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Borgen en clave Covid-19 Opinión

Borgen en clave Covid-19

Todos podríamos proyectarnos en Borgen, quizás incluso los propios daneses. En esta tercera ola de Covid que nos golpea nos vendría bien volver a ver a la inspiradora Birgitte, ahora imaginándola con mascarilla. Más allá de la ficción o realidad, en esta catástrofe caímos juntos, pero saldremos por separado dependiendo de la racionalidad de nuestros gobernantes y responsabilidad de los gobernados.


Hace un tiempo ensayábamos aquí mismo cómo sería Borgen, la inolvidable serie de política danesa transmitida por Netflix, en clave chilena.
La intensidad de lo vivido estos meses nos mueve ahora a misma ficción, en modo pandemia.
¿Cómo se habría comportado la líder del partido de los Moderados, Birgitte Nyborg, en medio de una crisis de tamaña envergadura? ¿Qué medidas de urgencia habría decretado? ¿Qué políticas públicas habría impulsado? ¿Cómo habría contenido a sus ciudadanos?
Sin hacer un copy paste de las acertadas recetas de otros países y continentes, el caso uruguayo, neozelandés o finlandés nos dejan elocuentes aprendizajes en la vida real, pensemos en cómo Brigitte habría echado mano a su sencillez y sensatez como dirigente, y cómo el civismo danés habría reaccionado frente a su líder.
Vamos por parte.
Lo primero es que seguramente las fronteras se habrían cerrado desde el contagio más temprano, y una cuarentena intensa y limitada se habría decretado sin ambages.
No vemos a la Primera Ministra endosando la culpa del aumento de contagios a los ciudadanos ni a estos últimos volcándose en estampidas de autos entre ciudades durante feriados, presionando la apertura de cordones sanitarios. Lo primero sería esquivar la propia incompetencia. Lo segundo llevar al paroxismo la pulsión individual.
Veríamos más retail y malls cerrados, y más parques y plazas abiertas. Es posible que una sola franja deportiva diaria en cuarentena no habría sido suficiente para hacerse cargo de la pasión ciclista nórdica pero que el toque de queda si hubiera partido antes. Nada que el auto-confinamiento no regule ¿o acaso quebrar la cuarentena no es como jugar al solitario y hacerse trampa uno mismo?
El debate político también habría estado a la altura.
Difícil ver ministros de un gabinete hablando por medios comunicación, en auto referencia. Y qué decir de criticar a la prensa no complaciente o que incomoda.
La responsabilidad por la pandemia la declararía la gobernante cada día como un mantra, como si fuera un juramento hipocrático permanente, sin esquivos ni titubeos. En todo caso siempre vale la pena recordar que una ejemplar Ángela Merkel ya lo ha hecho y sin pasar por Netflix
La certeza jurídica y la reserva legal estarían a la orden del día. No habría espacio ni imaginación para el recurso judicial, la censura o la interpelación parlamentaria irresponsable. La unidad de propósito y el sentido común serían más fuertes y mas rentables que el populismo. La frivolidad legislativa sería un suicidio político y tendríamos un paquete de medidas especiales focalizadas en mujeres, niños y adultos mayores.
Probablemente el arrojo de Birgitte la llevaría a pagar costos transitorios, pero sin perder el rumbo del largo aliento. Como nos gustaría en Chile la firme y universal convicción de que los que más tienen deben contribuir ahora en mayor proporción a la crisis y soportar más carga pública y, de igual modo, tener la visión de que los compromisos internacionales deben honrarse y que a la larga serán un estimulo para nuestra economía, como lo es la aprobación del TPP-11.
Quizás veríamos en Borgen a un gabinete completo, incluyendo directivos públicos, no sólo parlamentarios, reduciendo sustancial y temporalmente sus salarios y gastos para redirigir ayudas estatales. También un nuevo entendimiento en la asociación pública privada, donde el sector empresarial se sienta en la misma mesa de gremios médicos y del gobierno sin ser recibidos con suspicacias o prejuicios, pero asumiendo compromisos a la altura de sus capacidades financieras.
En definitiva todo un Estado contribuyendo a un paquete de estímulo fiscal a largo plazo y a una ayuda universal de alivio inmediato. Una Jacinda Arden entendió este equilibro en Nueva Zelanda, sin pasar tampoco por la pantalla chica.
¿Y en el trabajo de campo?
La conectividad digital se chequearía con la misma cobertura y celo que las mascarillas y la deposición simbólica de alcohol en las tiendas. Los ciudadanos tendrían un dividendo digital provisionado por el Gobierno y no habría ni un sólo niño en ningún rincón del país sin poder acceder a clases desde su hogar.
Y una vez que la vacunación avanzara y la trazabilidad arrojara mejores números seguramente habríamos visto satisfacción sin cantar victoria.
Prudencia y gradualidad para dar consistencia a los efectos de las medidas adoptadas. Sobriedad y calma para contener e informar a la población.
Al final del día eso haría un liderazgo sólido, así se comportan las democracias maduras.
Todos podríamos proyectarnos en Borgen, quizás incluso los propios daneses. En esta tercera ola de Covid que nos golpea nos vendría bien volver a ver a la inspiradora Birgitte, ahora imaginándola con mascarilla. Más allá de la ficción o realidad, en esta catástrofe caímos juntos, pero saldremos por separado dependiendo de la racionalidad de nuestros gobernantes y responsabilidad de los gobernados.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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