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Ucrania: el árbol y el bosque Opinión

Ucrania: el árbol y el bosque

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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El orden global instaurado luego de la desintegración de la URSS en 1990 es el bosque. En esa oportunidad, Occidente (Estados Unidos y sus aliados) le impuso a Rusia durísimas condiciones. Para empezar, su repliegue militar, unido a la apertura de su economía que facilitó la penetración de las grandes corporaciones. El colapso político involucró una catástrofe social y económica para los rusos: funcionarios que no recibieron sueldos por años, privatización súbita y descarnada, fin de subsidios y reducción de la protección social, en fin. Eran los días en que el sueldo de un profesional no pasaba de los 10 dólares. La desintegración de la URSS, compuesta por 15 repúblicas, dio como resultado la emergencia de nuevos Estados que tomaron diversidad de rumbos, no siempre ligados a Moscú. Lo más peligroso para la seguridad rusa es que la OTAN desplegó un proceso de reclutamiento de nuevos miembros, rodeando a Rusia de bases militares.


La guerra de Ucrania es un buen ejemplo de la enseñanza de que, a veces, el árbol no deja ver el bosque.

La naturaleza de este conflicto es dual, por un lado tenemos la guerra propiamente tal, cuyo escenario enfrenta a Ucrania contra Rusia, pero en el trasfondo está el cuestionamiento al orden global instaurado en 1990, luego de la desintegración de la URSS. Este cuestionamiento enfrenta a una recuperada Rusia con la OTAN, especialmente con Estados Unidos. La guerra de Ucrania es el árbol, el reordenamiento estratégico global es el bosque. Otro cuestionamiento al orden global, y quizás más potente, es el que la emergente China le plantea a EE.UU.

Aprovechemos para despejar interpretaciones erróneas de la guerra. Específicamente nos referimos a una de índole psicológica y a otra que trata de enmarcar la guerra en un enfrentamiento ideológico.

En Occidente los medios insisten en responsabilizar al presidente Putin como el culpable de la guerra. Se explicaría por su carácter, por su trabajo anterior en la KGB, por su ambición, etc. En suma, no existiría racionalidad en su conducta. En mi humilde visión, comparto la tesis de que son los hombres los que hacen la Historia, pero la hacen en las condiciones en que viven. Los líderes conducen las naciones, pero es obvio que si no encarnan sentimientos apoyados por su población, no serían líderes. En suma, si no estuviera Putin, es muy probable que Rusia tuviera otro gobernante con similares políticas. Comprender que desde 1990 Rusia ha sufrido una virtual humillación impuesta por Occidente es vital para entender el sentimiento profundo del alma rusa. Por tanto, la psicología ayuda a entender a un personaje, pero es insuficiente para entender la conducta de los Estados. Un Estado que no defiende sus intereses nacionales, entra al peligroso sendero de su extinción.

Otra interpretación predominante es la que le otorga carácter ideológico a esta guerra. Estaría enfrentada “la libertad” con el “comunismo”. Olvidan que en Rusia desde 1990 impera una economía de mercado, donde invierten numerosas empresas occidentales, y la economía centralmente planificada se acabó. Otra variante es explicar la guerra como conflicto entre una democracia (Ucrania) y una dictadura (Rusia). Por cierto, la calidad de los procesos electorales deja mucho que desear en ambos casos, y las garantías individuales no son como en los países nórdicos, qué decir de la corrupción. Dato, si Ucrania no ha sido admitida en la UE es en gran parte por demandas de ese bloque para que eleve sus estándares democráticos.

Sumando y restando, ni la psicología ni la interpretación ideológica explican el conflicto.

El carácter dual del conflicto se ha descrito en varias oportunidades. Recordemos. La guerra ucraniana propiamente tal se explica por la existencia de dos orientaciones distintas en materia de proyección internacional. Para un sector de ucranianos, su horizonte es la UE, la representa el actual presidente Zelenski. Para otros, Ucrania sería parte del mundo ruso. La guerra del 2014 fue la primera advertencia, los sectores prorrusos se sintieron agredidos, eso explica el Donbás, A ello se sumó la anexión de Crimea, que siempre fue parte de Rusia hasta que Nikita Jrushchov la traspasó a Ucrania a mediados de los 50, en tiempos en que todo era URSS. Los ucranianos no han encontrado una fórmula en la cual puedan convivir estas dos almas de su población. Al contrario, la lógica de la exclusión del otro se ha instalado a ratos, para uno y otro lado.

La guerra actual, iniciada por Rusia el 23 de febrero, tiene un alto componente ucraniano propiamente tal. Nada más que esta vez el sector prorruso cuenta con el decidido apoyo de Moscú. Ese es el árbol.

