¿Qué lecciones nos deja la suerte de Bilbao? Que nuestro poder oligárquico no ha cambiado y se escandaliza ante cualquier idea que nos acerque a la democracia plena, como ocurre con la Convención Constitucional, viendo amenazas en todas partes a la supuesta estabilidad que caracteriza a Chile.
La Convención Constitucional ha comenzado a aprobar las primeras normas de la futura constitución y, en los medios de prensa, diversas voces han manifestado su preocupación por algunas de las propuestas aprobadas y por muchas de las aún por discutirse.
En esta columna sostendremos que este momento es crucial para Chile y que todos debiéramos sentirnos orgullosos, incluso si no concordamos con las normas en debate. En efecto, una postura genuinamente moderada y prudente sólo debiera aplaudir el proceso constitucional chileno, luego de toda una historia nacional de autoritarismo que ha cobrado numerosas víctimas, como fue el caso de Francisco Bilbao.
Si se nos relatara sobre un país lejano, que siempre ha sido gobernado por minorías oligárquicas, sin jamás discutir una constitución democráticamente, con una pobreza crónica no obstante los cuantiosos recursos mineros con que cuenta, en donde en fecha reciente se han logrado acuerdos para redactar una nueva constitución, con representantes del pueblo elegidos democráticamente, con paridad de género y escaños reservados para los pueblos originarios; uno pensaría que el actual proceso de ese país es extraordinario. Y en ese proceso estamos justamente en Chile.
Obviamente es imposible que todos estén felices. Si uno no cree que todas las personas tengan la misma dignidad, si se es escéptico frente a la igualdad ante la ley, si se piensa que los derechos humanos son un peligro, encontrará que Chile enfrenta una tragedia. En este punto debemos ser claros. Si uno tiene estas ideas no es precisamente un moderado, simplemente no cree en la democracia. Frente a estructuras injustas la moderación no es neutra, apoya la continuidad.
Si luego de la caída del muro de Berlín, o del fin del Apartheid, o luego de la derrota nazi, algunos hubieran sugerido que los cambios debían ser parciales, nadie hubiera considerado que esa postura era moderada o prudente.
En nuestro país, con desigualdades abismales, con pobreza extrema de numerosos compatriotas, con salud y educación para ricos y para pobres, donde el agua no es un bien común, donde hay zonas de sacrificio escandalosas, con corrupción política y empresarial desvergonzada e impune, y donde los más beneficiados del sistema pagan impuestos ridículamente bajos, es imposible que la moderación sugiera solo cambios menores o cosméticos.
La falta de originalidad de nuestra elite es patente en nuestra historia. Hace 178 años un joven estudiante de derecho, Francisco Bilbao, de tan solo 21 años de edad, publicó en el periódico literario El Crepúsculo su ensayo «La sociabilidad chilena» (junio de 1844).
¿Cuál era su planteamiento? Denunciar los elementos medievales subsistentes en nuestro país, de la mano con el fundamentalismo religioso y el feudalismo colonial. Bilbao criticaba la infalibilidad de la Iglesia y el dominio de las conciencias a través de la confesión. Denunciaba la esclavitud de la mujer y de los hijos frente al marido y al padre. Visibilizaba que los individuos debían someterse al poder y que el pensamiento libre era considerado un enemigo público. Bilbao se lamentaba del oscurantismo de nuestra sociedad, criticando la educación basada en la bofetada, el insulto y el azote.
Bilbao describía cómo en Chile el rico poseía la tierra, era hacendado, y el resto de la población eran los plebeyos que trabajan para subsistir bajo las condiciones de los primeros. Como el pobre no accedía a la educación, se impidió la formación de una clase media en nuestro país. Bilbao concluía que el pueblo chileno estaba condenado a un estado servil.
Luego describía la revolución de la razón en Europa, sin caer en el ateísmo. De hecho, Bilbao fundaba sus ideas en el amor infinito de dios, quien claramente no deseaba este sufrimiento terrenal ni tener creyentes esclavos. La revolución europea implicaba levantar la dignidad humana y establecer una nueva forma de mirar. Bilbao sentenciaba: “La igualdad de la libertad, es la religión universal; es el gobierno de la humanidad; es la unidad futura”.
Bilbao deseaba elevar la soberanía de todos los individuos, y nos decía: “el derecho es uno para todos”, finalizando su exposición con un llamado a educar al pueblo para que llegue a la verdad.
¿Cómo reaccionó nuestra elite frente a estas ideas? Con gran alarma. Las autoridades intervinieron y rápidamente Bilbao se vio acusado, procesado y condenado por el delito de sedición, blasfemia e inmoralidad. En el mismo mes de la publicación, fue apartado de la universidad (no pudo asistir más a las clases de derecho en el Instituto Nacional), su obra fue quemada y la prensa conservadora lo llamó hereje y blasfemo. Poco después tuvo que salir al exilio. Bilbao publicaría numerosas obras durante su corta y accidentada vida, fue un demócrata convencido, luchó por los derechos de los desposeídos, defendió ideas americanistas y jamás dejó de luchar por sus ideales.
A nivel popular Bilbao fue considerado un ídolo en 1844, la multitud estuvo acompañándolo fuera del juicio y contribuyeron a recaudar la multa que le fue impuesta, pero nada de esto fue relevante para su condena.
El diario El Progreso manifestaba que Bilbao “no es más que un niño candoroso, e incapaz todavía de comprender las ideas mismas de que ha querido hacerse jefe”. Hoy algunos dirían que era “buenista”.
Sobre su obra, Manuel Blanco Cuartín señalaba: “‘La sociabilidad chilena’ no es libro, ni folleto ni artículo; es solo una retacería de ideas inconexas, al redopelo traídas y que, más bien que blasfemias contra la moral y la fe, son blasfemias contra la gramática, contra el buen gusto, contra el buen sentido”.
Los ataques a Bilbao se prolongaron durante el siglo XIX y XX.
¿Qué hubiera sido de nuestro país si sus ideas hubieran fructificado? Educación para el pueblo, derechos de la mujer, libertad de culto, libertad de pensamiento, la “igualdad de la libertad” y la “dignidad para todos”.
Sin embargo, el rodeo ha sido largo, casi 200 años para que parte de sus ideas se hagan realidad en nuestro país, en un foro verdaderamente democrático como la Convención Constitucional.
¿Qué lecciones nos deja la suerte de Bilbao? Que nuestro poder oligárquico no ha cambiado y se escandaliza ante cualquier idea que nos acerque a la democracia plena, como ocurre con la Convención Constitucional, viendo amenazas en todas partes a la supuesta estabilidad que caracteriza a Chile.
Cuando en el plebiscito de salida se apruebe la nueva Carta Fundamental, por primera vez redactada por representantes de la población, la conmovedora defensa de ese joven Bilbao frente a sus juzgadores corruptos resonará en nuestras conciencias:
“Pero también digo, señores jurados, que ya diviso el día en que mi patria impulsada por la actividad humana, arrojará una mirada sobre mí, su hijo perdido por ahora…”.
Que así sea.