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El señor Piñera Opinión

El señor Piñera

Fernando Alessandri
Por : Fernando Alessandri Licenciado en Historia y Comunicación Social, Periodista, Global MBA de IESE
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Es muy delicado lo que pasa en Chile como para culpar a una persona. Pero me parece que es necesario hacer una pausa y recordar la génesis de lo que hoy tiene al Presidente de la República esclavo de las encuestas, bordeando los porcentajes de aceptación más bajos de la historia. El fracaso de Piñera no será olvidado fácilmente, ni tampoco su testarudez y torpeza. Uno no va a sentarse a la estatua de Baquedano con prensa después de un estallido que pedía su cabeza. Ni almuerza con los Cueto en el paseo El Mañío cuando se veía lo de LAN, donde es socio. Hay reglas en la vida y, a pesar de lo que me cuesta aceptarlo, diría que son casi de derecho natural o karma, para buscarle una explicación metafísica a la ambición enferma y la incapacidad de conectar con los demás.


Cuando el Presidente de la República aún en ejercicio, don Sebastián Piñera Echenique, se acercaba a los cuarenta años, se obsesionó con la idea de liderar la política chilena. Iba a tener la edad legal para un cargo senatorial y la Democracia Cristiana, su partido natural, por cuna e ideología, le cerraba las puertas por no cumplir con los años de militancia o alguna otra regla de ese tipo, a pesar de haberse insertado en todas las fotos estratégicas de la campaña del NO. Pero como es hábil y «Don Dinero, poderoso caballero»… se acercó a la derecha liberal, y el grupo conocido como la “patrulla juvenil”, que comandaba Andrés Allamand, le abrió las puertas para ser senador por Santiago Oriente, a cambio de una suma aún desconocida y nadie sabe tampoco bajo qué acuerdos. De esta manera, el día que se inscribían las candidaturas, en un Chile ávido de una democracia exitosa, irrumpe la figura del Sr. Piñera.

Empezamos así a conocer un nuevo estilo de hacer política, con figuras de su cuerpo a tamaño natural, similares a lo que vimos últimamente con el senador Sanders, pero de pie y sonriente, camiones cumbiancheros gigantes, mucho Power Point y datos, propios de la actitud exitista de una generación bien instruida y no siempre bien educada, que había devorado las posibilidades que les daba acercarse a un país pujante y mucha información en pocas manos.

El señor Piñera se apropió del Consejo General de RN primero y el Senado después, imponiendo un ritmo gerencial y mercachifle a una cámara revisora que requiere más de pausas estratégicas, negociación certera y grandes acuerdos que aseguren gobernabilidad. Tuvimos así al senador Piñera, que nunca dejó de engrosar sus arcas y lentamente aniquiló lo que era el proyecto político más viable para el país.

[cita tipo=»destaque»]Desde mi humilde testera de plumario electrónico con buena memoria, le deseo lo mejor para lo que quede, pero de Gobierno queda poco y nada. Me temo que habrá que esperar que aparezcan figuras que puedan liderar sin estar obsesionados con figurar y que, por ahora, más que culpar al segundo piso, el Presidente aún en ejercicio se pregunte por qué cree que entregar el país a Joaquín Lavín es algo bueno y por qué fallar en un régimen presidencialista, en lograr los acuerdos mínimos que garanticen gobernabilidad, es razón suficiente para parar un poco, tratar de dormir, dejar de hablar como robot e intentar sacarnos, en los meses que le queden, de la debacle donde nos empezó a meter cuando tenía cuarenta años.[/cita]

Llega así el harakiri de Renovación Nacional, cuando don Sergio Onofre Jarpa entrega su senaduría a la UDI. Comienza ahí un proceso que lentamente termina de erosionar por completo lo que fue el Partido Liberal y caemos en una dictadura de facto de empresarios omnipresentes, bondadosos de fachada, que institucionalizan las malas prácticas.

El mundo había cambiado, y rápido. Tras la desaparición de los líderes naturales, aparecen personajes como el senador Ossandón y don Mario Desbordes, hombres que sudan mucho y logran poco. Renovación Nacional, como proyecto político, quedó en coma y nacen de ello proyectos desesperados de política «pop», como “Egópoli”, donde no hay mucha trayectoria ni pensamiento profundo y, sí, muchas ganas de figurar.

