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Después de después de Cristo Opinión

Después de después de Cristo

Rafael Gumucio
Por : Rafael Gumucio Escritor chileno, profesor de Castellano y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile, académico Escuela de Literatura Creativa Director Instituto de Estudios Humorísticos de la UDP.
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Se enfrentan en Brasil como en Estados Unidos no dos ideologías sino dos formas de cristianismo. El catolicismo herido de muerte por la pedofilia en el clero, que cree en la culpa y la redención, frente a un evangelismo rozagante que piensa esa redención en termino de triunfo individual. Dos cristianismos que combaten, y de ahí la desesperación evidente con que se detestan usando la misma biblia, un paganismo que, sin presentarse a las elecciones, las gana todas.


Las elecciones en Brasil, como todas la que hemos vivido últimamente, se han presentado a sus electores como una batalla teológica: una guerra entre el absoluto bien, frente al absoluto mal. A un lado, Lula, corrupto líder de una conspiración pedófilica-gay-trans, al otro un torturador confeso, que desprecia a los pobres, la ciencia, la verdad y la democracia.

A un lado Lula que nació de la teología de la liberación que llevo a los pobres la voz de la liberación, armada o no, como un mandato divino. Al otro lado, Bolsonaro que consiguió el apoyo del evangelismo radicales, ese que llego a ese mismo pueblo después que la teología de la liberación con una buena nueva mucho más simple, pero mucho más practica que la anterior: No tomar alcohol, no acostarse con nadie más que la esposa, salvarse de la droga y el crimen organizado siguiendo las instrucciones de la biblia al pie de la letra.

Se enfrentan en Brasil como en Estados Unidos no dos ideologías sino dos formas de cristianismo. El catolicismo herido de muerte por la pedofilia en el clero, que cree en la culpa y la redención, frente a un evangelismo rozagante que piensa esa redención en termino de triunfo individual. Dos cristianismos que combaten, y de ahí la desesperación evidente con que se detestan usando la misma biblia, un paganismo que, sin presentarse a las elecciones, las gana todas.

Porque el común enemigo de casi todos en esta elección, como en otra, es el progresismo que habita, sin embargo, tanto, en su formato neoliberal, el programa de Bolsonaro, como en su formato Woke, el programa de Lula. Es la emergencia de ese nuevo mundo, con las nuevas tecnologías con sus nuevos valores, lo que explica en gran parte esta desesperación política en que la clase media en Inglaterra, Francia, Brasil, Estados Unidos o en Chile se ha quedado atrapada. Populistas.

​Crecimos pensando que la izquierda es como la derecha, parte fundamental de la forma en que los hombres comprendemos el mundo. Estudios como el formidable e interminable (más de 1600 páginas) “Por el ojo de una aguja” de Peter Brown nos recuerdan que la izquierda es una novedad. Antes que los cristianos lenta, muy lentamente, tomaran el poder en la Roma imperial, la izquierda no existía. Había rebeliones de esclavos, por cierto. Había quienes defendían el partido plebeyo en el senado, en parte porque era el más numeroso. La justicia era una preocupación tanto para los griegos y los romanos, pero la idea de que la pobreza es una promesa de Dios, que los pobres debido a su desprecio al poder deben tener todo el poder en sus manos, es una idea que llego a Roma desde Jerusalén en manos de los primeros cristianos.

Dos mil años de cristianismo nos ha hecho olvidar que el paganismo no es la ausencia de una religión, sino una religión también. En el paganismo, nos recuerda Peter Brown en había caridad con los pobres, aunque esa caridad se ejerciera, como en los Estados Unidos de hoy, a través de la filantropía de los ricos hacia los museos o las pistas de hielo de sus cuidades. En el paganismo era de buen tono dar, pero nadie entendía que se lo hiciera, como los judíos y los cristianismos querían, en secreto, sin que lo supiera el máximo de personas (como en la Teletón).

La idea de la otra mejilla, la de que los últimos serán los primeros, la de la pobreza de alma y de carne, son todas percepciones contraintuitivas del mundo. Constantino, el emperador se hizo cristiano, la iglesia pactó con el imperio, pero dejó en el ADN de éste la idea de la pobreza como una salvación. Esa es la gracia del cristianismo y su desgracia central: de todas las guerrillas de Colombia la única que no se ha rendido es la que fundó un cura. Alumnos de los jesuitas fundaron ETA y el IRA. El saldo de sangre y fanatismo de sus Savonarolas, no es menos pesado que el de sus Torquemada, o Alejandro Borgias y todos los Maciel de este mundo. De hecho, la pederastia del clero solo se hizo insoportable cuando el siempre detestable Juan Pablo II destruyó el comunismo, ese hermano enemigo, o más bien ese hijo pródigo sin la que todas las otras parábolas perdieron sentido.

Es el ciclo entero de la cristiandad el que estamos viendo terminar. Porque ¿a quién hoy por hoy le parece que es mejor perder que ganar? ¿Amar al enemigo y no vengarse de él? ¿Quién cree que el que no tiene nada merece todo por eso mismo? Que el evangelismo radical haya tenido que recurrir a Trump un hombre que ha hecho alarde de la gula, la avaricia, la lujuria y el orgullo, es una prueba más de este fin de ciclo. Por el poder está perdiendo el carisma. El catolicismo se hundió en esa misma paradoja, pero en la trampa del sexo, convertido en la metáfora también de un mercado que sabe también convertir en App la bondad y en moda dietética la caridad.

Ante esa omnipotencia del mercado donde la culpa y la duda no existen ya, la izquierda no tiene nada que decir. Esa nada la puede decir Lula, un hombre de 77 años que lo hizo todo, o un Boric, de 36, que no ha conseguido aun casi nada. Da lo mismo sus errores y sus aciertos, la cruz con la que les toca ahora cargar no promete esta vez, ningún tipo de resurrección. Los pobres de este mundo y de este otro han quedado solos como hace dos milenios que no estaban. Los dioses, con su coro de hermafroditas, astrólogos, sacrificios rituales y libaciones varias, vuelve a brillar sobre las ruinas de su imperio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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