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¡Bienvenidos al tercer mundo! Opinión

¡Bienvenidos al tercer mundo!

José Gabriel Palma
Por : José Gabriel Palma Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Santiago
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Pocos se habrían imaginado que en este proceso de “bananización” de la OECD, EE.UU. iba terminar con un presidente (y uno que casi fue reelecto, y que a pesar de perder sacó más votos que Obama o Clinton cuando ellos ganaron) a quien sólo le faltarían los anteojos oscuros y la capa blanca para parecer un pequeño Mussolini de república bananera (incluidas las del Cono Sur).  O que Gran Bretaña iba a elegir a un payaso de Primer Ministro (y del mismo partido que un Churchill, Macmillan o Heath); o que Italia, el país de Dante, Michelangelo, Leonardo, Raphael, o Palma il Vecchio, no sólo terminaría con un Berlusconi como Capo dei capi, sino que éste sería el Primer Ministro que duraría más años en el poder en todo el período de la pos-guerra.


Un factor común en la prensa norteamericana e internacional ante los eventos de ayer en Capitol Hill, donde una turba trató de detener el proceso de transición del poder en EE.UU., fue su sorpresa.  Nunca había pasado algo así en los EE.UU.  Desde Washington, las transiciones de gobierno habían sido civilizadas.  Eso era la mayor contribución de ese país a la civilización universal.  Al margen de que eso sea realmente cierto, al norteamericano promedio le gusta pensar eso, y mirar con cierto desprecio cuando el tipo de eventos que pasó ayer en la capital de EE.UU. ocurre en otros países.

Sin embargo, como he venido escribiendo desde hace muchos años   -en especial desde el fraude electoral en Miami que le dio el triunfo a Bush hijo en 1999, fraude que fue ratificado sin titubeos por la corte suprema controlada por jueces pro-Republicanos- una de las características fundamentales del occidente en los últimos 40 años (desde la elección de Reagan y Thatcher para ser más preciso) es un proceso de convergencia política, económica e institucional entre el norte y el sur; y más específicamente entre los países de altos ingresos de la OECD y los de ingreso medio como América Latina.

Se puede decir que de alguna forma no hay nada sorprendente en esto.  Una de las hipótesis fundamentales del consenso de Washington, siguiendo una de las hipótesis más añejas (entre la añejas) de la teoría neoclásica del crecimiento, era precisamente predecir eso: de hacerse lo que ellos predicaban (predicaban es la palabra), lo que iba a tener lugar en el mundo era un proceso de “convergencia”.  Y en esa convergencia, nuestros países (que iban a crecer más rápido) se acercarían a los desarrollados en niveles de ingreso, calidad de instituciones, baja desigualdad, y un sin número de otras cosas relevantes.

[cita tipo=»destaque»]En lo económico esto significa que además de tener que enfrentar la pandemia sanitaria, también tenemos que desafiar una de las endemias de la región: su falta de imaginación en materias de política económica.  La primera hace estragos creando desafíos hasta hace poco inimaginables, los cuales inevitablemente chocan con los obstáculos que pone la segunda. Y así nos seguimos hundiendo en las arenas movedizas de la inercia.  Como en la letra de la canción Hotel California, seguimos siendo “prisioneros de nuestras propias cadenas”.  El gran desafío de este momento es liberar nuestra imaginación social.[/cita]

Y sí, con la globalización y financialización que siguió a dichas reformas se generó un gran proceso de convergencia entre el norte y el sur en occidente, ¡pero al revés!  Lo que yo llamo el “reverse catching-up”, o cerrada de brechas al revés.  Esto es, en lugar que nuestros países se “americanizaran” o “europeizaran” con todo esto, los países desarrollados han sido los que se han “latinoamericanizado”.  Eso se dio tanto en la forma de funcionamiento de sus economías y en la de sus instituciones, como en su desigualdad (en espacial la del “mercado”, esto es, antes de impuestos y trasferencias).  Pero en especial, en la forma en la que se articuló la mayor desigualdad mercado con el bajo rendimiento de sus economías.  Más aún, sus élites no sólo ahora se sienten con el derecho de propiedad de todos los beneficios del crecimiento (como en el poker, “el ganador se lo lleva todo”), sino que nuestro realismo mágico latino también ha contagiado sus formas de hacer política.

Pocos se habrían imaginado que en este proceso de “bananización” de la OECD, EE.UU. iba terminar con un presidente (y uno que casi fue reelecto, y que a pesar de perder sacó más votos que Obama o Clinton cuando ellos ganaron) a quien sólo le faltarían los anteojos oscuros y la capa blanca para parecer un pequeño Mussolini de república bananera (incluidas las del Cono Sur).  O que Gran Bretaña iba a elegir a un payaso de Primer Ministro (y del mismo partido que un Churchill, Macmillan o Heath); o que Italia, el país de Dante, Michelangelo, Leonardo, Raphael, o Palma il Vecchio, no sólo terminaría con un Berlusconi como Capo dei capi, sino que éste sería el Primer Ministro que duraría más años en el poder en todo el período de la pos-guerra.

