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Cumbre por la Democracia: una operación multidireccional del presidente Biden Opinión

Cumbre por la Democracia: una operación multidireccional del presidente Biden

Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Como lo recuerda Pedro Abramovay, director de Open Society para América Latina, “todos los gobiernos autoritarios actuales fueron degradando poco a poco la democracia», mientras Anne Applebaum, autora de «El ocaso de la democracia”, expresa que la seducción del autoritarismo no solo expresa que las democracias más antiguas y estables son las que ahora están amenazadas, constatando con ello que la democracia en sí ya no es irreversible, como tampoco su supervivencia. Donald Trump ya dejó la Casa Blanca, aunque es candidato para el 2024.


El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, cumpliendo una promesa de campaña y como parte de su estrategia de reinserción y liderazgo internacional, invitó a más de un centenar de países a participar en una cumbre virtual por la democracia (9 y 10 de diciembre). En este evento, donde participarán gobiernos, grupos de la sociedad y el sector privado, se pretende debatir políticas, prácticas y alianzas para fortalecerla. El evento se da en un momento en que hay un importante retroceso de la democracia a nivel global (incluyendo a Estados Unidos y países europeos) con la irrupción de líderes autoritarios, electos o no, que atacan a opositores y la diversidad, cierran medios independientes, erosionan la institucionalidad, etc.

Tres son los grandes temas de la cumbre: defensa contra el autoritarismo; lucha contra la corrupción; y hacer avanzar el respeto por los derechos humanos. Biden dijo que estos desafíos “simultáneos y apremiantes” plantean una cuestión definitoria para los países libres (y) es necesario que las democracias puedan colaborar para satisfacer las necesidades de los pueblos y construir un mundo más equitativo, incluyente y sostenible, a la vez que lograr fórmulas para “resolver los problemas más acuciantes como el COVID-19, la crisis climática y el aumento de las desigualdades”.

Entre los invitados están aliados de EE.UU. como Irak, India y Pakistán, pero no Turquía (miembro de la OTAN), según la lista dada a conocer por el Departamento de Estado. Del Medio Oriente, solamente Israel e Irak fueron convocados, dejando afuera a otros aliados tradicionales, como Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Qatar o Emiratos Árabes Unidos. En Europa, además de los países occidentales tradicionales, está Polonia, pese a sus constantes violaciones del Estado de derecho, no así Hungría. De África están invitados la República Democrática del Congo, Kenia, Sudáfrica, Nigeria y Níger. Con respecto a América Latina, Biden invitó a Brasil, Argentina, Chile, Colombia México, Paraguay, Perú y Uruguay, dejando fuera a Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y El Salvador.

La República Popular China (RPCh) como parte de los sospechosos de siempre, no fue invitada, a diferencia de Taiwán. Biden desde el inicio de su campaña presidencial ha descrito los valores democráticos como los más preciados para Estados Unidos (“son nuestra fuente inagotable de fuerza”). En este contexto, desde su llegada a la Casa Blanca, ha sostenido los mismos reclamos que su antecesor frente a la RPCh (léase derechos humanos, Taiwán, Hong Kong, Mar de China y la tecnología/espionaje, entre otros) y su política exterior se ha centrado en el combate entre las democracias y las “autocracias” encarnadas en China y Rusia, porque constituyen una contradicción de los modelos de gobernabilidad y con la globalización.

“Libertad en el Mundo 2021”, informe de Freedom House que resalta que “la dictadura (china) se extendió mucho más allá de Hong Kong en 2020. Beijing intensificó su campaña global de desinformación y censura para contrarrestar las consecuencias de su encubrimiento del brote inicial de coronavirus (…). Sus esfuerzos también incluyeron una mayor intromisión en el discurso político interno de las democracias extranjeras, así como extensiones transnacionales de abusos de derechos, que ocurren comúnmente en China continental (…). Impulsó una visión de la llamada no interferencia que permite que los abusos de los principios democráticos y las normas de DD.HH. queden impunes mientras se promueve la formación de alianzas autocráticas”, refleja bien las percepciones bipartidistas sobre la RPCh.

China reaccionó a este desaire con una «firme oposición ante esta invitación a Taiwán», reafirmando que esta isla es «una parte inalienable del territorio chino». Esta reacción se ancla en la disputa (disyuntiva) de anexión o independencia de este país de 23 millones de habitantes, autónomo en la práctica pero con un estatus internacional limitado. Taiwán agradeció a Biden por la invitación y el espacio que le permite lucir a nivel internacional sus credenciales democráticas versus una RPCh con sello cuestionado, en momentos en que Estados Unidos levanta nuevas acusaciones en su contra por intentar «poner a Australia de rodillas» con una oleada de sanciones, tras la negativa australiana de tener contratos con Huawei (5G) y pedir una investigación independiente de los orígenes de la pandemia del coronavirus.

