Con honrosas excepciones, las nuevas generaciones de la centroderecha no se han tomado el poder. Más allá de su plataforma ideológica trasnochada, al Frente Amplio y al Presidente electo hay que reconocerles una cosa: se tomaron el poder, no esperaron que los líderes de la ex Concertación les entregaran la posta. En política los espacios se disputan y la derecha parece haberse anclado a lógicas de poder más cercanas a lo patronal o hereditario. De ahí que en las elecciones de convencionales y municipales de 2021 los “hijos de…” sufrieron duras derrotas.
El desglose de los datos de la segunda vuelta es lapidario para la centroderecha. Según el análisis electoral de la plataforma Decide Chile, la candidatura de JAK solo ganó en los grupos etarios mayores de 70 años. De los 70 hacia abajo, Boric triunfó en todos los grupos, incluso en el tramo que va de los 50 a los 70 años. Entre las mujeres, la brecha es aún mayor: el 68% de las menores de 30 años votó por Boric, dejando a Kast con apenas un 32%.
Los datos analizados por Pablo Argote y Giancarlo Visconti muestran que una parte importante de la votación de Boric en la segunda vuelta, entre quienes no sufragaron en la primera, provino de mujeres que –en promedio– bordean los 35 años. Otra cifra reveladora es que el 66% de los nuevos votantes de Boric serían mujeres. Por otra parte, casi la mitad de los nuevos electores de Boric en segunda vuelta son menores de 35 años, mientras que los nuevos votantes de JAK –que tienen menos de 35– representaron alrededor de un 28%.
¿Qué explica esta enorme brecha entre mujeres y jóvenes respecto de la centroderecha? Encontramos al menos dos razones de peso. Primero, el sector ha sido incapaz de proyectar nuevos liderazgos jóvenes. Mientras al Frente Amplio le sobran nuevas figuras, que terminaron reemplazando a toda una generación de políticos, la centroderecha sigue levantando a las mismas figuras que, además, provienen de los mismos círculos y colegios. No solo falta calle, como dicen algunos, sino que también diversidad en las biografías de esos nuevos liderazgos.
Con honrosas excepciones, las nuevas generaciones de la centroderecha no se han tomado el poder. Más allá de su plataforma ideológica trasnochada, al Frente Amplio y al Presidente electo hay que reconocerles una cosa: se tomaron el poder, no esperaron que los líderes de la ex Concertación les entregaran la posta. En política los espacios se disputan y la derecha parece haberse anclado a lógicas de poder más cercanas a lo patronal o hereditario. De ahí que en las elecciones de convencionales y municipales de 2021 los “hijos de…” sufrieron duras derrotas.
Una segunda razón para este desplome de la centroderecha entre los jóvenes y las mujeres es lo programático o, si se quiere, referida a la oferta ideológica. Al sector le ha costado enormemente tomar nuevas banderas, tales como el matrimonio igualitario o la igualdad entre hombres y mujeres. Cuando el Presidente Piñera anunció la urgencia para el proyecto de matrimonio igualitario, muchos en el sector salieron a poner el grito en el cielo. En ese momento los chilenos y chilenas deben haber tomado distancia de una “centroderecha cavernaria”, como diría Mario Vargas Llosa.
Por otro lado, en la centroderecha aún prima una cultura machista y reactiva frente a temas que son prioritarios para las mujeres, como las pensiones alimenticias, la violencia de género, el abuso, la igualdad en el mundo laboral, etc. Las mujeres sienten que la derecha, con el discurso conservador que pasó a la segunda vuelta, no representa sus intereses y demandas.
De ahí que la centroderecha no solo debe reformularse, sino que también comenzar a formar a jóvenes en los nuevos temas. Los liderazgos no se improvisan. En eso la izquierda nos da tiro, cancha y lado. Por ejemplo, Bárbara Sepúlveda, convencional, joven, activista, lleva más de una década preparándose para ejercer roles de liderazgo desde los temas de la mujer. Para eso estudió una maestría de género en Londres. En suma, no solo tienen las ganas, sino que llegan preparados para ejercer su poder y liderazgo.
Entonces, ¿puede la centroderecha recuperar o conquistar el apoyo de los jóvenes y las mujeres? Una pista viene en el mismo estudio de Argote y Visconti que citamos anteriormente: las nuevas votantes de Boric en segunda vuelta están alineadas más a la derecha que el Presidente electo y que de Apruebo Dignidad en diversos temas como, por ejemplo, el rol del Estado, inmigración o seguridad.
Se trata de jóvenes y mujeres que, mayoritariamente, son bastante más liberales en temas valóricos (como el matrimonio igualitario o la adopción homoparental), pero mucho menos estatistas que los votantes de Apruebo Dignidad, más favorables a limitar la inmigración y más duros frente a la delincuencia (un 82% de los votantes de segunda vuelta cree que “los delincuentes tienen demasiados derechos”). Boric logró convocar a un electorado heterogéneo, especialmente entre los nuevos electores.
De los datos se derivan varias conclusiones y caminos a seguir. Primero, proyectar una verdadera nueva derecha requiere “nuevos” liderazgos que reflejen nuevos grupos etarios, diversidad social y biográfica. Segundo, esa centroderecha moderna con más jóvenes y con más mujeres debe tematizarse en torno a aquellos asuntos que hoy son relevantes para ellos: igualdad entre hombres y mujeres, violencia de género, oportunidades laborales, delincuencia y control de la inmigración.
Debemos ser capaces de renovar nuestro relato, y no limitarnos a representar a nichos ideológicos duros. Debemos proyectar una derecha amplia para que muchos grupos etarios, sociales y colectivos puedan sentirse representados por nuestro discurso. No podemos convertirnos en un sector político por el que las personas votan con vergüenza o por descarte.
Tercero, es clave ir a convocar liderazgos locales, juntas de vecinos, iglesias, organizaciones. Si la derecha sigue pegada en el discurso del pasado autoritario, como nos pasó en la segunda vuelta, seremos incapaces de representar a los nuevos votantes, jóvenes, mujeres, hombres e incluso a los mayores. Se puede lograr un realineamiento electoral, pero eso depende de abandonar un papel meramente reactivo y de proyectar una nueva coalición.