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El espectáculo de la derecha y su regreso al pasado Opinión

El espectáculo de la derecha y su regreso al pasado

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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En un par de semanas más vamos a comprobar si en la derecha han evolucionado algo o si, definitivamente, optan por anclarse en el pasado y no superar nunca su complicidad con la dictadura y, menos, ser capaces de asumir los cambios que ha vivido el país en estas décadas. También veremos si el péndulo se mueve hacia una derecha como la europea, que ha integrado los nuevos temas de la sociedad y flexibilizado sus posturas intolerantes de los años 70 y 80, o se unen al grupo fanático y extremo que hoy lidera Bolsonaro. 


“José Antonio Kast es de extrema derecha… (con él) el país retrocedería en derechos que ya había ganado para las diversidades, para las mujeres, para las minorías, para el cambio climático y el combate por la sustentabilidad….yo no me voy a transformar en una persona de extrema derecha, una persona que no es tolerante, una persona que no cree en la diversidad, una persona que no es independiente, una persona que no cree en las ideas de la libertad”. Si usted fuera un extranjero que no conoce nada de Chile, jamás se le pasaría por la cabeza que esta frase corresponde a la que el candidato de la derecha oficialista le dedicó al otro representante de ese mismo sector.

Si usted fuera extranjero, tampoco podría entender que Sebastián Sichel fue elegido con amplio margen en unas primarias en que participaron todos los partidos de Chile Podemos +, un conglomerado que nació hace solo un par de meses y parece estar muriendo en estos días. Todo en récord, porque la verdad es que la semana pasada –en la práctica– el pacto que unía a la UDI, RN, Evópoli y el PRI se suicidó, sin la intervención de terceros. La UDI sinceró que su corazón está con Kast –la voltereta de Ena von Baer fue francamente vergonzosa–, Renovación Nacional y Evópoli decidieron prescindir de los gremialistas en la Convención, Sichel dio libertad de acción –pese al compromiso asumido por los partidos– y Kast se autocoronó como el único representante de la derecha. Un espectáculo ante el cual la oposición tomó palco. 

Solo unos días después que Sichel fuera elegido como candidato del oficialismo, advertimos –en este mismo espacio– que el exministro había cometido un error de entrada al subestimar a los partidos de su coalición cuando amenazó a Paulina Núñez –una mujer de peso en RN– con quitarle su respaldo por apoyar el cuarto retiro de las AFP. “No se va a poder sacar la foto conmigo”, dijo con aire de soberbia. Sichel, que abusó de su calidad de independiente y de visibilizar en exceso a los ex-DC, quedó en la mira desde ese momento, especialmente en el caso de la UDI, un partido cuya simpatía por Kast era evidente. 

La debacle de Sebastián Sichel fue rápida. Primero motivada por sus propios errores –como no reconocer que había retirado su 10%, y luego por la forma, casi cándida, con que se defendió de la acusación sobre los aportes de la campaña en que compitió para diputado por la DC–. Sin embargo, más allá de la caída en las encuestas del abanderado de Chile Podemos +, la derecha oficialista optó por darle la espalda de manera temprana. ¿Por qué senadores y diputados de RN y la UDI no tuvieron la lealtad –e incluso pragmatismo– de esperar la segunda vuelta para “salir del clóset”? ¿Qué les costaba aguantar unas semanas más, dándole aire a Sichel ahora, lo que les habría facilitado el relato de “ahora apoyamos al representante del sector que pasó a segunda vuelta”? Simple y profundo a la vez. La esencia de la derecha sigue inalterablemente anclada en su pasado. 

No olvidar que quienes hoy son Chile Podemos +, hasta hace poco estaban contra el divorcio –incluidos algunos RN separados, como Allamand–, contra el aborto en todas las causales, defendían a muerte las AFP, no toleraban la diversidad en ninguna forma, apoyaron la Pinochet y las violaciones de los DD.HH. y, también, sacaban insertos de respaldo a Karadima. Esa derecha que incluso negaba el calentamiento global, que ha detestado siempre a los migrantes que no tienen la tez blanca y son rubios –como los padres de Kast– y que votó Rechazo en el plebiscito contra el 80% restante del país. Todos estos puntos están en la base del relato y posiciones que ha manifestado Kast ahora y siempre, y que hoy lo tienen en la pole position, pese a los cambios radicales que ha vivido Chile desde 2019. 

Sin duda, Sichel tiene razón cuando dice que no está dispuesto a apoyar a Kast en caso de que sea este quien pase a segunda vuelta. El exministro de Piñera podrá haber cometido muchos errores, pero es un hombre que proviene del mundo DC, que rechazó la dictadura y que aparecía en el horizonte como una oportunidad para ayudar a la derecha añeja a realizar un punto de inflexión y conectarla con los cambios que la sociedad chilena ha experimentado en la última década. Qué más claro que Sichel derrotó al favorito de la elite, Joaquín Lavín, que pese a todo ya había aportado al reciclaje del sector. 

José Antonio Kast es el alter ego no solo de Sichel, sino de esa derecha social y moderna que intentaron imponer los Desbordes, Ossandón y la mayoría de los Evópoli, pero que, por lo visto, parece estar perdiendo la batalla, no la electoral, sino la ideológica. De Kast hay que reconocer que es un tipo consistente, porque no ha cambiado nada en los últimos 30 años. Su relato no tiene una coma distinta de lo que encontramos en el discurso de la derecha que participaba en la dictadura. Un Estado mínimo, mano dura Pinochet, intolerancia a la diversidad sexual, a los migrantes, a las familias distintas. Esa derecha del discurso de no al divorcio, no al aborto –él tiene 9 hijos y su señora, también candidata, señaló que el mejor método anticonceptivo era la abstinencia…– y promotor de zanjas al estilo Trump y Bolsonaro –sus dos referentes–. 

En un par de semanas más vamos a comprobar si en la derecha han evolucionado algo o si, definitivamente, optan por anclarse al pasado y no superar nunca su complicidad con la dictadura y, menos, ser capaces de asumir los cambios que ha vivido el país en estas décadas. También veremos si el péndulo se mueve hacia una derecha como la europea, que ha integrado los nuevos temas de la sociedad y flexibilizado sus posturas intolerantes de los años 70 y 80, o se unen al grupo fanático y extremo que hoy lidera Bolsonaro. 

Pero tal vez en lo que más tiene razón Sichel –que decidió dar la batalla contra los molinos de viento, aunque de manera tardía–, es en que, si la derecha se inclina por Kast y prefiere hacer el giro “a la ultraderecha y fanatizada” –dicho de manera textual por el abanderado independiente–, estará condenada a vivir una tragedia: optar por ser un sector de nicho aunque no conquiste el poder, lo que significaría volver a “caer en la tentación de solo ser la resistencia, (con lo que) este país no solo será ingobernable, sino que nunca más vivirá en paz”. Bueno, a lo mejor ese es el diseño y la apuesta de algunos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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