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Los 155: la gestación de un nuevo mapa político PAÍS

Los 155: la gestación de un nuevo mapa político

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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Conforman la asamblea ciento cincuenta y cinco ciudadanos, la mitad mujeres, diecisiete pertenecientes a pueblos originarios. Muchos son jóvenes -el 40% tiene menos de 40 años-, y los que pertenecen a las diversidades sexuales usan pañuelos o mascarillas que lo evidencian. Algunos de los indígenas visten sus ropas tradicionales -mantas de colores, chamales, trapelacuchas, trariloncos y bonetes-, los mayores del ala conservadora usan terno y corbata, pero el resto va como cualquiera por la calle. Ahí están todas las clases sociales –los satisfechos, los temerosos, los indignados-, y un buen muestrario de los deseos y las deudas dispersas por Chile. 


El proceso avanza a buen ritmo. Ya están creadas ocho comisiones transitorias, destinadas a completar la instalación: Reglamento, la fundamental, la que definirá las reglas con que acordaremos cada artículo y la totalidad de la nueva Constitución; Ética y Transparencia, para resguardar el correcto comportamiento de los convencionales; Presupuesto, llamada a solucionar los vacíos administrativos, como pagar el café y los sándwiches embolsados; Descentralización, para incorporar las regiones; Comunicaciones, para transparentar en qué estamos, qué somos, qué hacemos y hacia dónde vamos; y la de Derechos Humanos, destinada a priorizar, desde el comienzo, su reconocimiento y cuidado como eje de la tarea que nos convoca.

Difícil entender por qué la derecha puso ahí al almirante Arancibia, ex edecán de Augusto Pinochet, teniendo una mayoría de convencionales sin el menor vínculo con la dictadura. “Para provocar”, responden casi todos los convencionales. Y lo lograron, porque bastó que dicha comisión comenzara a sesionar para que su presencia despertara las furias, mientras él las contemplaba como si nada.

No son los discursos del plenario lo más interesante. Generalmente, ahí se le habla a la galería. Muchos procuran grabarse con sus teléfonos al hacerlo, para luego compartir el video por sus redes. Los intercambios de pareceres y las negociaciones se llevan a cabo en los pasillos, bajo las columnas corintias de la terraza o en los jardines de este histórico edificio, reconstruido después de un incendio, apenas terminada la guerra civil de 1891. 

Junto a una de las ninfas verdes que hacen las veces de farol, se instalan los socialistas y, tendiendo a la calle Morandé, los comunistas. Si no están ellos, ahí mismo se reúne la derecha. El primer grupo que llega desplaza al resto hacia la puerta de salida o las escalinatas de mármol. Los mapuche suelen ocupar una banca del otro lado, más próxima a la calle Bandera y, a continuación, hablan por teléfono o leen solitarios. Los cruces se producen en la terraza, junto al mesón del café, cuando los hay.

Recién comenzamos a conocernos, de manera que en esa zona los diálogos personales se trenzan con las discusiones y tratativas propias de la convención. “Qué piensas de…”, “Supiste que…”, “a quién piensan apoyar para…”, “nuestra comisión va bien, pero…”, “estoy pirquiniando un patrocinios, ¿se te ocurre quién podría ser?”. 

A la derecha le cuesta mucho entender esta convención. Es cierto que no son recibidos con cariño, aunque tampoco con violencia, salvo que la falta de afecto lo sea. Sus amigos de afuera les llaman Los Treinta y Siete, comparándolos con Los Treinta y Tres mineros que durante el 2010 permanecieron dos meses y medio atrapados un kilómetro bajo tierra, tras el derrumbe de la mina San José.

Se sientan juntos y son todavía pocos los que osan cruzar fronteras y conversar con extraños. Entre ellos hay varios que quisieran hacerlo, pero las voces más ortodoxas del sector, que son también las más notorias, los cercan. Marcela Cubillos es la generala de ese grupo de choque que avala todos los prejuicios en su contra. Este sector, tras el estallido, recuperó el aura dictatorial que durante décadas había intentado superar.

Los doscientos y tantos traumas oculares ocasionados por los perdigones que disparó la policía mientras reprimía las protestas -Gustavo Gatica y Fabiola Campillay perdieron completamente la vista- las tiñeron de abuso gubernamental. Fueron detenidos un número impreciso de manifestantes durante la revuelta, y el porcentaje de ellos sin liberar pasó a la categoría de “presos políticos”. Tampoco está claro cuántos murieron en lo que duró el levantamiento popular, ni cómo, pero algunos alcanzaron la categoría de mártires. Circularon historias de violaciones y torturas en comisarías. Llegó a decirse que las estaciones de metro estaban convertidas en centros de tortura. Algunos comenzaron a llamar “dictador” al presidente Sebastián Piñera. 

