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Historia desclasificada: la Tercera Guerra Mundial y el plan Cóndor PAÍS

Historia desclasificada: la Tercera Guerra Mundial y el plan Cóndor

Las dictaduras latinoamericanas tenían su propia explicación del mundo en el cual vivían: estaban sumergidas en un nuevo conflicto global, donde se veían a sí mismas como el último bastión del mundo cristiano en una lucha sin cuartel ni reglas contra el marxismo y lo que ellas definían como “subversión”. Esa es la explicación que un experimentado diplomático estadounidense dio en 1976 a todo lo que estaba sucediendo en el cono sur de América, y lo que explicaba también la aparición del plan “Cóndor”. Como los militares de esos países creían que estaban en una guerra, se justificaba que viajaran a otros países a cometer acciones de todo tipo, como los asesinatos emprendidos por la DINA.


Una de las explicaciones más tradicionales acerca del intento de las diversas dictaduras latinoamericanas de los años ’70 en orden a exterminar a los dirigentes de los principales grupos radicales de izquierda es la adopción de la famosa Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada desde Estados Unidos y que consideraba la existencia de un enemigo interno (el marxismo), que debía ser combatido militarmente.

Sin embargo, dicha construcción no alcanza por sí sola para explicar los crímenes transnacionales cometidos por las policías secretas de Chile y otros países, especialmente en el marco del plan “Cóndor”. 

Quizá la explicación más cercana a lo que ocurría en aquellos años se encuentra contenida en un documento estadounidense de 1976, que permaneció en secreto durante 35 años, el cual explica que los militares latinoamericanos estaban convencidos de que se encontraba en marcha una Tercera Guerra Mundial y que el cono sur de América Latina era “el último bastión de la civilización cristiana”, algo que parece muy sincrónico con la visión mesiánica que Augusto Pinochet tenía de sí.

Lo anterior es parte de un extenso análisis de 14 páginas efectuado por Harry W. Schlaudeman a inicios de agosto de 1976 y que permaneció clasificado durante 35 años. Schlaudeman, quien falleció hace dos años, fue un funcionario de alto nivel del Departamento de Estado de Estados Unidos. Entre 1969 y 1973 estuvo en Chile, como segundo de la embajada de su país en Chile, después de lo cual fue nombrado vice asistente del secretario de Estado para asuntos interamericanos. Tras ello, permaneció dos años como embajador en Venezuela y en 1976 regresó a la capital de EEUU como asistente del secretario de Estado para asuntos interamericanos. Posteriormente fue embajador de Estados Unidos en Perú, Argentina, Brasil y Nicaragua, además de enviado especial a América Central. 

Es decir, se trataba de alguien que conocía a la perfección lo que estaba sucediendo en América Latina. 

La guerra del Tercer Mundo 

Según explicaba Schlaudeman, las dictaduras del cono sur de América Latina (es decir, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay) se veían a sí mismas envueltas en una especie de batalla de dos frentes. El primero de ellos era “el marxismo internacional y sus exponentes terroristas”, mientras que el segundo era “la hostilidad de las democracias industrializadas, que no comprenden que están mal informadas por la propaganda marxista”, todo lo cual explicaba como un cuadro de paranoia que —decía— quizá se podía comprender en función de las “convulsiones” de los últimos años en Argentina, Chile y Paraguay. 

Pese a ello, recordaba que las fuerzas marxistas habían sido diezmadas en todos esos países: “El fiasco romántico del Che Guevara destruyó las esperanzas de la revolución rural. La caída de Allende es tomada (quizá en forma pesimista) como una prueba de que el camino electoral no puede caminar. Las guerrillas urbanas colapsaron en Brasil con Carlos Marighella y en Uruguay con los Tupamaros”, recordaba. 

Aún así —señalaba— las fuerzas militares “insisten en que la amenaza continúa y que la guerra debe continuar” precisando que ahí es donde aparecía la idea de la “Tercera Guerra Mundial”.

