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Propuesta de Nueva Constitución
El choque cultural que desbordó a la vieja Concertación en la Convención Constitucional NUEVA CONSTITUCIÓN

El choque cultural que desbordó a la vieja Concertación en la Convención Constitucional

Roberto Bruna
Por : Roberto Bruna Periodista de El Mostrador
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No es un misterio para nadie que la relación entre los convencionales que provienen de la esfera concertacionista y aquellos que pertenecen a las nuevas izquierdas ha estado siempre marcada por la tirantez, aunque poco se habla de un fenómeno que –según algunos– ha emergido en este diálogo constituyente: una fractura cultural profunda, que provoca desconfianzas mutuas, entre quienes provienen de una forma de hacer política que respondía tanto a intereses de partido como a grupos de poder y que así le dio gobernabilidad a Chile, y aquellos que surgen de la fragmentación de la sociedad en múltiples identidades, sin mucha cohesión. La confrontación –aseguran– se hizo evidente con la decisión del DC Fuad Chahin de abandonar la discusión para conseguir un acuerdo en la Comisión de Sistema Político. Los herederos de los 30 años «se vieron desbordados», comentan en la Convención, por fuerzas que no son nuevas, que eran subterráneas, pero que terminaron por emerger en forma de exigencias de regionalización, de lucha feminista, de diversidades sexuales, de reconocimiento a los pueblos originarios, de territorios afectados ambientalmente, entre otras.


Si algo ha logrado el proceso constituyente en curso es que, como ningún otro espacio de discusión política, permitió sincerar las posiciones de cada cual. Un grupo importante cree que la creación de este órgano ha ayudado a sincerar el rostro de la centroizquierda concertacionista, llamada –por su posición en el arco político– a jugar un rol articulador entre mundos tan distantes y disímiles entre sí.

Pero en parte importante del archipiélago de izquierdas que existe dentro de la Convención, se extiende una mirada crítica hacia la labor de la centroizquierda, una que se acentuó con la decisión del DC Fuad Chahin de salir de la negociación en la Comisión de Sistema Político, en señal de rechazo a un acuerdo que –aseguró en su minuto– afectará irremediablemente la calidad de la propuesta constitucional que surja en torno a algo tan sensible como el diseño de la denominada “sala de máquinas”. Para muchos convencionales que forman parte de estas izquierdas, lo de Chahin fue una señal de protesta por parte de un partido símbolo del poder constituido (la antigua falange) que, a toda costa, desea mantener la existencia del Senado tal y como lo conocemos.

“Claramente han sido obstaculizadores (del diálogo constituyente). Es cosa de ver la votación: se abstienen o votan en contra. Son muy escasas las veces en que han votado favorablemente normas que son complementarias a las transformaciones que queremos hacer”, declara Adolfo Millabur, de escaños reservados y representante del indigenismo verde, quien cree que ese mundo concertacionista ha terminado por transitar –legítimamente, por cierto, a su entender– a posiciones conservadoras y más cercanas a la derecha.

¿Pero quiénes son ellos? En su totalidad apuntan a quienes tienen una larga trayectoria en el mundo político: el mismo Chahin, Felipe Harboe, el liberal Agustín Squella y Eduardo Castillo, entre otros.

“Ellos ya definieron sus alianzas, ellos están aliados claramente con la gente de derecha. Votan en coherencia juntos. Uno no podría tener otra expectativa de que van a cambiar a última hora. Uno siente una especie de frustración porque se creía en aquella Concertación, cuando llegó Aylwin, Frei y Lagos, que decía que había que hacer transformaciones de fondo, y me da la impresión de que están contentos con la Constitución actual. En el relato público dicen algo, para la galería, pero en las decisiones es distinto”, agrega, lapidario, el exalcalde de Tirúa, para quien la falta de sinceridad del concertacionismo es causante de la desafección ciudadana hacia los partidos, precisamente por decir una cosa en campaña y hacer otra cuando llegan al poder.

