de Moulian, el manifiesto de los autoflagelantes.

En esto Peña se parece a buena parte de los segmentos más anarquistas del despertar social y a los simplistas antipolíticos que meten a todo el mundo en el mismo saco. Para ellos no hubo disidentes, díscolos, críticos, intelectuales que no miraron la desafección como algo “normal de la modernización” sino señas de un modelo que no funciona. Por otra parte, no valora los nuevos actores del Congreso, la coherencia de independientes y regionalistas, Unidad por el Cambio, FA, grueso de la ex Concertación y liberales “sociales” de RN que han permitido avances valiosos.

4.- El desconocimiento de las causas estructurales de la rabia

Para Peña todo lo contrario a la modernización capitalista son inventos grupusculares, porque “desigualdad hay en muchas partes y es inevitable”, Chile va bien y lo único posible son correcciones “socialdemócratas”.  Dice no entender el “malestar” y no quiere oír las toneladas de informes que hablan de que todas las sociedades avanzadas tienen en torno a un 35% de carga fiscal versus el 20% de Chile y que sus niveles de desigualdad son sustancialmente diferentes, así como la aproximación al régimen político (federales) y a la visión ambiental.

Peña no llega al extremo de los supuestos liberales “conservadores” –aquellos como la UDI, el CEP o Kaiser– que temen una nueva Constitución, buscan boicotear la elección de gobernadores regionales, gustan hablar contra los gastos y jamás de los ingresos. Pero tampoco es Peña un liberal progresista como Mirosevic, que propicia más Estado para igualar, confederalismo y empoderamiento de sujetos sin miedo, incluyendo el “cuco” del eventual cogobierno estudiantil y de “administrativos” en la elección de rectores.

No, Peña es un liberal capitalista que cree en el debate racional, pero con un orden que no altere el orden. Llamó la atención que en su compendio de intelectuales relevantes incluyera a Ratzinger –el Papa de la ortodoxia que persiguió a pensadores claves como Hans Küng (los Papas son falibles)–, pero no a Ernesto Cardenal (coherente poeta antisomocista y luego crítico del despotismo de Ortega), tampoco al teólogo liberacionista Leonardo Boff, que fundamentó la decadencia eclesial por el poder absoluto de la romanización, ni muchos menos al gran filósofo Vattimo –católico, comunista y gay–, que propicia el pensamiento “frágil diálogo” y que la propia UDP invitó a Chile. Para Peña un “grande” es Ratzinger, que enfatiza que el cristianismo es una fe que se entrama con la filosofía griega y el derecho romano. Punto, racionalidad occidental moderada.

5.- El no reconocimiento de las violencias

El abogado ha insistido en que la violencia es de la Primera Línea por estos jóvenes locos, clase política que no condena e ineficiencia policial. No hay por tanto violencia estructural naturalizada (Bauman, San Ambrosio, Alberto Hurtado, Salvador Allende) ni violencia del Estado por los 30 muertos y cientos de mutilados denunciados ya por diez organismos plurales de Chile y el mundo. Peña, el (ex)crítico, se convierte en un alguacil.

6.- No ve lo territorial ni lo verde ni lo plurinacional

Peña es de las correcciones en igualdad de oportunidades al modelo (partidario parcial de morigerar la selección y de la gratuidad) y de la llamada agenda valórica (derechos reproductivos, eutanasia, minorías y paridad de género), pero para él, desde el Barrio Alto no existe el clivaje ambiental, territorial ni la plurinacionalidad con su pensamiento decolonial sospechoso de invento posmodernista. Estos actores que vienen generando la mitad de las protestas desde 1997 no son claros en su idea darwinista, rostokniana y anticuada de modernización y desarrollo, donde lo único “extraño” en su acervo es la valoración del subconsciente y Freud.

Paulo Freire y los saberes populares, Elicura Chihuilaf y el bosque azul, el crecimiento cero y la economía circular que no “crece” son cuestiones (i)racionales, aquello que como Max Weber –como el liderazgo carismático– no entendía del todo.

7.- La Nueva Constitución “racional” es la única solución

Peña no entiende la urgencia del “presente” para comprender que no todo es este proceso constituyente de incierto resultado. Le vendría bien leer al penquista Hugo Zemelman con su crítica a liberales y marxistas cuando se entregaban al futuro del chorreo o la revolución que ha de venir. Hay que potenciar el presente y producir los cambios plausibles de una vez sin posponer, postergar, cooptar, maniatar, morigerar.

En análisis comparado desde la historia y la ciencia política se aprecia que, en caso de fracturas gigantes como la chilena, debe haber nuevas coaliciones, poderes de transición, negociación dura, pérdida de privilegios (empresarios, uniformados, oligarquía fiscal, incluyendo la Justicia).

Es decir, la negociación multiactor con los actores “salvajes” con sus “excesos de demandas”, es mucho más racional que lo futurible –aquello que puede ser y no llega a ser–, debate constitucional mediatizado por intelectuales limbóticos que hablan desde el autismo de su racionalidad ciega.

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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