El promotor de ella había creado sido Juan Carlos Blanco, por aquel entonces vicecanciller de Uruguay (que en 2017 fue condenado en Italia por la desaparición de ciudadanos italianos en Uruguay, en medio del plan Cóndor). 

El diplomático norteamericano argumentaba que como consecuencia de esta visión distorsionada de sí mismos y en ese supuesto contexto bélico, estos países “están uniendo fuerzas para erradicar la subversión, una palabra que cada vez más se traduce como disenso no violento desde la izquierda y la centro izquierda” y que el uso del concepto de la Tercera Guerra Mundial les servía para justificar “medidas de tiempos de guerra duras y de exterminio”, pero además les permitía “justificar el ejercicio de su poder más allá de las fronteras nacionales”.

Por supuesto, eso no era todo. Shlaudeman precisaba que la cadena de dictaduras que se había iniciado en Brasil en 1964 también necesitaba creer que estaba desarrollando una Tercera Guerra Mundial, porque para los militares era “importante para sus egos y para (justificar) sus salarios y sus presupuestos en equipamiento”.

Sin embargo, aseveraba que “la amenaza no es imaginaria, pero quizá se la ha exagerado, aunque esto es difícil de sugerir a un hombre como Blanco, quien cree —quizá correctamente— que él y su familia han sido marcados como objetivos”.

En el mismo tenor, decía que durante estos años “los terroristas” habían podido crear distintos grupos guerrilleros en cada país de América Latina, así como “provocar reacciones represivas, incluyendo torturas y escuadrones de la muerte cuasi gubernamentales”, además de crear la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), con cuarteles en Paris.   

Ante ello, escribió, las dictaduras del cono sur “han establecido la Operación Cóndor para encontrar y matar terroristas de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) en sus propios países y en Europa”.

Cabe recordar que el Plan Cóndor, la coordinación de los servicios represivos de América Latina, nació como idea a mediados de 1975, luego de la detención en Asunción del chileno Jorge Fuentes Alarcón, alto dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y del argentino Amílcar Santucho, hermano del líder máximo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Ambos eran, además, parte de la estructura de la JCR y tenían importantes contactos en Paris, ciudad donde existía una base de militantes del MIR y en la cual Fuentes había permanecido hasta poco antes de ser secuestrado, en mayo de ese año. En medio de ello, dentro del plan “Cóndor” se creó la Unidad Teseo, cuyo objetivo era ir a Francia a asesinar a los dirigentes de la JCR, pero también a Ilich Ramírez Fuentes, más conocido como “Carlos el chacal”.

Hay que mencionar que luego de agradecer a los paraguayos por la entrega de Fuentes (quien hasta hoy en día sigue en calidad de detenido desaparecido), el Director de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), Manuel Contreras, invitó a distintos jefes de inteligencia de los países de vecinos a una reunión que se efectuó en Santiago, entre el 25 de noviembre y el 01 de diciembre de 1975, en la que nació formalmente la coordinación de los servicios represivos de las dictaduras del cono sur del continente, que existía de facto desde inicios de 1974.

La burocracia del Cóndor

Como lo señalaba la invitación que Contreras envió a sus pares paraguayos, y que se guarda en el Museo de la Justicia, Centro de Documentos y Archivo para la Defensa de los Derechos Humanos del Poder Judicial de ese país, “la reunión tiene carácter de estrictamente secreta, y se adjunta temario propuesto y programa tentativo”.

Dicho temario, que también figura entre los miles de documentos que componen el llamado “Archivo del horror” paraguayo, parece una pieza de burocracia de una oficina estatal cualquiera. 

En la sección de “fundamentos” del mismo se indicaba, ad hoc a la idea de la Tercera Guerra Mundial que explicaba Schlaudeman, que “la subversión desde hace algunos años se encuentra presente en nuestro continente, amparada por concepciones políticas históricas que son fundamentalmente contrarias a la Historia, a la Filosofía, a la Religión y a las costumbres propias de los países de nuestro hemisferio. Esta situación descrita no reconoce fronteras ni países y la infiltración penetra todos los niveles de la vida nacional”. 