Como nos diría Jean-Paul Sastre, no hay nada que refleje mejor lo que está pasando en los países desarrollados (yo ya los llamo geriátricos) que el tipo de opciones que están tomando en política, en economía, y lo poco que están haciendo en discriminación de género, y lo mucho en lo autodestructivo del medioambiente.

Y no hay nada más revelador en esto que lo que ha pasado con la distribución del ingreso, en especial en la del mercado.  Como he analizado en varios trabajos (ver aquí; y en http://www.econ.cam.ac.uk/research-files/repec/cam/pdf/cwpe20124.pdf), al igual que EE.UU. hoy día es mucho más desigual que su vecino al otro lado del Río Grande, Alemania, por ejemplo, ya tiene una distribución del ingreso “mercado” más desigual que la chilena ―mientras que a fines de los 70s tenía una que era modelo de igualdad…

Más aún, no sólo su desigualdad se ha bananizado, sino también su desempeño económico.  Por ejemplo, mientras que en Alemania la desigualdad “mercado” subía en un tercio desde fines de los 70s, hasta llegar a niveles latinos, su inversión caía en un tercio, llegando igualmente a niveles latinos.  Esto es, mientras mayor era la proporción del ingreso que se apropiaban los grupos altos, menor era la proporción de ese ingreso que volvía a la economía en forma productiva.  ¿Suena conocido?  Por su parte, el crecimiento de la productividad también caía de un promedio de 4% a 5% anual entonces, al promedio latinoamericano de casi cero (que también fue el de nuestro país en la década anterior al estallido social de fines del 19).  Sorpresa, sorpresa, China les dio vueltas la tortilla en lo tecnológico…

Todo esto no debería sorprender a nadie pues, como sabemos, la única forma de lograr tamaña desigualdad es distorsionando las economías para llegar a esos extremos.  Si los mercados pudiesen funcionar sin las innumerables fallas de mercado creadas específicamente para eso, dicha desigualdad no sería posible.

Por ejemplo, los mercados laborales de los países desarrollados se parecen cada día más a los nuestros en su inseguridad laboral y bajo crecimiento de los salarios.  Incluso antes de la pandemia, los salarios reales eran más bajos que dos décadas antes en dos tercios de los hogares de 25 economías avanzadas, más de 500 millones de personas.  Mientras tanto, la brecha salarial entre ejecutivos y trabajadores se volvía obscena (en una corporación Británica el año pasado, el CEO ganó más de 2.600 veces que el salario promedio de su empresa).  A su vez, en los EE.UU. el salario real promedio por hora de trabajo ha estado estancado desde la elección de Reagan en 1980.  Entretanto, si en EE.UU. tuviese hoy el mismo nivel de ingresos que tiene, pero su nivel de desigualdad fuese el que tenía cuando Reagan fue elegido Presidente (que ni siquiera era tan bueno…), el 1% más rico ganaría US$ 2 billones menos de lo que gana (y el resto viceversa) ―¡una cifra mayor que el PIB de Brasil!

No debería sorprender, entonces, que ese 1% ahora gasta en promedio US$ 1.7 millones en la educación de cada hijo desde el jardín infantil hasta fines de la secundaria ―y así prepararlos para que entren a las mejores universidades.

Tampoco que en esta doble bananización, dicho incremento de la desigualdad vaya mano a mano con la caída de la inversión; si EE.UU. tuviese ahora la misma inversión como porcentaje del PIB que cuando Reagan fue electo, hoy se invertirían más de US$ 1 billón por año de lo que se hace.

Aquí hay dos preguntas relevantes; una es cómo un grupo tan reducido de la población pudo capturar la política económica (incluido la financiera, la del medioambiente, la laboral, etc.) para distorsionarla a su favor de manera que “el ganador se lo lleve todo”.  Y que además, pueda ganar todo eso en forma tramposa.  La otra, más intrigante aún, es por qué la mayoría de la población no toma una acción colectiva contra eso.

La primera pregunta se puede contestar en forma simple con otra pregunta: ¿Qué tienen en común todos los presidentes de EE.UU. desde las reformas neoliberales ―de Reagan a Trump?  Que todos han nombrado a banqueros como Ministros de Hacienda (Secretary of the Treasury) ―y de Clinton a Trump, a un “Goldman Sachs Boy”.  Y como esa mentalidad impregnó todos los niveles de gobierno, no debería sorprender tanto, entonces, que el FED (o Banco Central) ―los “nuevos alquimistas”― tenga como principal objetivo asegurar que “los ricos sigan siempre siendo ricos, pase lo que pase” ―en crisis, pandemias y lo que sea.

