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La Alhambra, sus lámparas y el patrimonio… Opinión Crédito: monumentos.gob.cl

La Alhambra, sus lámparas y el patrimonio…

Diego Melo y Magdalena Pereira
Por : Diego Melo y Magdalena Pereira Académicos de la Facultad de Artes Liberales de la UAI.
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Por su origen, naturaleza, síntesis arquitectónica y simbólica. Porque nos advierte y nos recuerda un período de nuestra historia, pero sobre todo porque es un patrimonio tangible inigualable, creemos que estos vestigios no pueden quedar en el olvido. Mantener su vida activa es un deber, en medio de la rigidez de su condición de monumento y la burocracia que aletarga su conservación, más dañino aún es el olvido que inmoviliza y genera pérdidas irreparables, disminuyendo la posibilidad de disfrute y uso de nuestra sociedad.


Una advertencia o la manifestación de una memoria son parte de las dimensiones que comporta la palabra monumento (del latín monumentum). Incluso, la idea de recuerdo se esboza en el verbo monere. También, por cierto, es un vestigio (vestigium), por tanto, una huella. ¿Qué nos advierte? La existencia de un acontecimiento, de un momento, de un recuerdo que constituye una huella en la memoria histórica de los pueblos y las culturas.

Hay algunos de estos que se manifiestan impávidos ante el paso del tiempo, otros han sufrido los embates de la naturaleza y algunos, quisiéramos siempre que los menos, han desaparecido. Ya no están, son un recuerdo del recuerdo y estos, generalmente, se olvidan. La memoria es frágil, por tanto, es necesario que apreciemos el valor del patrimonio, de aquello que nos es común, que refuerza nuestros vínculos culturales e identitarios. Del tangible y del intangible. Y que son representativos de nuestra identidad multicultural.

Amenazados están, hoy por hoy, muchos monumentos que, enmudecidos por el tiempo, han sido testigos de su paso y de los cambios de las sociedades. Otros, por el contrario, olvidados e ignorados y, algunos, esperando alguna ayuda, un “fondo” que financie su restauración y los vuelva a esta vida.

[cita tipo=»destaque»]Los últimos terremotos no le han dado tregua, sobre todo el de febrero de 2010, que generó muchos daños a nivel de su decoración, sobre todo la yesería y la tabiquería, obligando a clausurar 2/3 del edificio, desde el gran salón hasta el patio final. Y, aunque diversas instituciones gubernamentales y embajadas extranjeras –como la de Marruecos– junto a instituciones privadas, se han comprometido con su restauración, esta aún no ha podido ser realizada del todo. Por falta de fondos, en parte; porque los tiempos no calzan, por otra; por distintas prioridades.[/cita]

Uno de los monumentos más significativos de Santiago es el Palacio de la Alhambra. Este, más que representar las fortunas que dejó el salitre a algunos, previo a la guerra, es fruto de la apuesta de un inquieto emprendedor, quien creyó en la formación de los arquitectos chilenos e innovó en medio de una conservadora élite. Joya ejemplar del neoárabe en América, es una de las denominadas “12 Alhambras Americanas”. Encargado por don Francisco Ignacio de Ossa y Mercado al arquitecto chileno Manuel Aldunate, fue diseñado utilizando referencias de la arquitectura islámica, especialmente de la Alhambra de Granada.

Aldunate fijó la atención en cada uno de los detalles, realizando una síntesis armoniosa de las decoraciones de la Alhambra de Granada, incorporando hasta los detalles de las inscripciones como la Galiba o el lema Nazarí: “No hay más vencedor que Allah”, el que se repite a lo largo de la fachada.

Pero no solo en eso se puntualizó el arquitecto, sino que lo dotó de un hermoso jardín interior con una réplica de la Fuente de los Leones, que tiene hasta grabada en árabe la poesía de Ibn Zamrak, aquella que se inicia: “Bendito sea Aquél que otorgó al iman Mohamed, las bellas ideas para engalanar sus mansiones. Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas que Dios ha hecho incomparables en su hermosura…”. De porte señorial, levantándose sobre la calle Compañía, fue declarada Monumento Histórico por Salvador Allende en 1973, su admirador, y traspasado por sus propietarios, incapacitados de mantenerlo, a la administración de la Sociedad Chilena de Bellas Artes. Esta le ha dado vida a través de talleres de arte, pintura y óleo, exposiciones, entre otros, intentando mantener vivo el monumento y abrirlo al deleite de la comunidad.

Los últimos terremotos no le han dado tregua, sobre todo el de febrero de 2010, que generó muchos daños a nivel de su decoración, sobre todo la yesería y la tabiquería, obligando a clausurar 2/3 del edificio, desde el gran salón hasta el patio final. Y, aunque diversas instituciones gubernamentales y embajadas extranjeras –como la de Marruecos– junto a instituciones privadas, se han comprometido con su restauración, esta aún no ha podido ser realizada del todo. Por falta de fondos, en parte; porque los tiempos no calzan, por otra; por distintas prioridades. Hoy, por medio de la prensa, nos hemos enterado del hurto de sus lámparas, las cuales también son parte de su patrimonio.

Por su origen, naturaleza, síntesis arquitectónica y simbólica. Porque nos advierte y nos recuerda un período de nuestra historia, pero sobre todo porque es un patrimonio tangible inigualable, creemos que estos vestigios no pueden quedar en el olvido. Mantener su vida activa es un deber, en medio de la rigidez de su condición de monumento y la burocracia que aletarga su conservación, más dañino aún es el olvido que inmoviliza y genera pérdidas irreparables, disminuyendo la posibilidad de disfrute y uso de nuestra sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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