Además de ofrecer a Chile como sede del plan, de precisar que a este podía adherir cualquier país no marxista y de establecer que se debía contar con una base de datos, una central de informaciones y reuniones de trabajo periódicas, el temario incluía un programa general que, visto por encima, podría parecer la agenda de cualquier seminario universitario o de una reunión de ejecutivos: además de siete “sesiones de trabajo”, había actividades sociales también. 

Por ejemplo, el miércoles 26 de noviembre, a las 21 horas, el programa consideraba una “comida ofrecida por el Sr. Director de Inteligencia Nacional”. El sábado 29, en tanto, se consideraba un viaje a Viña del mar y luego otra cena, esta vez en el casino de juegos de la ciudad. Al día siguiente, para cerrar las actividades, había una visita a la Escuela de Caballería del Ejército y a las 21 horas una “visita algún centro nocturno y libre”.

Casi todo era a expensas de Chile. La DINA pagaba el hotel y los gastos de alimentación de tres delegados por país, así como el transporte para todos los invitados. Todos los datos acerca de quienes viajarían, explicaba el documento, debían ser remitidos al Telex 40619-CL o al número 394133 de Santiago, a nombre de Luis Gutiérrez, que era la “chapa” que usaba el nombre de la Brigada Exterior de la DINA.

Los mensajes, por supuesto, debían ser enviados cifrados, por medio de una cifra de sustitución simple, que se adjuntaba a la invitación, y que básicamente consistía en remplazar un alfabeto común (sin letra “ñ”) por otro en el cual las letras estaban puestas al azar. 

Por cierto, las invitaciones y el programa fueron enviadas en persona. En el caso de Paraguay, existe un documento que señala que fue el subdirector de la DINA, Mario Jahn, quien la llevó hasta el jefe de la policía de ese país, a inicios de noviembre de 1975.

Con todo ello en cuenta, volvamos al paper de Schlaudeman. El problema en América Latina, aseveraba el diplomático, comenzaba precisamente con la definición de la palabra usada por la DINA, “subversión”, pues explicaba que no era un término muy preciso y que “en países donde todos saben que los subversivos pueden terminar muertos o torturados, las personas educadas están razonablemente preocupadas acerca de los límites hasta los cuales se puede disentir”.

Esa preocupación, anotó, aumentaba al doble, si se tenía ahora en cuenta que, gracias al Plan Cóndor, “existe la posibilidad de ser perseguidos por policías extranjeras”, lo que ejemplificaba con los casos de uruguayos que habían sido asesinados en Argentina, “donde existen amplias acusaciones de que la policía argentina está haciendo un favor a sus colegas uruguayos”. 

Lo anterior se extendía a otras partes del mundo. Junto con reiterar que la sede de la JCR estaba en Paris, agregaba que tenía “actividad considerable en otras capitales europeas”, agregando que “los regímenes de Sud América lo saben y están planificando sus propias operaciones contra-terroristas en Europa, lideradas por Argentina, Chile y Uruguay”. 

Lo que sabía la CIA

El 23 de agosto de 1976, poco más de dos semanas después del informe de Schlaudeman, el Departamento de Estado emitió un cable a los embajadores de Estados Unidos en Santiago, Buenos Aires, Montevideo, La Paz, Asunción y Brasilia, en el cual se les hacía presente que a todos se les había enviado información acerca de la “Operación Cóndor” (seguramente el informe de Schlaudeman, quien estaba copiado en el cable), aseverándose que si bien “la coordinación de seguridad e inteligencia es probablemente comprensible, sin embargo, estos gobiernos planean efectuar asesinatos dentro y fuera de los territorios de los miembros de Condor”, los que se aseguraba era necesario encarar de inmediato.