Pero cuesta entender que Rusia llevase adelante una operación de esta envergadura por un conflicto nacional, más cuando se trata de un país con el que lo unen milenarios lazos. No es futurología captar que entre ambas naciones se ha abierto una profunda y dolorosa herida. La única forma de entenderlo es viendo el bosque.

El orden global instaurado luego de la desintegración de la URSS en 1990 es el bosque. En esa oportunidad, Occidente (Estados Unidos y sus aliados) le impuso a Rusia durísimas condiciones. Para empezar, su repliegue militar, unido a la apertura de su economía que facilitó la penetración de las grandes corporaciones. El colapso político involucró una catástrofe social y económica para los rusos: funcionarios que no recibieron sueldos por años, privatización súbita y descarnada, fin de subsidios y reducción de la protección social, en fin. Eran los días en que el sueldo de un profesional no pasaba de los 10 dólares. La desintegración de la URSS, compuesta por 15 repúblicas, dio como resultado la emergencia de nuevos Estados que tomaron diversidad de rumbos, no siempre ligados a Moscú. Lo más peligroso para la seguridad rusa es que la OTAN desplegó un proceso de reclutamiento de nuevos miembros, rodeando a Rusia de bases militares.

Aquí entramos a la profundidad del bosque. Rusia reclamó sistemáticamente contra esta expansión de la OTAN hacia sus fronteras. Entendía que no se respetaba lo acordado en 1990. Nada más que no tenía fuerza para impedirlo. Eso empezó a cambiar en el siglo XXI, y la recuperación económica de Rusia avaló su reequipamiento militar. La guerra de Osetia que la enfrentó a Georgia el 2008 fue una clara advertencia de que no iba a permitir que la OTAN instalase bases militares en su espalda.

Pero el ajedrez se complica más cuando nos adentramos en la diversidad de miradas en materia de seguridad que coexisten dentro de Europa. Para empezar, los países que antaño formaban parte del Pacto de Varsovia, aliados de Moscú, poco a poco se fueron occidentalizando. Países como Polonia, Rumania, los bálticos, Hungría, entre otros, fueron incorporándose a la UE y la mayoría de ellos afiliándose a la OTAN. En su óptica, su principal amenaza es Rusia, y ante ello buscan la protección de EE.UU. A la UE la consideran necesaria para su desarrollo económico pero ven a los europeos más preocupados de sus pensiones y sus vacaciones que de su seguridad. En eso coinciden con Trump, que siempre reclamó por el elevado gasto militar de Estados Unidos en Europa, contrastado con el bajísimo aporte económico y material de sus socios europeos.

Los países más pro Estados Unidos son los vecinos de Rusia, a los que se suma el Reino Unido, que gracias al Brexit, ya no es Europa. Agreguemos que los países nórdicos en general tienen preferencia por la neutralidad, a diferencia del eje franco-alemán que, a la fecha, es determinante para saber qué rumbo tomará Europa en materia de seguridad después de esta guerra. Alemania ya tomó una decisión: se va a rearmar. ¿Bajo qué doctrina? Algunos estrategos europeos asumen que la única forma sería que, al diseñar su seguridad, incorporase también los intereses de seguridad de Rusia, y recíprocamente. Suena lógico, pero ¿lo aceptarían EE.UU. y el Reino Unido? En cualquier caso, Europa debe invertir en su autonomía estratégica (y energética en particular). Estos movimientos se desplegarán, sí o sí, cualquiera sea el desenlace de la guerra ucraniana.

El otro actor importante es Estados Unidos. En su interior reviven las dos almas en materia de proyección internacional: los aislacionistas vs. los globalistas. Lo que es claro es que la administración Biden ha sufrido una grave merma de popularidad por sus resultados militares (léase Afganistán, Irak, Siria y ahora Ucrania). Obviamente todo esto tendrá consecuencias electorales el próximo año. A su vez, el bloqueo económico obliga a Washington D. C. a buscar petróleo en sus antiguos enemigos: Caracas.

En suma, en el conflicto ucraniano están en juego intereses de varias potencias, que a la fecha han construido un precario consenso: la OTAN no enviará tropas, pero replicará con sanciones económicas. Selenski resiste con un fuerte apoyo interno y una simpatía comunicacional en Occidente, pero día a día la infraestructura sufre graves pérdidas y los rusos ocupan más territorio, mientras millones de ucranianos inician un incierto y doloroso éxodo. El mandatario ucraniano sabe que no recibirá refuerzos. ¿Cuánto más podrá resistir?

El camino diplomático está abierto, los países vecinos empiezan a rebasar su capacidad de absorción de inmigrantes ucranianos, no les conviene que el conflicto se alargue. Mientras Ucrania sobrevive día a día, Moscú tiene bajas más allá de lo esperado. El alto al fuego empieza a convenirles a más actores. Ese puede ser el camino de la paz. ¿La paz será duradera si cuida y repara el árbol? ¿O necesitará adentrarse en el bosque?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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