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Descansa por fin… Barrilete Cósmico Opinión

Descansa por fin… Barrilete Cósmico

Pablo Flamm
Por : Pablo Flamm Periodista deportivo
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Maradona es más que un futbolista. Es un rebelde, revolucionario, enemigo de las estructuras y acérrimo crítico del poder en el fútbol. Fue un futbolista extraordinario, que como las grandes estrellas tenía debilidades. Vivía también con sus demonios. Esos que lo atormentaban día a día, esos que lo llevaban a situaciones –a veces– penosas para su familia y entorno. Amado y odiado, pero siempre generando algo, jamás inadvertido. Y así fue, porque los sueños de Maradona a nivel deportivo se lograron. Más de alguno podrá cuestionarlos y no deja de tener razón, pero su trascendencia y obra están a la vista.


Junio 2001. Buenos Aires revolucionado por el partido homenaje de despedida para Diego Armando Maradona. En ese tiempo y trabajando para Canal13, me envían para la trasmisión y hacer un seguimiento completo a lo que sería, sin duda, el evento futbolero del año.

Todas las grandes figuras en el hotel Hilton de Puerto Madero: Francescoli, Higuita, Ferrara, Bermúdez, una galería impresionante de los mejores exponentes de varias etapas del fútbol mundial, para rendirle pleitesía al «Pelusa».

Cerca de las 15:00 horas, La Bombonera estallaba de gente. No había un pequeño espacio para nadie más. Todos querían decir presente en este magno evento. Cerca de las 15.30 horas y en un escenario montado en plena mitad de la cancha, aparecen los Ratones Paranoicos y al son de esas guitarras rockeras, comienza a sonar “Para Siempre Diego”.

“Quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando por toda la eternidad, es verdad el Diego es lo más grande que hay”… y créanme que en ese minuto, ese estadio y el piso de la cancha temblaban. No me lo contaron, lo viví y hasta el día de hoy, al recordar ese coro de 60 mil hinchas entonando uno de los tantos himnos dedicados a Maradona, es imposible que la piel no se ponga de gallina. Había que estar allí para sentirlo y no dejar de emocionarse.

[cita tipo=»destaque»]El «Pelusa» fue la representación fidedigna del jugador del potrero, del barro y los arcos de piedra, de esa pelota rota y gastada, llena de alegrías y momentos inolvidables. Como esa anécdota que marca parte de todo lo que sentía Maradona por la rebeldía. Ya siendo pieza clave del Nápoles, una familia solicitó ayuda para una intervención de su hijo. El club se negó a autorizar un partido amistoso. ¿Qué hizo el argentino? Se fue a jugar con todos sus compañeros a las afueras de Nápoles a un barrial –las imágenes están en la redes– para realizar igual el evento. En medio de todo el lodo, el 10 regaló gambetas y filigranas a los asistentes, que veían en la tierra literal al dios terrenal regalar su magia.[/cita]

Por eso, entiendo a todos los fieles maradonianos y su sensación de pérdida. El partido como tal no valía la pena, más allá de ver a muchas estrellas juntas en torno al rey, quien –además e improvisando– regaló sin duda la frase que lo patentó por toda la vida y su historia: “La pelota no se mancha”. El aplauso aún retumba en el barrio de La Boca.

Maradona es más que un futbolista. Es un rebelde, revolucionario, enemigo de las estructuras y acérrimo crítico del poder en el fútbol. Maradona fue un futbolista extraordinario, que como las grandes estrellas tenía debilidades. “Cometí errores y los pagué».

Pero la trascendencia del talentoso argentino va más allá de la cancha de fútbol. Es un ícono y, por favor, no lo elevo a la categoría de ídolo ni juzgo sus errores (todos los cometemos y hacemos), pero es imposible que en ningún rincón del planeta no se sepa quién fue el “Barrilete Cósmico”. Es cosa de ver y revisar los portales mundiales, búsqueda en Google y Twitter. Maradona es y será siempre objeto de reverencia.

La cultura popular lo elevó a la categoría de dios y él mismo siempre se negaba a ese rótulo: “Yo no soy ni pido ser ejemplo, para eso están los padres”. Sabía y estaba consciente de esa pesada mochila que el mundo le asignaba. La asumió y se rebeló contra ella. Era una bomba de tiempo. Maradona siempre convivía con la muerte y la resurrección. Muchas veces logró gambetear ese llamado, pero no obstante era un aviso permanente que más temprano que tarde su desenlace iba a ser el que fue.

El «Pelusa» fue la representación fidedigna del jugador del potrero, del barro y los arcos de piedra, de esa pelota rota y gastada, llena de alegrías y momentos inolvidables. Como esa anécdota que marca parte de todo lo que sentía Maradona por la rebeldía. Ya siendo pieza clave del Nápoles, una familia solicitó ayuda para una intervención de su hijo. El club se negó a autorizar un partido amistoso. ¿Qué hizo el argentino? Se fue a jugar con todos sus compañeros a las afueras de Nápoles a un barrial –las imágenes están en la redes– para realizar igual el evento. En medio de todo el lodo, el 10 regaló gambetas y filigranas a los asistentes, que veían en la tierra literal al dios terrenal regalar su magia. Es una imagen emocionante.

Pero Maradona vivía también con sus demonios. Esos que lo atormentaban día a día, esos que lo llevaban a situaciones –a veces– penosas para su familia y entorno. Amado y odiado. Pero siempre generando algo, jamás inadvertido, porque su talento y forma de ser eran así.

“De cebollita soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera, tal vez jugando pudiera a su familia ayudar”. Y así fue, porque los sueños de Maradona a nivel deportivo se lograron. Más de alguno podrá cuestionarlos y no deja de tener razón, pero su trascendencia y obra están a la vista.

“Quisiera ver al Diego para siempre
gambeteando por toda la eternidad
es verdad que el Diego es lo más grande que hay
es nuestra religión, nuestra identidad
quiero siga jugando para toda la gente”

La escucho una y otra vez esta canción y vuelvo a estar en La Bombonera, emocionado escuchando ese coro, que hoy se replica por todo el mundo.

Descansa por fin, «Barrilete Cósmico».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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