Tampoco debería sorprender que en la década posterior a la crisis del 2008 el índice bursátil (el S&P500) se disparara más del 320%, el mercado alcista (”bull market”) más largo de la historia, el cual generó más de US$ 18 billones de riqueza, mientras la riqueza promedia de los hogares estadounidenses disminuía.  Tampoco debe sorprender, entonces, que Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, llame a todo esto, “el estiércol del diablo”.

Por su parte, el fraude siempre ayuda.  Cinco de los bancos más grandes del mundo —JPMorgan, HSBC, Standard Chartered, Deutsche Bank y Bank of New York Mellon— fueron descubiertos ayudando a personajes turbios y a criminales a mover platas ilícitas, en una estafa que ascendió a US$ 2 billones.  Las subsidiarias de HSBC, por ejemplo, lavaban la plata de los mayores narcotraficantes mexicanos, y ayudaban a Al-Qaida a transferir dinero a EE.UU.  Y, por supuesto, nadie ha ido (ni es probable que vaya) a prisión; una multa basta.  En Chile somos más serios; probablemente los hubiesen  mandado a hacer un curso de ética empresarial en alguna universidad.

Tampoco debería sorprender tanto, entonces, que en EE.UU. durante la pandemia, mientras que 67 millones de trabajadores perdían su trabajo, casi 100 mil empresas cerraban permanentemente, 12 millones de trabajadores perdían su seguro médico sólo al comienzo de la pandemia, 26 millones de adultos no tenía suficiente comida, 1 de cada seis arrendatarios se atrasaban en el pago de la renta, y así sucesivamente, solo cinco personas aumentaban su riqueza en US$ 311 mil millones ―y que la de todos los billonarios de EE. UU. en conjunto aumentaba en más de US$ 1 billón sólo en los primeros 9 meses de esta pandemia.  Y el FED (“independiente”) todavía cree que eso no basta, y le sigue tirando bencina (liquidez) al fuego especulativo.

Como digo en un paper reciente, toda esta inflación en activos financieros es tan absurda que me ha cambiado la vida: desde que me gradué en la universidad siempre he sido propietario de una casa o departamento; y he obtenido como ganancia de capital en ellos (por molestarme en vivir de forma tan agradable) más que todo lo que he ganado trabajando.  Esto es, desde los 21 años hasta hoy día, mes a mes, he recibido un cheque por mi trabajo (universidad y complementos), y uno (aún mayor) de un benefactor (no tan) anónimo.  Es como una lotería en la que todos los boletos siempre salen premiados.  El secreto es tener lo suficiente como para comprar el primer ticket, y después ir siempre comprando el más caro que uno puede aspirar.  ¡Qué vida tan dura!

Pero la vida para la mayoría de la población, ahora también en los países “desarrollados”, ya no es tan fácil como parecería, pues no sólo hay una familia sino también una oligarquía rentista que mantener.  Como les digo cada vez que puedo: “Bienvenidos al tercer mundo”.

Pero ya va siendo poco original afirmar todo esto; que la gran desigualdad “mercado” en el norte y en el sur del Ecuador no es más que una “falla distributiva” construida artificialmente por una minoría capaz de distorsionar los mercados a su antojo.  Es como ir al circo y reclamar que cuando el mago corta a una asistente por la mitad, ¡eso es solo un truco!

La respuesta a la segunda pregunta, sin embargo, en mucho más compleja: ¡por qué la mayoría aguanta todo esto!; bastaría un mínimo de visión (ideología), y un mínimo de “acción colectiva” para desafiarlo.  Como nos decía Gramsci, este tipo de batallas se ganan o pierden en el terreno de la ideología.  Yo también insisto que lo segundo (la acción colectiva) es fundamental, pues hay muchos incentivos para que algunos se aprovechen aferrándose al viento de cola (free-ride).  Chile con su “crony capitalism” (o las relaciones cada vez más estrechas y mutuamente ventajosas entre los líderes empresariales y los funcionarios de gobierno de la “nueva” izquierda), se transformó a nuestro “modelo” en una versión extrema del capitalismo tipo «orden de acceso limitado» de Douglass North.