Convencionales de izquierda que son críticos de este grupo de colegas deslizan varias hipótesis que podrían explicar este tránsito ideológico. Por lo demás, es una cosa tan humana y natural, puntualizan. Desde esta visión se piensa que este mundo es refractario culturalmente a los modos que son propios de los tiempos que corren, “en especial frente a la horizontalidad, que se nota harto, porque siempre funcionaron bajo órdenes de partido, ordenados en bancadas, todo en un mundo muy jerárquico, y eso aquí no corre, por lo que sienten cierto parentesco con la derecha”.

Pero no todos opinan igual. Roberto Celedón, de Apruebo Dignidad, cree que los convencionales vinculados a la esfera concertacionista “efectivamente hicieron un esfuerzo por acercar posiciones, pero se vieron desbordados por la potencia transformadora que encontraron aquí. Tenemos una exigencia de regionalización, la lucha feminista, las diversidades sexuales, el reconocimiento a los pueblos originarios, de los territorios afectados ambientalmente, en fin; muchas fuerzas que no son nuevas, que eran subterráneas, y terminaron por emerger con una fuerza demasiado grande. Hay una fractura cultural grande”, subraya.

Desde la corriente de los movimientos sociales se especula que “el profesor» (Agustín) Squella esperaba encontrarse con otra cosa, con un lugar donde los jóvenes lo escucharan como a una eminencia en derecho constitucional, pero esto no es una cátedra –sentencian–, no es una universidad. La diferencia –sostienen las fuentes– es que aquí los jóvenes lo ven como a uno más, para bien y para mal, y que la sensación que queda es que él resiente esa distancia generacional. Eso quedó de manifiesto –insisten– cuando discutió con convencionales sobre la pertinencia de emplear el término “disidencia sexual’.

Desde el sector reformista rojo sostienen que los llamados ‘amarillos’ de la Convención tienen distintas formas de ponerle palos a la rueda del trabajo. Y enumeran: Chahin sería de los que golpea la mesa con estridencia en la comisión; Harboe, de los que tapa de indicaciones todos los textos; y Squella, de los que dice que va todo bien, pero luego sale al punto de prensa y escribe columnas o cartas en las que hace pedazos a la izquierda frenteamplista.

Agustín Squella, que resiente de los que hablan en off, se apresura de igual modo en corregir que no es constitucionalista, sino profesor de filosofía del derecho y aclara tajantemente que ha sido “tan celebrador como crítico de la marcha de la Convención. Crítico, aunque no desleal; y autocrítico, si bien no flagelante, y eso se perdona poco en nuestro país. Si hubiera un campeonato mundial de la crítica, Chile ganaría la copa todos los años; pero en uno de la autocrítica no clasificaríamos nunca”. 

“¿Sabes cuál ha sido mi lema en la Convención, ya desde la campaña?», pregunta Squella. «El optimismo», responde. «El optimismo es un deber moral, y si de pronto pareciera que las cosas irán mal, o no todo lo bien que deberían, lo que corresponde es que cada uno se pregunte qué está en sus manos hacer para que las cosas vayan lo mejor posible”, señala a renglón seguido.

¿Qué dice la “centroizquierda” respecto a que su sector no fue capaz de dimensionar la gravedad de la “fractura cultural” que separa a la ciudadanía con sus clásicos representantes políticos, tal y como apuntaba Celedón? ¿Supo este sector dimensionar la rabia contenida en las diversas capas de la sociedad y que, con toda seguridad, se manifestarían en la conversación política más importante de todas?

“¿Lejanía generacional?”, se pregunta el profesor Squella. “Raro: hace más de 50 años me reúno dos veces a la semana en la universidad con jóvenes que van desde los 17 a los 23 años, y me llevo muy bien con ellos. Lo que pasa es que hay dos formas de envejecer que me horrorizan: la efebofobia, o sea, el rechazo a los jóvenes; y la efebofilia, esto es, la rendición incondicional ante ellos”, sostiene, y agrega: “No solo me he sentido bien con la edad promedio de la Convención, menor a 45 años, sino que he aprendido de los jóvenes que hay allí. Desde el primer día traté de tener una relación horizontal con ellos, pero, claro, no puedo evitar que me vean como lo que soy: un hombre mayor al que observan de la misma manera que yo lo hacía con los viejos de mis tiempos mozos. Siempre hay una variable generacional, siempre, y no solo hoy”.

