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Pablo Ortúzar, investigador del IES: «El Presidente no tiene ni la capacidad ni el tiempo para arreglar la disputa dentro de la coalición» PAÍS Foto: ieschile.cl

Pablo Ortúzar, investigador del IES: «El Presidente no tiene ni la capacidad ni el tiempo para arreglar la disputa dentro de la coalición»

Hernán Leighton
Por : Hernán Leighton Periodista de El Mostrador
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«La disputa partidista en Chile Vamos es al Gobierno como un fósforo prendido es al infierno», con esta frase el sociólogo e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) resume la relevancia que tiene para la administración de Piñera la fractura que existiría al interior de la coalición oficialista, para la cual el Presidente no tendría la capacidad de mediar. A juicio de Ortúzar, “la situación es más primitiva que una fractura ideológica. Hay peleas entre lotes, pero ninguno es que tenga un programa muy contundente y claro. Hay horizontes difusos que los separan y disputas que son meramente de poder». En ese mismo contexto, agregó que “hay una derecha realmente convencida de que lo que Chile necesita es aguantar, mantener las instituciones como están y tratar de llegar a un ingreso per cápita superior a 20 mil dólares”. A partir de ahí –sostiene–, una parte de la derecha cree que se llegará a altura crucero, desde donde pueden jugar al Estado de bienestar. «Este sector cree que disminuir la velocidad ahora no nos permitiría nunca retomar la potencia para dar el salto final hacia el desarrollo. Y hay otros que pensamos que el nivel de turbulencia que comenzamos a experimentar en el ascenso es tan fuerte, que, si no hacemos un esfuerzo serio por redistribuir la carga y establecer medidas de protección para los pasajeros, se nos va a venir abajo el avión».


Pablo Ortúzar

-¿Cómo has visto a Chile Vamos desde el estallido social a la fecha? ¿Existe realmente una fractura ideológica?
-La situación es más primitiva que una fractura ideológica. Hay peleas entre lotes, pero ninguno es que tenga un programa muy contundente y claro. Hay horizontes difusos que los separan, y disputas que son meramente de poder, como el tema de la reelección de los alcaldes.

-¿En qué estado se encuentra la derecha actualmente, tomando en consideración el clima beligerante que se ha tomado el espacio público, y con miras a un plebiscito que tensiona dos miradas distintas al interior de la coalición?
-En general, cada uno de los partidos de Chile Vamos, así como el conjunto de ellos, está muy debilitado en lo sustantivo, lo que se refleja en su incapacidad para intervenir y enderezar el Gobierno, como en su momento hizo la Concertación cuando el Gobierno de Bachelet estaba al garete.

-¿Existe una diferencia tangible entre una derecha económica y una social? Hugo Herrera habla de una mirada que superpone la economía a la política para la resolución de conflictos, y, por el contrario, otra que habría entendido que es la política la que tiene que dar la respuesta con la economía como herramienta. ¿Qué tan factible es aquello?
-Aquí hay una conversación interesante con Hugo que espero que podamos extender. Él crítica muy fuerte el «economicismo», que es algo así como la pretensión de reducir la comprensión de todas las esferas de la vida al código económico, y gobernar desde esa perspectiva. En esto estoy plenamente de acuerdo con él. Pero luego identifica el economicismo con Milton Friedman, Jaime Guzmán y la Escuela de Chicago. Y a toda esa gente, con Libertad y Desarrollo. Aquí creo que la cosa se pone más enredada y que faltan distinciones en el análisis.

No me parece correcto censurar y excluir a toda una tradición de análisis económico, ni mucho menos identificarla con una institución de propaganda ideológica. Además, Hugo parece convencido de la tesis que algunos pensadores de izquierda sostienen respecto a que Chile habría sido víctima de un «experimento neoliberal» sin antecedentes en nuestra historia ni en el mundo, alegando que en nuestro periodo de mayor prosperidad económica en el siglo XIX habríamos sido gobernados por algo así como nacional-populistas.

Esto ya me parece derechamente equivocado: borra de un plumazo el hecho de que fue Manuel Montt quien trajo a Courcelle-Seneuil a Chile en 1855, quien fundó una escuela liberal clásica muy fuerte, con gran influencia en políticas públicas. También que Andrés Bello tenía ideas económicas muy en línea con lo que le tocó ver en Inglaterra. Basta mencionar que, de hecho, tuvimos banca libre.

-¿Y cómo se extiende ese liberalismo?
-Se extiende con exponentes como Zorobabel Rodríguez y Miguel Cruchaga, hasta comienzos del siglo XX. No es entonces el liberalismo económico un injerto extraño en el país o algo así, ni tampoco estuvo el nacional populismo detrás del crecimiento decimonónico. Y digo todo esto porque me preocupa mucho que la «derecha social», o como uno quiera llamarla, la cual yo apoyo, no sea extremadamente rigurosa en materia económica, ya que es muy fácil, si uno sigue ese camino, que las buenas intenciones se conviertan en muy malas políticas, y solo se agudicen los problemas que se quiere solucionar.

Tenemos muchísimo que aprender y muchísimo que estudiar. Y hay cada vez más economistas mainstream preocupados de los temas que a nosotros nos preocupan, como Luigi Zingales o Raghuram Rajan. Pero si nos relajamos, si caemos en la mediocridad técnica, no vamos a ser ningún aporte al país, por mucho que tengamos buenas intenciones y discursos bonitos. Vivimos en un mundo donde el sistema político y el sistema económico se encuentran altamente acoplados, y eso exige la máxima seriedad en estas materias. Uno no puede combatir la soberbia ideológica con más soberbia ideológica, pero de signo distinto.

