Publicidad
¿Pintarse la cara de guerra? Opinión

¿Pintarse la cara de guerra?

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
Ver Más

¿Pedagogía o apología del texto constitucional entre el 4 de julio e igual día de septiembre por el lado de los constituyentes que son sus partidarios? ¿Pedagogía o campaña del Rechazo por parte de sus opositores? Cada constituyente decidirá lo que crea mejor, aunque lo más probable es que haya tanto de una como de otra, es decir, difusión y explicación de la propuesta y, a la vez, llamado a su aprobación o rechazo. Mi convicción, sin embargo, es que lo más leal, por lado y lado, sería difundir el contenido de la propuesta y explicar los alcances de ella y no pintarse simplemente de guerra con los colores del Apruebo o del Rechazo. Tal me parece casi un deber que tendríamos los constituyentes a partir del momento en que dejaremos de ser tales. Nuestros votantes, según creo, esperan también algo así y no un pastoreo hacia la posición propia que tenga cada constituyente. Querrán sopesar los pros y contras de la propuesta y no ser meramente convocados a una nueva lucha electoral entre grupos opuestos.


Es un hecho que la Convención Constitucional cumplirá su cometido dentro del plazo que disponía para ello: presentar al país, en un tiempo no superior a un año, una propuesta de nueva Constitución. Algo no menor, si se piensa que en varios momentos, particularmente por parte de sus detractores, se pensó que dicho objetivo se vería frustrado. La cuestión ahora no es esa, sino cuál es el debate que espera a dicha propuesta, una vez que sea presentada a inicios de julio, y cuál el resultado del plebiscito convocado para el 4 de septiembre de este mismo año.

También es un hecho que en los últimos meses ha crecido la opción Rechazo para el plebiscito, motivada por una bronca, en parte inducida y en parte espontánea, provocada por episodios inconvenientes de la propia Convención y por comportamientos y declaraciones reprobables de algunos  convencionales. Los ciudadanos quedaron perplejos ante el fraude de uno de nosotros y el hecho de que su autor fuera inicialmente blindado por algunos convencionales. Tampoco nos querían ver disfrazados en el hemiciclo del Congreso ni atrincherados en colectivos que parecían más interesados en su propia suerte que en la del histórico organismo del que formamos parte. Conspiraron también contra la Convención algunos egos y narcicismos que parecían aprovechar la Convención casi como un set de televisión en el que exhibirse para sembrar futuras carreras políticas personales. Ni qué decir de las veces que nos hemos tratados unos a otros de “traidores” o que hemos blandido la palabra “ética” para enjuiciar severamente a los demás y nunca a nosotros mismos ni a los grupos a que pertenecemos.

Esa bronca (¿cómo llamarla de otra manera?) fue alentada también por la confusión del público entre propuestas de normas, normas aprobadas en comisiones y normas ratificadas por el Pleno, algunas de las cuales produjeron una evidente insatisfacción en una ciudadanía favorable al cambio, mas no a una pretenciosa refundación del país, y que, sin aspirar a la unanimidad y ni siquiera a una muy extendida unidad de puntos de vista, estaba y sigue estando por el diálogo y los acuerdos entre posiciones políticas rivales, sin que por ello estas tuvieran que perder el carácter de tales.

Ese malestar con varios episodios del proceso y con actitudes de no pocos convencionales empezará a decaer a partir del 4 de julio. La Convención será disuelta y los convencionales dejaremos de ser tales, aunque no cabe duda de que la mayoría, si no todos, tomarán o las banderas del Apruebo o las del Rechazo, en circunstancias que lo mejor sería que nos dedicáramos a difundir y explicar el texto constitucional propuesto, después de que este sea armonizado y acompañado de normas transitorias que serán muy importantes.

Por tanto, dicha armonización y normas transitorias, lo mismo que el preámbulo que finalmente se escoja para anteponer al texto constitucional, son tareas que, si la Convención cumple bien en las próximas semanas, ayudarán en mucho a una buena conclusión del proceso, al resultado del mismo y a una evaluación más objetiva de este último por parte de los ciudadanos. Por la inversa, una deficiente armonización, normas transitorias mañosas o sobregiradas, o un preámbulo demasiado altisonante o sesgado, aumentarían la bronca ya existente y harían más difícil la distinción entre lo que han sido los ripios del proceso constitucional y el texto que será finalmente votado en septiembre próximo.

¿Pedagogía o apología del texto constitucional entre el 4 de julio e igual día de septiembre por el lado de los constituyentes que son sus partidarios? ¿Pedagogía o campaña del Rechazo por parte de sus opositores? Cada constituyente decidirá lo que crea mejor, aunque lo más probable es que haya tanto de una como de otra, es decir, difusión y explicación de la propuesta y, a la vez, llamado a su aprobación o rechazo. Mi convicción, sin embargo, es que lo más leal, por lado y lado, sería difundir el contenido de la propuesta y explicar los alcances de ella y no pintarse simplemente de guerra con los colores del Apruebo o del Rechazo. Tal me parece casi un deber que tendríamos los constituyentes a partir del momento en que dejaremos de ser tales. Nuestros votantes, según creo, esperan también algo así y no un pastoreo hacia la posición propia que tenga cada constituyente. Querrán sopesar los pros y contras de la propuesta y no ser meramente convocados a una nueva lucha electoral entre grupos opuestos.

Algo similar podría esperarse de los expertos y líderes de opinión de los distintos sectores políticos del país, algunos de los cuales, solo por una cuestión de fingido buen gusto, dicen hoy no saber cómo van a votar en septiembre, aunque basta mirarles la cara para saber que tienen ya una decisión tomada.

No tengo mucho optimismo acerca de que la realidad se comporte de la manera que avizoro en esta columna, pero tengo derecho, como cualquiera, a mostrar esperanza en tal sentido.

El optimismo (las cosas irán bien) no es lo mismo que la esperanza (deseo que vayan bien y hacer lo que esté al alcance de uno para que así sea).   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias