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Con mi elite sí que no Opinión

Con mi elite sí que no

Abbas Abi-Raad
Por : Abbas Abi-Raad Abogado, especialista en gobierno, políticas públicas y territorio.
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Hablo de ese grupo de personas –más o menos intelectuales, más o menos chilenos y más o menos republicanos– que dedican largas horas de su valioso tiempo a observar los aspectos más superficiales de un proceso de transformación profunda y, lo que es peor, dedican ese tiempo a generar contenido burlón totalmente prescindible, sin aportar nada. Hablo de los miembros de una elite seudointelectual afrancesada, que han decidido –en lugar de sumarse a un proceso histórico– infantilizar la labor constituyente, a través de críticas caprichosas y carentes de contenido, dirigidas más que a aportar en la discusión constitucional, a poner de manifiesto que son ellos los dueños del semáforo que cambiará de rojo a verde para que avancemos hacia una sociedad más democrática y de derechos; y que son ellos, unos pocos, los que “no se resignarán” a un texto que no se ajuste a su conveniencia.


En una vida no tan pasada, hablábamos de la estabilidad que ofrecía un país como Chile, del conveniente precio de las flores, del trabajo honesto al alba, de la propiedad privada, la familia y el amor. Los países vecinos nos ponían como ejemplo. Después, claro, vino la revuelta popular del 2019, se nos cayó la careta de jaguar latino, se acabó la autocomplacencia y la indulgencia, las denuncias y demandas se tomaron noticieros, radios y matinales. Los comentarios de los periodistas de espectáculos fueron sustituidos por análisis de historiadores, escritores, abogados y de la ciudadanía en general, y así, ante este escenario, emergieron nuevas voces, voces críticas que proponían un país más justo y solidario, y que hoy, tras un extenuante año de trabajo –dentro y fuera de la Convención Constitucional– fueron capaces de tensionar y poner en jaque a los apellidos más paternalistas y gatopardos de la posdictadura: sabios y virtuosos miembros de la élite chilena, cuyo éxito, piensan ellos, depende de su trabajo y no de su linaje ni redes.

Son personas educadas que durante décadas sostuvieron su voz narrativa en supuestos enunciados críticos contrarios incluso al modelo neoliberal, enunciados críticos que posiblemente sirvieron de base para su posicionamiento personal, pero que, sin embargo, fueron insuficientes para construir herramientas de cambio estructural.  Son voces antiguas y parasitarias que durante mucho tiempo profitaron del sistema y que hoy, asustados por ese cambio, levantan alertas rojas imaginarias en nombre todo un país, por miedo “a perder algo”, también imaginario, pues ni ellos mismos saben concretamente qué.

Hablo, por ejemplo, de los autodenominados centristas: centristas de centro y centristas de izquierda, militantes de la esperanza, del pan que está por venir, habitantes de la transición que no termina nunca. Hablo de ese grupo que lidera el operador comunicacional Cristián Warnken Lihn (Foxley, Velasco, Walker, Luksic, Aylwin, Clarke de la Cerda, entre otros), hablo del nieto de un exsenador, primo de Marco Enríquez-Ominami, un novelista menor, conocido por el sarcasmo tuitero que no sabe calibrar.

Hablo de ese grupo de personas –más o menos intelectuales, más o menos chilenos y más o menos republicanos– que dedican largas horas de su valioso tiempo a observar los aspectos más superficiales de un proceso de transformación profunda y, lo que es peor, dedican ese tiempo a generar contenido burlón totalmente prescindible, sin aportar nada. Hablo de los miembros de una elite seudointelectual afrancesada, que han decidido —en lugar de sumarse a un proceso histórico– infantilizar la labor constituyente, a través de críticas caprichosas y carentes de contenido, dirigidas más que a aportar en la discusión constitucional, a poner de manifiesto que son ellos los dueños del semáforo que cambiará de rojo a verde para que avancemos hacia una sociedad más democrática y de derechos; y que son ellos, unos pocos, los que “no se resignarán”, a un texto que no se ajuste a su conveniencia.

El problema no radica lisa y llanamente en que exista un grupo de personas que apruebe o rechace un nuevo pacto social, el problema se genera cuando un grupo de personas, a pesar de toda el agua y el sudor que han corrido bajo del puente, pretenden hacernos pensar (y gastan recursos y energía en ello) que su interés individual es realmente un problema de carácter colectivo, y es esa miopía (o destreza) o confusión, la que nos hace perder el eje de lo que realmente es importante: ¿queremos avanzar hacia un país más democrático y de derechos?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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