Rusia tampoco fue convocada y criticó a EE.UU., acusándolo de “preferir crear nuevas líneas de división; dividir a los países en buenos y malos”. Sin embargo, el mandatario estadounidense, en un acto contradictorio, sí invito a un Brasil dirigido por el ultraderechista-autoritario Jair Bolsonaro, hoy acusado de “demoler” la democracia, además de “genocidio” y “ecocidio”. La explicación podría encontrarse en que Bolsonaro es considerado un mal menor frente a la necesidad de limitar la presencia de la RPCh en la región y que en estos días ha seguido consolidándose, por ejemplo, al celebrar el III Foro entre el Partido Comunista Chino y los Partidos Políticos de América Latina.

Si tomamos como base los 60 indicadores de la Unidad de Inteligencia del The Economist, agrupados en 5 categorías (proceso electoral y pluralismo; libertades civiles; funcionamiento del gobierno; participación política; y cultura política), hoy más de un cuarto de la población mundial vive en una democracia en retroceso (incluido EE.UU.) y aumenta a cerca de 70% si se agregan los regímenes autoritarios o “híbridos”, tendencia negativa que no ha parado.

Sin embargo, la historia de la democracia en el mundo no es una nítida de buenos y malos, a pesar de las décadas de narrativa de la Guerra Fría en la que se anclaba a EE.UU. y sus aliados como fuerzas democratizadoras. Esto nunca ha sido así del todo, dice Thomas Carothers, experto en la promoción de la democracia del Fondo Carnegie para la Paz Internacional (citado por Max Fischer). Carothers señala que, si bien Washington alentó la democracia en Europa occidental como contrapeso ideológico de la Unión Soviética, suprimió su propagación en gran parte del resto del mundo. Y más aún, apoyó o instaló dictadores, alentó la represión violenta de elementos de izquierda, y patrocinó grupos armados antidemocráticos, cosa que también hicieron los soviéticos.

Al finalizar la Guerra Fría (1989) se constata una disminución de la intromisión de las potencias y, por lo mismo, las sociedades tuvieron más libertad para democratizarse, y así lo hicieron (3ra. ola democratizadora de Samuel Huntington). Muchos países retornaron o alcanzaron la democracia por primera vez, y confundieron esta realidad como algo normal y se lo atribuyeron a Estados Unidos. De acuerdo a los los datos registrados por V-Dem, una organización sueca que rastrea la democracia en el mundo y cuyos datos fueron analizados por The New York Times, en la década de 1990, por ejemplo, 19 aliados de EE.UU. se volvieron más democráticos, incluidos Turquía y Corea del Sur. Solo seis, como el caso de Jordania, se volvieron más autocráticos, pero con leves variaciones.

Sin embargo, y como lo recuerda Carothers, “llegó la guerra contra el terrorismo en 2001” y Washington presionó nuevamente para establecer “autócratas dóciles” y puso frenos a la democratización, esta vez en países donde el islam es predominante. El resultado fue el debilitamiento de la democracia en naciones árabes aliadas y, con eso, del supuesto liderazgo democratizador del propio EE.UU. En la década de 2010, Estados Unidos y sus aliados representaron solo el 5% de los aumentos mundiales de estándares democráticos, pero también un 36% de los retrocesos. En promedio, los países aliados vieron disminuir la calidad de sus democracias casi el doble que los no aliados, según V-Dem, que define “aliado” como un país con el que EE.UU. tiene un compromiso formal o implícito de defensa mutua, de los cuales hay 41.

En promedio, en todo caso, los aliados de Estados Unidos siguen siendo los más democráticos, aunque algunos países lejos de la órbita de Washington también mejoraron sus estándares. Pero mirando globalmente, casi todos los países sufrieron algún grado de deterioro democrático desde 2010, lo que deja claro que las penurias de la democracia son una tendencia de la era actual y que el retroceso no es impuesto por potencias como en el pasado, sino que es producto de una erosión interna que crece incluso en el mundo desarrollado (Fischer).