El constitucionalista Eduardo Castillo, del PPD, quien oficia como coordinador del Colectivo del Apruebo, es otro de los señalados como un “concertacionista duro” y, por ende, uno de los que expresaría mayor “timidez” ante las transformaciones que empujan otros colectivos. Sostiene que el concertacionismo, por número, no está en condiciones de articular nada. De hecho, el Colectivo del Apruebo cuenta con 7 integrantes, mientras que el Colectivo Socialista tiene 15. Desde este último grupo, donde hay liderazgos jóvenes, reconocen la herencia pero se declaran más decididos a empujar cambios en conjunto con otros colectivos de izquierda.

Squella habla por sí mismo: “Nunca pensé que ejercería mucha influencia en la Convención, pero por razones políticas, no generacionales. Me defino como un liberal de izquierda, y cuando digo ‘liberal’, casi toda la izquierda frunce el entrecejo, mientras que si añado ‘de izquierda’, lo propio hace la derecha. Para esta soy algo ‘rojillo’ y para la izquierda bastante ‘amarillo’. El país está hoy para las tintas cargadas y de un solo y mismo color”, apunta.

Castillo también responde al eventual “desborde cultural” que mencionan desde corrientes más de izquierda. “Mi pregunta es si fuimos los únicos ‘desbordados culturalmente’. Creo que no, pero eso es irrelevante; los hechos están”, responde a este requerimiento, al tiempo que relativiza el poder transformador de otros colectivos que se ubican más a la izquierda. “Que sea una fuerza transformadora lo dirá la historia. Y lo digo por experiencia propia, porque participé de un gran esfuerzo transformador, democrático, anclado en la historia y la lucha de los trabajadores. Y la reacción fue una dictadura”, asevera.  

Una cuestión generacional

Pero la crítica no está del todo ausente en colectivos del PS, integrados por una generación más joven que dice sentirse “sorprendida” por el rol pasivo que observa en la “centroizquierda” del viejo ciclo.

Todos los esfuerzos de articulación –apuntan– pasan por los socialistas, los del Frente Amplio y los Independientes No Neutrales, pero no por los vinculados a la Concertación de los 30 años.

Celedón, en tanto, cree que la última elección presidencial extremó posiciones dentro de la derecha, y ello los dejó en muy mal pie. “Esa derecha extrema opacó a los Monckeberg, por así decirlo. Tironeó a posiciones más extremas a todo un sector político, y creo que ahí el mundo más centrista de la ex Concertación ya no pudo hacer más por acercar posiciones con ese mundo que se iba más y más a la derecha”. 

Pero hay otra hipótesis que explica las acciones de estos convencionales: Daniel Stingo, del Frente Amplio, sostiene que la clave está en que el concertacionismo defiende lo obrado durante la transición, por lo que este grupo cree justo salvaguardar los pilares constitucionales que hicieron posible aquello que los remanentes de la vieja coalición entienden por “progreso”. En consecuencia, Stingo apuesta a que se opondrán a toda iniciativa que apunte a transformaciones en las relaciones de poder que pudieran abrir espacio a futuros cambios al “modelo”.

“Mucha de la responsabilidad de por qué llegamos acá es por aquellos que no movieron nada en mucho tiempo y se anquilosaron”, plantea Stingo. “En un principio, cuando se terminó la dictadura, claro ahí sí (se entiende la falta de reformas); pero después ya pasaron muchos años en que la cuestión siguió igual, y no hicieron los cambios necesarios y obstruyeron, como hizo un ministro del Interior como (Jorge) Burgos, que no solo no avanzó nada ni quería nada, sino que obstruyó y sigue obstruyendo”, declara, en referencia a un personaje clave de la política concertacionista y que hoy conforma el movimiento “Amarillos por Chile”.