Aquí entra el gran tema: por qué la ideología neo-liberal, junto con ser una de las tecnologías más refinadas para “desvalijar” de la historia (“technologies of dispossession”; pues en parte se trata de cómo vivir expropiando el valor creado por otros), se ha transformado también en una de las tecnologías de poder más sofisticadas que han existido.  Así es como en Chile ahora busca disfrazarse de “social demócrata” en su agenda social ―y ya compite con la centro-izquierda en eso, ¡la cual reclama por la violación de sus derechos de propiedad intelectual! (ver más).  En momentos de pesimismo mi pesadilla es que el debate entre concejales de la nueva Constitución se transforme en algo así como que “el que da más en la agenda social, mientras mantiene la agenda económica intacta, gana”.  Y para asegurar que la agenda económica siga intacta, hipocresías como el TPP-11 ―y sus camisas de fuerza para imposibilitar el cambio― seguirán siendo factibles.  En otros países, en cambio, la ideología neo-liberal busca mantenerse como hegemónica absorbiendo componentes de causas como las guerras culturales, el racismo, la misoginia, el nativismo, la xenofobia, tergiversando y abusando de agendas religiosas tradicionales, el nacionalismo y cualquier otra causa populista de derecha.

Sin embargo, en EE.UU. el trumpismo ha sido más original: además de aliarse con algunas de las causas ya mencionadas (como la xenofobia y el nacionalismo) buscó sublevar a las masas desposeídas contra tigres de papel ―para lo cual el “progresismo”, la “Tercera Vía”, la centro-izquierda, o como se llame en distintos contextos a esa fuerza política que se acomodó al nuevo escenario buscando hacer “más de lo mismo” pero con más rostro humano, era el blanco perfecto.  Aquellos que buscaban administrar los conflictos y administrar los riesgos, en lugar de tratar de superarlos ―perdiendo su identidad política en el intertanto.  Y como habían perdido su identidad, entonces podían ser blanco para cualquier cosa…

Entonces Trump, mientras implementaba la mayor rebaja impositiva a grandes corporaciones y grupos de más altos ingresos en la historia de ese país ―y subía con eso el déficit fiscal anual a más de US$ 1 billón, y (este miembro del partido que se define como “fiscal conservative” cuando le conviene) subía la deuda pública a su mayor nivel en la historia (excepto por la Segunda Guerra Mundial)―,  levantaba a las masas desposeídas contra esos tigres de papel (los faltos de identidad, que por tanto se prestan para todo) por ser supuestamente los culpables de los males que sufrían.

Mientras los “progresistas” buscaban usar un mínimo de fuerza para lograr el máximo de consentimiento entre los dominados ―a quienes intentaba transformar de agentes de la historia en pacientes de ella―, el trumpismo buscaba ese consentimiento desatando la rabia de esos mismos dominados ―pero no contra de los que los oprimían, sino contra de los tigres de papel.

Y así el trumpismo buscaba que los mismos “ninis” y esa masa que queda de “excedente” de los requerimientos del modelo (aquellos que en Chile salen a desatar la violencia contra el sistema), pasen a ser sus aliados contra los de tigres de papel, para lo cual los quiere transformar de pacientes en agentes falsos de la historia.  Así el trumpismo busca concentrar aún más el ingreso y la riqueza (sin importarle el impacto negativo que so tiene en el crecimiento y en el bienestar de la mayoría), al mismo tiempo que busca como aliado aquél grupo que queda marginado de la lógica de ese modelo concentrador y excluyente.  Y los usa como algo parecido a la Sturmabteilung, o fuerza de choque del Partido Nazi.

Recuerda lo que los tácticos bélicos llaman “un movimiento de pinzas”, en donde en este caso los extremos envuelven a la mayoría para neutralizarla.  Sino fuese porque la pandemia desenmascaró la locura de Trump y la de su entorno (y así y todo fue el segundo candidato a presidente más votado en la historia de ese país), lo más probable es que lo tendríamos por otros 4 años más, consolidando así esta nueva forma de dominación oscurantista.  Nos salvó la campana.

Finalmente recordemos que este tipo de fenómenos son los que tienden a florecer en lo que llamo “un momento Gramsciano” de la historia, donde lo viejo se desvanece, pero lo nuevo no logra nacer, (ver aquí).  En este interregno —como nos advertía Gramsci— es casi inevitable que aparezca “una gran variedad de síntomas dañinos”.  Es como si en el caso chileno (obviamente distinto al de EE.UU.) las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: vivirán empantanados entre un modelo neoliberal que perdió toda legitimidad y discursos progresistas que no logran generar suficiente credibilidad. 

En lo económico esto significa que además de tener que enfrentar la pandemia sanitaria, también tenemos que desafiar una de las endemias de la región: su falta de imaginación en materias de política económica.  La primera hace estragos creando desafíos hasta hace poco inimaginables, los cuales inevitablemente chocan con los obstáculos que pone la segunda. Y así nos seguimos hundiendo en las arenas movedizas de la inercia.  Como en la letra de la canción Hotel California, seguimos siendo “prisioneros de nuestras propias cadenas”.  El gran desafío de este momento es liberar nuestra imaginación social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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