En estas democracias debilitadas, los líderes electos se comportan como caudillos y las instituciones políticas son más febles y cuestionadas, pero los derechos personales permanecen en su mayoría (sobre todo para las minorías acomodadas). Varias democracias de las más estables han experimentado debilitamientos, incluido EE.UU., donde los derechos electorales, la politización de los tribunales y otros factores son motivo de preocupación. Los hallazgos de V-Dem también “refutaron” las suposiciones del liderazgo bipartidista estadounidense en cuanto que su país era por esencia una fuerza democratizadora en el mundo (su imagen se deteriora al igual que sus instituciones). Un estudio del Centro de Investigaciones Pew, reveló que solo el 17% de las personas encuestadas en diversos países dijo que la democracia de EE.UU. era digna de ser emulada, mientras que el 23% afirmó que nunca había sido un buen ejemplo. Seva Gunitsky, politólogo de la Universidad de Toronto, experto en potencias, señaló que “la influencia de EE.UU., donde es más fuerte, es indirecta, como un ejemplo a emular”, cosa que se ha puesto en duda.

Durante 2020, los liderazgos autoritarios se volvieron más osados, mientras las principales democracias se tribalizaron a partir de los efectos de la pandemia, lo que contribuyó al decimoquinto año consecutivo de disminución de la libertad global, según “Libertad en el Mundo 2021”, informe anual de los derechos políticos y libertades civiles, publicado por Freedom House. Staffan I. Lindberg, politólogo de la Universidad de Gotemburgo, dice que este retroceso de la democracia no puede achacársele a Rusia y China, cuyos vecinos y socios han visto cambiar muy poco sus puntuaciones, ni tampoco al expresidente Trump, que asumió el cargo cuando el cambio estaba en marcha y muy avanzado, concluyendo que el retroceso es más bien endémico. Si bien es cierto lo que plantea Lindberg, el privilegio de miradas transaccionales económicas y de poder por parte de este tipo de actores/liderazgos, en contraposición con sus posturas reduccionistas/despectivas de la democracia (valores e institucionalidad), constituyen un acelerante en su erosión a través de sus políticas y acciones.

Estados Unidos sigue siendo “una democracia de alto nivel”, pero por primera vez aparece en la lista de las “democracias en retroceso”, principalmente por el deterioro durante la segunda mitad de la presidencia de Trump, según un informe anual sobre la democracia de IDEA, con sede en Estocolmo. Alexander Hudson, uno de los coautores del estudio, expresa que el deterioro comenzó al menos en 2019, “con la tendencia creciente a cuestionar los resultados electorales confiables, los esfuerzos para suprimir la participación y la polarización galopante”, a lo que se sumarían tiroteos masivos, polarización (grieta), injusticia social y racial, etc.

En medio de este complicado escenario y de un Partido Republicano que ha desaparecido como un partido institucional, al ser fagocitado por la figura de Trump y sus casi 74 millones de votos en la última presidencial, Paul Waldman (The Washington Post) comenta que “como un villano de una película de terror, Trump amenaza con volver a levantarse después de que pensábamos había sido eliminado. Y si bien la posibilidad de que se convierta en presidente en 2025 es suficientemente aterradora, incluso el hecho de soportar otra campaña que culmine con su derrota sería una catástrofe para EE.UU.”.

Promesa de campaña, creencia en la democracia, constatación de su erosión en Estados Unidos y el mundo, herramienta en la disputa por la hegemonía global con China y Rusia, parte de la reinserción internacional y la recuperación del perdido liderazgo, estrategia de campaña presidencial, la Cumbre por la Democracia impulsada por el presidente Biden es una oportunidad para atacar la crisis que representa el grave declive de la democracia alrededor del mundo desde la raíz, integral y multilateralmente; una crisis global exige una respuesta global, como los expresó Mary Robinson, expresidenta de Irlanda. Tanto la Cumbre por la Democracia propuesta por Biden, como la Alianza por el Multilateralismo de Alemania y Francia, son pasos en ese sentido. La democracia no es un valor occidental, sino un propósito humano trascendente y vital, y quizás es hora de proclamar una “Declaración Universal de la Democracia”, como lo planteó Federico Mayor Zaragoza hace una década.

Como lo recuerda Pedro Abramovay, director de Open Society para América Latina, “todos los gobiernos autoritarios actuales fueron degradando poco a poco la democracia», mientras Anne Applebaum, autora de El ocaso de la democracia, plantea que la seducción del autoritarismo no solo expresa que las democracias más antiguas y estables son las que ahora están amenazadas, constatando con ello que la democracia en sí ya no es irreversible, como tampoco su supervivencia. Donald Trump ya dejó la Casa Blanca, aunque es candidato para el 2024.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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