“Es cosa de leer sus artículos en los diarios para ver que es un tipo que no tiene ni un interés en avanzar a una sociedad más democrática”, añade Stingo, cuya distancia con el mundo concertacionista es tal que, asegura, ni siquiera los contabiliza como votos favorables en las propuestas de norma.

“En un comienzo había una cierta condescendencia con ellos para saber qué pensaban, cómo estaban, pero mi percepción es que varios de ellos no solamente no facilitan la conversación, (sino que) todavía creen que tienen algo de poder y obstaculizan lo que pueden. Votan con la derecha mayoritariamente, y después tú les preguntas y te dicen ‘pero es que es mi conciencia’, pero todos tenemos conciencia. Y ahí uno se explica los 30 años”, sostiene Stingo.

El ex PPD Felipe Harboe no trepida en recoger el guante y apunta directamente a Stingo: “El señor Stingo debe entender que redactar una Constitución es algo más complejo que un libreto de farándula. Detrás de cada indicación nuestro colectivo tiene una visión de sociedad, coherente con un estado social y democrático de derechos. No zigzagueamos en función de la popularidad de las propuestas, porque proponemos lo que creemos correcto para el país, no para Twitter”.

Eduardo Castillo tampoco deja pasar sus críticas contra el televisivo abogado: “Nosotros vinimos a la Convención a redactar una nueva Constitución, a contribuir a este proceso de todas y todos, a aportar al diálogo. Y lo hemos hecho a pesar que se ha intentado aislarnos por nuestro pasado. No nos acoplamos a la derecha en la defensa de los 30 años; los 30 años son obra nuestra, con sus méritos y carencias, y la derecha es la que se ha acoplado, y bien, porque un país es la obra de todas y todos”.

Hernán Larraín Matte, convencional de Evópoli que participó del acuerdo en Sistema Político, afirma que “la Lista del Apruebo ha vivido una situación muy similar a la centroderecha: ha estado excluida de las grandes conversaciones y de los grandes acuerdos”, un fenómeno que se explica por simple aritmética, ya que el antiguo concertacionismo suma muy pocos votos dentro del órgano. “La izquierda más dialogante está muy presionada por un grupo más extremo”, sostiene Larraín Matte, mientras que el UDI Eduardo Cretton defiende la actuación del mundo más centrista, pues “tienen el legítimo derecho a hacer críticas, porque la mayoría de los chilenos quiere una nueva Constitución, el problema es que no se imaginaban cómo se estaba dando el proceso”.

Fuad Chahin comenta que su intención es hacer un aporte en aras de un mayor “rigor técnico” y así contribuir a la calidad del trabajo de la Convención, una calidad que pone en duda por los problemas institucionales que avizora a partir de algunas normas que se han aprobado. Desestima las críticas sobre su escasa “vocación de encuentro” con colectivos que representan miradas muy distintas, y que de ello puede dar cuenta su activo rol en las conversaciones orientadas a confeccionar el reglamento y sus constantes esfuerzos por mejorar la redacción de algunos artículos que resultan complejos, como la vez que intentó intercambiar opiniones con Adolfo Millabur para perfeccionar la propuesta sobre “maritorio”. 

“Con (Adolfo) Millabur conversamos el tema del maritorio y ellos quisieron insistir con su tesis y no les fue bien”, señala el falangista, quien dice contar con un equipo de expertos en distintas materias, y que le alertaron respecto a que ese tema en particular requería un rigor especial por sus implicancias en derecho internacional. Sin embargo, dice Chahin, no fueron escuchados.