Lo que sigue es historia conocida y el país de los mercachifles y la beatería tolerante que parecía inmortal, termina en los escándalos de colusión, una izquierda beligerante potenciada y lo que conocemos como el “estallido social”, un fenómeno demasiado reciente como para poder analizarlo con responsabilidad, que habla de un profundo descontento.

Es muy delicado lo que pasa en Chile como para culpar a una persona. Pero me parece que es necesario hacer una pausa y recordar la génesis de lo que hoy tiene al Presidente de la República esclavo de las encuestas, bordeando los porcentajes de aceptación más bajos de la historia, habiendo tenido que aceptar las desautorizaciones, primero de un general que le recordó por la portadas de los diarios que no estaba en guerra con nadie y, luego, el vergonzoso desenlace de la pavonada del Tribunal Constitucional. Ambos eventos dejan en evidencia la peligrosa desconexión de Su Excelencia con la realidad.

El fenómeno Piñera es complejo. Muchos lo votamos por segunda vez creyendo que era el mal menor. Y en el papel parecía serlo. Pero hoy se necesita más que nunca que lleguen al poder políticos con más calle que planillas gerenciales y que puedan no solo comprender las demandas y necesidades del país, sino que saber encauzarlas y guiar a la población hacia un futuro mejor, con un presente digno. “Expected earnings” de la mano de “realized gains”. El talento cuantitativo se puede comprar; las habilidades blandas, no.

Como decía don Gabriel Valdés Subercaseaux, un prohombre de la Democracia Cristiana que hoy pocos recuerdan, “las estrellas más brillantes tienen la obligación de guiar a los navegantes”. Pero el Presidente Piñera se mimetizó más con la estrategia de don Patricio Aylwin y don Gutenberg Martínez, donde el fin justificaba los medios y lo importante era el efectismo. Brillar y guiar, importaba menos que la foto.

Juego con la idea de un Chile con una DC comandada por don Gabriel Valdés, logrando acuerdos con la gente de don Ricardo Lagos, con una derecha liberal sensata, que no hubiese sido flagelada por las ambiciones personales de un personaje que ha dejado demasiados heridos en el camino como para dedicarle elogios. Pero es solo eso, un juego. La realidad muestra un Chile urbanísticamente aniquilado, con gente poco feliz, pagadero en incómodas cuotas mensuales. Y, claro, también gracias al Sr. Piñera, con voto voluntario.

El fracaso de Piñera no será olvidado fácilmente, ni tampoco su testarudez y torpeza. Uno no va a sentarse a la estatua de Baquedano con prensa después de un estallido que pedía su cabeza. Ni almuerza con los Cueto en el paseo El Mañío cuando se veía lo de LAN, donde es socio. Hay reglas en la vida y, a pesar de lo que me cuesta aceptarlo, diría que son casi de derecho natural o karma, para buscarle una explicación metafísica a la ambición enferma y la incapacidad de conectar con los demás.

Desde mi humilde testera de plumario electrónico con buena memoria, le deseo lo mejor para lo que quede, pero de Gobierno queda poco y nada. Me temo que habrá que esperar que aparezcan figuras que puedan liderar sin estar obsesionados con figurar y que, por ahora, más que culpar al segundo piso, el Presidente aún en ejercicio se pregunte por qué cree que entregar el país a Joaquín Lavín es algo bueno y por qué fallar en un régimen presidencialista en lograr los acuerdos mínimos que garanticen gobernabilidad, es razón suficiente para parar un poco, tratar de dormir, dejar de hablar cómo robot e intentar sacarnos, en los meses que le queden, de la debacle donde nos empezó a meter cuando tenía cuarenta años.

Me despido preguntándome si habrá sido bueno callar cuando apareció con la estupidez de Chile Vamos, cuando no hay que ser muy letrado para darse cuenta de que, si de motivar se trata, era bastante mejor ponerle Vamos Chile y gente de peso al proyecto. Pero, en fin, la rueda sigue girando y, como dicen los filósofos, lo sorprendente es que, pase lo que pase, siempre sale el sol y todo se paga en la vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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