Por ello, en el caso de Chile, Uruguay y Buenos Aires, se recomendaba a los embajadores que fueran directo a hablar con los mandatarios de cada país, dándoles a conocer, entre otras cosas, la existencia de “rumores en orden a que esta coordinación quizá se extienda más allá del intercambio de información e incluya planes para asesinar a subversivos, políticos y figuras prominentes tanto dentro de las fronteras de estos países del cono sur, como en el extranjero”. Ante ello, se recomendaba a los diplomáticos hacer ver a los respectivos mandatarios que ello “creará un serio problema moral y político”.

No obstante, la CIA sabía de la creación de “Cóndor” desde varios meses antes que el aparataje diplomático de su país. En efecto, la agencia se enteró del plan hacia marzo de 1976, por medio de una fuente cuyo nombre está tachado, y que explicó que el coronel Manuel Contreras lo había iniciado junto a Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil y Bolivia. 

Hacia julio de ese mismo año, agregaba el reporte, la CIA había recibido la misma información que Schlaudeman: que los miembros de “Cóndor” comenzarían a ejecutar personas en distintos países. 

En otro documento desclasificado de la misma agencia, se relataba el entrenamiento a que se habían sometido los miembros de la “Unidad Teseo” en Argentina y el posterior viaje que hicieron a Europa, pero se aseveraba que la misión de homicidio a la cual habían sido enviados falló debido a una filtración, lo que hizo a los uruguayos retirarse de dicha unidad.

La guerra sicológica

Hacia fines de 1976 el plan “Cóndor” seguía en pie, de acuerdo con otro reporte de la CIA, pero para esa época el foco de ella había comenzado a cambiar, quizá como consecuencia del fracaso de la operación de la Unidad “Teseo”, pero también a causa del desastre que había significado para la DINA el crimen de Orlando Letelier y Ronnie Moffit, en septiembre de 1976 en Washington DC, cometido con la ayuda de Paraguay (que proporcionó pasaportes falsos) y en concurso con cubanos anticastristas, lo que a la larga significaría no solo el cese del apoyo estadounidense a Augusto Pinochet, sino la petición de extradición de ese país del sicario de la DINA Michael Townley, quien apenas llegó a su país natal comenzó a confesar todo lo que había hecho al mando de Manuel Contreras y Pedro Espinoza, el segundo jefe de la DINA.

Con ese telón de fondo, los países integrantes de “Cóndor” se reunieron entre el 13 y el 16 de diciembre de 1976 en Buenos Aires, según la CIA. En ese encuentro, “revisaron actividades pasadas y discutieron planes”, pero el principal punto en el temario (sí, ya sabemos que tenían temarios) fue “la discusión y planificación de operaciones de guerra sicológica contra izquierdistas y grupos radicales en varios países miembros”.

En síntesis, exponía el documento, se trataba de una estrategia por medio de la cual cualquier país miembro “publicaría propaganda útil para otro, de modo tal que el país más interesado no pueda ser identificado como la fuente”, lo mismo que años antes la DINA había hecho en el torpe montaje conocido como “Operación Colombo”, que implicó publicar listas de miristas chilenos supuestamente asesinados en Argentina y Brasil, en medios de prensa creados con ese único fin, a fin de que “rebotaran” en Chile.

Sin embargo, la CIA ignoraba o prefería ignorar ese antecedente y se limitaba a señalar que “Chile y Argentina usaron recientemente este programa, cuando expertos en propaganda chilena crearon una historia acerca de supuestas entrevistas entre el expresidente Eduardo Frei y líderes políticos de Estados Unidos”. 

Pese a que hay varias líneas borradas, a continuación el documento indica que “la historia fue enviada a Argentina, donde apareció en un periódico local. Uruguay también ha participado de este programa”. 

 

Nota: Este reportaje contó con la valiosa cooperación de Rosa Palau, coordinadora del Museo de la Justicia, Centro de Documentación y Archivo para la defensa de los DD. HH de Paraguay.

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