-¿Cuánto pesa el ser, o querer ser, el partido más grande e influyente de Chile Vamos, para explicar las diferencias de miradas entre Mario Desbordes y Jacqueline Van Rysselberghe?
-La política es mitad ideas y mitad músculos. Y, como decía antes, la disputa por ahora es mucho más muscular que ideológica. Se apela a las ideas, pero se las usa como se usaban las sillas en la lucha libre. Ya veremos si eso llega a cambiar.

-Con miras al proceso constituyente qué efecto crees que puede provocar en el oficialismo el hecho de que se la Constitución de 1980 –la razón de ser de una buena parte de la derecha– la carta que tambalea?
-Hay una derecha realmente convencida de que lo que Chile necesita es aguantar, mantener las instituciones como están y tratar de llegar a un ingreso per cápita superior a US$20 mil. Después de eso, te dicen, ya llegamos a altura crucero y podemos ponernos a jugar al Estado de bienestar si queremos. Creen que disminuir la velocidad ahora no nos permitiría nunca retomar la potencia para dar el salto final hacia el desarrollo. Y hay otros que pensamos que el nivel de turbulencia que comenzamos a experimentar en el ascenso es tan fuerte, que, si no hacemos un esfuerzo serio por redistribuir la carga y establecer medidas de protección para los pasajeros, se nos va a venir abajo el avión. Estas dos visiones generales obviamente entran en tensión, pero si esa tensión es reconducida a través de un debate inteligente, no tendría por qué ser destructiva.

-Quienes han liderado el rechazo en el plebiscito tienen el rostro de la exministra de Educación, Marcela Cubillos, del senador RN, Andrés Allamand, y del expresidente de RN, Carlos Larraín. En este contexto, ¿están estos líderes a tono con los tiempos y la urgencia del debate, o estás de acuerdo con quienes catalogan esa visión como obsoleta?
-En política nadie muere hasta que muere. Lo obsoleto no existe, principalmente porque los escenarios cambian vertiginosamente. Por eso la idea clásica de «fortuna» para entender la acción política: siempre es una apuesta que uno no sabe cómo saldrá. Dicho eso, si el argumento de este grupo se reduce a agitar el cuco comunista y no ofrecen una alternativa sustantiva de reformas sociales, creo que sus opciones de éxito son muy menores, a menos que ocurran hechos concretos, haya que temer a sectores importantes de la población una verdadera amenaza totalitaria desde la izquierda.

-¿Cómo entra Joaquín Lavín en este proceso? ¿Crees que su figura termine siendo más un facilitador o un problema más para el trabajo en conjunto de Chile Vamos?
-Lavín tiene la oportunidad única de ser el hombre de consenso en la disputa interna de Chile Vamos. Su raíz doctrinaria es gremialista, pero sus propuestas actuales van mucho más en sintonía con la «derecha social». La visión política de la unificación de los dos Chiles, usando como analogía la unificación de las dos Alemanias, es muy potente. Si construye a partir de esa visión un proyecto y un programa sustantivo, él puede terminar siendo el liderazgo clave no solo para destrabar el conflicto dentro de la derecha, sino para terminar destrabando el conflicto político nacional.

Sin tiempo ni capacidad

-¿Cuánto complica el andar del Gobierno la situación de división que se vive hoy en el sector oficialista?
-La disputa partidista en Chile Vamos es al Gobierno como un fósforo prendido es al infierno. Los problemas de la administración son tan grandes, que no hace mayor diferencia.

-Considerando el constante cuestionamiento del que es víctima el Presidente Piñera, ¿tiene este la capacidad de maniobra para poder ordenar sus propias huestes?
-El Presidente Piñera no tiene ni la capacidad ni el tiempo para arreglar la disputa dentro de la coalición. Tiene que concentrarse en mantener andando la administración y cerrar bien el ciclo de la pandemia y el ciclo político de octubre. Todo lo demás es secundario en este momento.

-Tú dices que es de segundo orden, pero la arremetida de la UDI en contra del ministro Blumel, acusando falta de peso político específico, de alguna manera mancilla el trabajo político del Gobierno.
-Sí, obviamente es problemático. Pero esto es la UDI reclamando porque ellos tenían Interior antes y ahora no. Es una pelea territorial no más, sin mucho contenido. Y que recrudece una vez que el Ejecutivo apoya la no reelección de los alcaldes, lo que la UDI lee como una concesión a Evópoli. Son asuntos secundarios. En política uno siempre tiene estos problemas tipo tercera temporada de «The Wire», pero ellos remiten mantener en paz la relación del Gobierno con los lotes, más que a tareas de mayor nivel.

-Se decía que la instalación de los ministros Ignacio Briones y Gonzalo Blumel iba a lograr un efecto de mayor diálogo de parte del Gobierno con el Congreso, pero también una señal de menor rigidez en su mirada hacia lo que sucede con la ciudadanía, ¿se ha logrado ese objetivo?
-La situación del ministro Blumel es distinta a la del ministro Briones. Interior es normalmente el lugar al que grandes figuras políticas van a invertir su capital hacia el final de su carrera, no al comienzo. Esto, porque es un espacio ingrato, del que nadie sale entre aplausos. Luego, para Blumel ha sido todo cuesta arriba, pero viene dando la pelea con aplomo. Hacienda, en cambio, es otra cosa. Y ahí Briones ha mostrado no solo gran capacidad económica, sino mucha habilidad política, lo que lo proyecta como una figura clave para la derecha en los últimos años.

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