El convencional Harboe complementa lo que sostiene Fuad Chahin, en orden a concentrarse más en la calidad del trabajo constituyente, al tiempo que defiende el derecho a pensar distinto: “En la política seria se requiere hablar con más sustantivos y menos adjetivos. Hay algunos que se emborrachan con su primera votación. Les recomendaría más humildad y concentrarse en avanzar en los contenidos”. 

La nueva normalidad

Pero no todos en la variopinta izquierda son críticos con los convencionales identificados con el viejo concertacionismo. Tal es el caso de Jeniffer Mella, coordinadora de la Comisión de Forma de Estado. “Yo comparto con el coordinador de la Lista del Apruebo, Eduardo Castillo, gran profesor universitario de vasta experiencia en temas públicos, que es un tremendo aporte en la comisión, y siempre ha sido así en las discusiones con él y con Fuad Chahin, que también aporta a un mejor diálogo. Lo mismo con Rodrigo Logan, con quien fuimos compañeros en la universidad”, cuenta.

“Todo se da en un marco de respeto. Incluso compartimos minutas cuando tenemos diferencias, y eso es un aporte invaluable en una discusión y deliberación constituyente”, añade Mella, quien dice haber comprendido desde un comienzo lo difícil que sería dialogar con personas tan distintas, de realidades tan diversas, nada comparable a lo que veíamos poco tiempo atrás, en que la política la hacían solo los hombres de cierta edad, con título profesional, generalmente blancos, además de “heterosexuales” y “cisgénero”, categorías que emergieron hace ya un tiempo y que hoy parecen importantes en el glosario de la realidad social.

El integrante del Colectivo Socialista Patricio Fernández, quien tiene mucha sintonía con el mundo más centrista, les resta dramatismo a todas estas disputas políticas.

¿La razón? Pese a todo, indica, la Convención se hace camino al andar gracias a un quórum supramayoritario que obliga a dialogar y morigerar las pasiones. Lo importante es el trabajo que sale del Pleno, un ejercicio participativo y abierto –y complejo– como nunca antes habíamos visto en Chile. Fernández asegura que el proceso es duro, doloroso y pletórico de sacrificios, y por el bien de Chile nadie puede cejar en el intento por arribar a acuerdos con los que piensan distinto. En ese sentido, es crítico con la actitud del constituyente Fuad Chahin, quien decidió marginarse de la negociación en la Comisión de Sistema Político.

“Yo creo que ahí jugó una carta personalista y renunció a algo que es fundamental acá: aquí no se ceja hasta construir los encuentros. Este no es un espacio para abandonar, este es un espacio para persistir. A sabiendas de las dificultades, a sabiendas de que debe conciliarse con muchos otros mundos y miradas”, declara.

 “Si hay algo nuevo en este proceso, es que se están incorporando muchas nuevas miradas y voces que en la política de los últimos tiempos no han sido atendidas. ¿Eso es complejo? Por supuesto. Ese es el esfuerzo de una democracia que se pretende ampliar, sofisticar y perfeccionar, o sea, mientras la democracia busca crecer y expandirse, más difícil es gobernar”.  

Celedón, por su parte, llama a complejizar la conversación considerando otra variable que bien nos ayudará a comprender lo que pasa dentro de la Convención: el momento histórico que marca a las sociedades occidentales, uno que se caracteriza por la muerte de los grandes relatos, rico en fragmentación, de marcada desconfianza hacia las instituciones y los partidos políticos y de clara exaltación de las identidades y los particularismos. 

“Aquí estamos haciéndonos cargo de un nuevo Chile. Pero no es una tarea que se hace desde la intención de oprimir a otros, de ninguna manera”, agrega, declarándose consciente de que en la era digital ya no resulta posible ordenar ni restringir el debate como lo hacía la vieja escuela. 

Enfrentados a este punto, imprimiéndole toda la racionalidad del caso, el convencional RN Ruggero Cozzi reconoce que ya pasaron los tiempos en que esta conversación podía ser canalizada por las élites o, bien, conducida por los grandes liderazgos del ayer, esos “estadistas” de viejo cuño y notable oratoria, capaces de ordenar no ya a un partido, sino a toda una coalición completa. Sin embargo, no puede ocultar su nostalgia por ese concertacionismo que hoy es marginado del debate, al punto que echa de menos a esa izquierda que “tenga peso político, que pueda ordenar, que pueda poner una cuota de mesura y responsabilidad que no veo en la Convención”.