Pero más allá de las auras y los prejuicios, para los miembros de esa derecha histórica, católica, apostólica y romana, acostumbrada a poner las reglas de la decencia, dueña de los medios de comunicación hegemónicos, del juego financiero y de la inmensa mayoría del aparato productivo chileno, ver presidiendo esta convención desde la testera de caoba a una indígena, igual a otras que solo habían visto sirviéndoles la mesa y aseando sus casas, es muy difícil de asimilar.

En el salón de honor del Senado, donde hemos sesionado un par de veces todos juntos, hay una inmensa pintura de Fray Pedro Subercaseaux (5.20 x 8.50 metros.), titulada El Descubrimiento de Chile. Ahí, figura don Diego de Almagro con su armadura y espada, que es también un crucifijo, montando un caballo blanco, mientras un lonco mapuche le muestra el valle del que hace entrega. Exactamente bajo ese cuadro se sienta ahora Elisa Loncon, como un lonco que vuelve con la fuerza de los siglos a retomar la posesión de sus tierras perdidas. 

Conforman la asamblea ciento cincuenta y cinco ciudadanos, la mitad mujeres, diecisiete pertenecientes a pueblos originarios. Muchos son jóvenes -el 40% tiene menos de 40 años-, y los que pertenecen a las diversidades sexuales usan pañuelos o mascarillas que lo evidencian. Algunos de los indígenas visten sus ropas tradicionales -mantas de colores, chamales, trapelacuchas, trariloncos y bonetes-, los mayores del ala conservadora usan terno y corbata, pero el resto va como cualquiera por la calle. Ahí están todas las clases sociales –los satisfechos, los temerosos, los indignados-, y un buen muestrario de los deseos y las deudas dispersas por Chile. 

El voto de cualquiera de nosotros vale lo mismo. El país aquí representado tiene más lenguas que el español, más nihilismos y creencias religiosas que el cristianismo y más núcleos fundamentales que la familia tradicional. Aquí no ordenan los partidos de las décadas pasadas: no existe La Concertación, hay un DC, un par de PPD, solo sobrevive el Partido Socialista, pero sin sus “barones” ni rastros del Mapu-Martínez: salvo un par, todo el resto son jóvenes y dos de ellos homosexuales, algo completamente inusual en una organización de tradición obrera.

Renovación Nacional tampoco existe con nitidez. Junto a los que llegaron apoyados por Evopoli, conforman la órbita aperturista de la derecha. Cada día se les ve más lejos de los UDI que, a diferencia de ellos, han optado por la resistencia. Y está el Partido Comunista, viejo, pero vitalizado por un grupo de figuras femeninas que alivianan su carga histórica y un esfuerzo infatigable por representar la furia que, aunque sin paraíso socialista en el horizonte, en ellos encuentra una complicidad que la redime. La UDI y el PC son dos conglomerados que parecen más concentrados en representarse a sí mismos que en tejer una historia común. Mientras los Udis se distancian del ala liberal de Chile Vamos, a los PC les ocurre lo propio con sus socios de Apruebo Dignidad.

La Lista del Pueblo tiene un corazón que late en Plaza de la Dignidad y una variedad de arterias regionales, con causas ecológicas o demandas locales, recién conociéndose unas a otras. Días atrás, Loreto Vidal abandonó dicho colectivo -Elisa Giustinianovich lo hizo algunas semanas antes- argumentando que no quería perder su independencia, y que su único objetivo “es darle valor al buen trato, al diálogo, al método deliberativo como una forma de resolver los conflictos”. Al igual que los Independientes No Neutrales, son conglomerados que nacieron para dar cabida a representantes de realidades sociales y culturales ajenas a las organizaciones partidarias existentes en el parlamento. 

El Frente Amplio vive sus tiempos de gloria, pero aún no aprende a liderar. Mira para distintos lados preguntándose quién es, por miedo a reconocer que ya lo sabe. Con un presidente de la república ad portas entre los suyos, se le acabó el tiempo de las coqueterías. Hoy su obligación es generar gobernabilidad.

Es evidente que vivimos el fin de un ciclo histórico y que al interior de la Convención comienzan a amasarse las nuevas alianzas que dibujarán el mapa político de los tiempos por venir. Difícil encontrar, para alguien interesado en la Política -la grande, la misteriosa, la que Aristóteles llama “arte”- algo más interesante y complejo que este proceso constituyente.

 

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