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El vacío del animal político Opinión

El vacío del animal político

José Toro Kemp
Por : José Toro Kemp Secretario General Partido por la Democracia.
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En un Congreso como el actual, más que nunca, se requerirá de la cocina, del diálogo, de las conversaciones de pasillo, pero sobre todo de la habilidad del ministro que corresponda de hacer política, intercambiando posiciones, acercando planteamientos, tomando pareceres, ya que se requiere sacar adelante todos los acuerdos que sean necesarios, para cumplir con el programa de gobierno, ese de segunda vuelta, que dio cabida a la más amplia unidad del socialismo democrático con la izquierda; y, en especial, para que el país crezca y se desarrolle permanentemente.


Los acontecimientos de los últimos días me hicieron recordar, casi como una punzada, la existencia de aquel vacío que había decidido esconder en mi corazón de animal político.

La falta de experiencia –que no se puede confundir con mala leche– y de tino –o cálculo en este caso–, hizo que, una vez más, recordara con añoranza un elemento que cada día deja más viudos.

Porque si hay algo que la gran mayoría tenemos en común, es que nuestros mejores recuerdos están asociados a un lugar muy concreto y particular: la cocina. Desde la más tierna infancia, con el olor del pan amasado recién salido del horno inundando cada rincón del hogar, la cocina ha sido el centro de reunión de la familia y amigos, donde al calor de las mejores conversaciones se preparan platos caseros para compartir no solo sabores sino también recuerdos y enseñanzas.

Curiosamente, eso que la mayoría identificamos en nuestro imaginario colectivo como el corazón del hogar, de un tiempo a esta parte se ha convertido en algo sucio y causal de peleas y división.

Con la llegada del nuevo orden político y la discusión de una nueva Constitución (llamada hasta el cansancio “la casa de todos”), muchos salieron a pregonar la muerte de este cuasiengendro del mal. Por favor, que no se malentienda: esa vieja cocina, repleta de actores políticos comprometidos con intereses particulares, sujetos a serios conflictos de intereses o persuadidos por el lobbista de turno, que actuaba sin participación y de espaldas a la ciudadanía, tenía que ser erradicada.

Sin embargo, la muerte de la cocina, entendida como la política de los acuerdos, no sé si nos ha convertido en un país más feliz o, por lo bajo, nos esté encaminando en la senda hacia al nirvana. Esa respuesta tomará un tiempo en llegar y, ciertamente, tendrá un sesgo descarado hacia la subjetividad (como tiene que ser).

De todas formas, no deja de llamar la atención la dicotomía que se desprende de este análisis, que es que todo lo público, es lícito y honesto, y todo lo reservado y secreto, es malo y perjudicial; como si los vicios no tuvieran impudores para presentarse al desnudo en calles y plazas, y como si los afectos más preciosos y delicados no se vistieran, a su vez, con el ropaje de la modestia, de la reserva y del silencio.

Por todo lo expuesto anteriormente y, a la luz de los últimos acontecimientos, hago un llamado a reivindicar “la cocina”. El problema no es el lugar ni el plato que se elabora, el problema son los ingredientes que se eligen y, sobre todo, quien prepara el plato. El problema no son los acuerdos o el diálogo que se genere, el problema es en qué condiciones se dialoga y quiénes son las partes que dialogan. La política siempre ha significado eso: conversar, dialogar, intercambiar opiniones; es la única manera en que los países avanzan y se desarrollan.

El silencio prepara los acuerdos. El diálogo revestido de la sana y prudente reserva permite a los actores acercar posiciones desde sus legítimas aspiraciones e intereses; por supuesto, teniendo presente como norte siempre el beneficio y bienestar de nuestra querida República. Si, además, esos actores, son nuevos en el accionar político y no cargan con viejas y mañosas actitudes, podrá entonces, ese diálogo, propender a resultados efectivos y eficientes que permitan un bienestar para las ciudadanas y los ciudadanos de todo el territorio nacional.

Sin estos acuerdos, no hubiese existido una Ley de Divorcio, ni la eliminación de los hijos ilegítimos, ni tampoco el matrimonio igualitario, los escaños reservados para los pueblos originarios, como también la tan anhelada paridad entre hombres y mujeres en la conformación de la Convención Constitucional. Todos estos hechos son frutos del diálogo, de la conversación y, por sobre todo, del encuentro entre diferentes actores sociales.

En un Congreso como el actual, más que nunca, se requerirá de la cocina, del diálogo, de las conversaciones de pasillo, pero sobre todo de la habilidad del ministro que corresponda de hacer política, intercambiando posiciones, acercando planteamientos, tomando pareceres, ya que se requiere sacar adelante todos los acuerdos que sean necesarios, para cumplir con el programa de gobierno, ese de segunda vuelta, que dio cabida a la más amplia unidad del socialismo democrático con la izquierda; y, en especial, para que el país crezca y se desarrolle permanentemente.

Esta nueva generación política, de la cual etariamente también soy parte, debe aprender, lo quiera o no, qué es la cocina y su necesaria reserva, lo que no significa darle la espalda a la ciudadanía, la que permitirá que las transformaciones sociales avancen, interponiendo los intereses del país por sobre los personales, y que permitirá, recién entonces, generar la tan anhelada gobernabilidad, necesaria para sacar adelante cada uno de los desafíos que el país tiene. Esa cocina significa gobernar. Bienvenidos a ser Gobierno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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