Pero Chile navega en aguas igual de procelosas. “Efectivamente la democracia está pasando por una crisis de representatividad. La confianza en la democracia baja, y eso es una mala noticia. Y en Chile ha faltado renovación de rostros y liderazgos y el Congreso ha retrasado sus reformas”, comenta el convencional de RN, aunque llama a tomar medidas para fortalecer el sistema de partidos y no apuntar a una mayor fragmentación, que es lo que podría pasar si se apuesta por igualar a los partidos con los movimientos sociales, que vinieron a cubrir ese vacío.

El PPD Eduardo Castillo coincide con Cozzi: “La base sólida de nuestro sistema reside en los partidos porque usted conoce lo que piensan, lo que pretenden y cómo piensan lograr el poder para realizar sus proyectos de sociedad. Ese es el tema hoy en la Comisión 1: qué estatuto van a tener los movimientos sociales en el espacio político. Son una realidad pero deben avanzar a ser partidos y a constituirse como tales, a fin que tengan las mismas reglas de financiamiento público y transparencia”. 

Cronograma

Los tiempos avanzan según el cronograma y hasta aquí la Convención Constitucional ha salido airosa de todos sus escollos. La Comisión de Sistema Político logró un acuerdo con votos de la derecha, como el de Hernán Larraín Matte, quien cree que estos consensos suponen “un mínimo democrático”, por lo que “esta excepción debió ser una regla desde el principio”. 

Por este reconocimiento y la voluntad de diálogo de la mayoría es que Patricio Fernández expresa su confianza en que las disputas no entorpecerán el trabajo. ¿Que puede haber algunos ripios técnicos que pudieran sobrevivir a las votaciones en particular? Probablemente. Pero, recuerda Fernández, “luego habrá que ver el trabajo en su conjunto y no las partes por separado, y en ello jugará un rol clave la Comisión de Armonización. Tendremos que ver si esa instancia requiere más atribuciones para conseguirlo más a cabalidad, pero creo que al mismo tiempo es bueno que las comunidades y la sociedad estén atentas y críticas, y vigilantes, porque este proceso es participativo para que cada cual diga lo suyo. Pero hay que decirlo: hay cosas que progresan”.

“El problema es que hasta ahora esa comisión tiene destacador, pero no lápiz y goma”, señala a su vez Chahin, preocupado por el avance de iniciativas que modifican sustancialmente la institucionalidad existente y que podrían causarle –a su entender– un daño al país. Advierte que hay problemas de forma, no solo de fondo, por cuanto sería importante que la instancia, para darle coherencia al texto, “pueda tener la posibilidad de que por 2/3 de los votos pueda hacer ajustes formales, en términos de lenguaje, de puntuación, no de contenidos. Los contenidos tienen que ir al Pleno”, añade.

Comparte la inquietud Felipe Harboe: “A nosotros no se nos ocurriría justificar la violencia o ‘el que baila pasa’ para sacar un like en las redes sociales o intervenir políticamente el Poder Judicial, o descabezar el Ministerio Público o a la Defensoría Penal o hacer equivalentes a movimientos con partidos, porque creemos en democracias sólidas y no en populismos para el aplauso fácil”.

Afuera del ex Congreso Nacional sigue Chile sumido en una crisis política, social, económica y sanitaria. Y cultural, lo que agrava el panorama para las personas poco dispuestas a las emociones fuertes en política. Al respecto, Eduardo Castillo, constitucionalista que viene del riñón del PPD, ya lo aceptó: “Sin duda, hay cambios y a veces no es fácil entenderlos y adaptarse, pero empezamos por reconocerlos. Esta Convención es una muestra de ello”.

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