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El Día de Europa, celebración bajo una amenaza existencial Opinión

El Día de Europa, celebración bajo una amenaza existencial

Héctor Casanueva
Por : Héctor Casanueva Profesor e Investigador del IELAT, Universidad de Alcalá. Ex embajador de Chile en Ginebra ante la OMC y organismos económicos multilaterales y en Montevideo ante la ALADI y el MERCOSUR.
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La UE es la primera potencia comercial del mundo, el primer contribuyente mundial de Ayuda Oficial al Desarrollo (50% del total), el primer importador mundial de alimentos y una potencia en ciencia, tecnología e innovación. En América Latina y Chile, aparte de la cooperación clásica para luchar contra la pobreza, fortalecer las instituciones democráticas, los sistemas productivos, el medio ambiente, la diversidad cultural, sus programas de cooperación en investigación, educación superior, becas, y movilidad de funcionarios, representan para América Latina más de 1.635 programas Erasmus, 1.500 proyectos de ciencia y tecnología, 700 universidades en cooperación, 4.000 funcionarios capacitados y 87.000 pymes participantes en proyectos de creación de capacidades.


La Unión Europea celebra este 9 de mayo, como todos los años, el Día de Europa, fecha emblemática que es considerada el momento en que comienza el proceso de integración del continente. Hace 72 años, el 9 de mayo de 1950, solo cinco años después de terminada la guerra, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, uniendo la producción de Alemania y Francia bajo una autoridad común, de manera que la guerra entre ambos rivales históricos resultaría «no sólo impensable, sino materialmente imposible». Este fue el embrión de la actual Unión Europea. Paz, cooperación y desarrollo han sido los ejes de la integración europea; antes que todo es un proyecto político, con base económica, centrado en la cooperación.

Su respuesta frente a la pandemia es una demostración del valor de la integración. Pero hoy es una celebración de dulce y agraz.

De dulce, porque la integración europea, vistos todos los indicadores y a pesar de necesidades aún insatisfechas, y las dificultades para ponerse de acuerdo muchas veces entre 27 países, es un espacio común con instituciones fuertes, que ha traído prosperidad, bienestar, paz, seguridad jurídica y respeto a los DDHH para sus ciudadanos. La UE es el 23% del PIB Mundial, comparado con el 25% de Estados Unidos, el 15% de China y el 7% de América Latina. En cifras redondas, su PIB per cápita promedio es de USD 35.000, comparado con 63.000 de EE.UU., USD 17.000 de China, USD 15.600 de América Latina y 25.000 de Chile. Destina un 2,19 % del PIB para I+D, comparado con el 2,14% de China, 2,83% de EE.UU., 0,68% de América Latina y 0,21 de Chile.

La UE es la primera potencia comercial del mundo, el primer contribuyente mundial de Ayuda Oficial al Desarrollo (50% del total), el primer importador mundial de alimentos y una potencia en ciencia, tecnología e innovación. En América Latina y Chile, aparte de la cooperación clásica para luchar contra la pobreza, fortalecer las instituciones democráticas, los sistemas productivos, el medio ambiente, la diversidad cultural, sus programas de cooperación en investigación, educación superior, becas, y movilidad de funcionarios, representan para América Latina más de 1.635 programas Erasmus, 1.500 proyectos de ciencia y tecnología, 700 universidades en cooperación, 4.000 funcionarios capacitados y 87.000 pymes participantes en proyectos de creación de capacidades.

La UE es para Chile, y para América Latina, el tercer socio comercial, el primer contribuyente en cooperación al desarrollo (3.600 millones de euros entre 2014 y 2020) y la primera fuente de inversión externa, que en América Latina llega a USD 900.000 millones, superior a la que realizan India, China y Rusia juntas. La inversión externa de China en América Latina es de USD 110.000 millones. El Mercosur representa el 70% de las inversiones europeas en ALC. Por eso que la puesta en vigencia del acuerdo UE-Mercosur creará, junto con los acuerdos de asociación ya existentes con Chile, Perú, Colombia y México –que integran la Alianza del Pacífico–, más Ecuador y Centroamérica, el mayor mercado integrado del mundo, capaz de relacionarse mejor con el RCEP de China y el Asia, y desde luego con EE.UU. Pero como en América Latina no estamos integrados, será difícil sacar todas las ventajas de este gran mercado, y a eso debemos tender, sin embargo.

De agraz, porque la invasión de Rusia a Ucrania, su eventual extensión a otros países hoy integrados a la UE y a la OTAN, y la declarada intención rusa de cambiar las bases de la relación no solo con la UE sino con Occidente, siembran muchas dudas, le exigen mayor cohesión y mantener la “brújula estratégica” bien orientada y sujeta. Es una verdadera amenaza existencial para la UE y sus aliados, en cierto modo acomodados durante tres décadas a un equilibrio con Rusia posterior al derrumbe de la Unión Soviética y el fin del Pacto de Varsovia, que se ha demostrado inestable y peligroso. La idea de Gorbachov, de la “Casa Común Europea”, nunca fue posible de plasmar, justamente porque las fuerzas internas de Rusia no se resignaron a perder la hegemonía en su entorno, no se fiaron de la OTAN y en concreto de EE.UU., y con la llegada de Putin al poder se dinamitó cualquier posibilidad de integración con el resto de Europa.

Las advertencias de este desequilibrio provenientes de analistas y connotados estrategas como Kissinger, no fueron tenidas en cuenta. Hoy esta crisis obliga a la UE y sus aliados a revisar las bases de su relación futura con Rusia y sus satélites, poder recomponerla en un contexto geopolítico más amplio y complejo, en el que el factor China, y también India, son imposibles de ignorar. Y también revisar y acelerar sus planes de reconversión energética, energía nuclear y otras, para la sustentabilidad de su economía, todavía basada en un alto porcentaje en energías contaminantes, dependiente de combustibles fósiles que, además, no produce y la hacen más vulnerable frente a Rusia y otros proveedores como Argelia.

Su programa “Horizonte Europa” y “Next Generation” al 2027, centrado en empleo, ciencia, tecnología, innovación, descarbonización, resiliencia y autonomía estratégica, es un salto cualitativo para crear oportunidades y responder en desarrollo y seguridad a los desafíos del siglo XXI. Asimismo, está por concluir la Conferencia sobre el futuro de Europa –que durante dos años ha revisado con sus instituciones y la sociedad civil, en clave prospectiva y estratégica– y pasar a una nueva fase que va a implicar revisar los Tratados y avanzar hacia el federalismo, como promueve desde 1948 el Movimiento Federal Europeo.

En el Día de Europa, nos conviene mencionar estos datos, recordar las sinergias y potencialidades de la relación estratégica con la UE, para no perderse en las prioridades y no caer en simplificaciones sobre su importancia en la geopolítica y la geoeconomía del siglo XXI. Una Europa fuerte es una garantía para lograr los equilibrios geopolíticos, especialmente ante el enfrentamiento EE.UU.-China, y ahora con la amenaza de Rusia. Y un aliado natural para América Latina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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