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La palabra indigna: Paul Schäfer ante la asamblea de Colonia Dignidad CULTURA|OPINIÓN

La palabra indigna: Paul Schäfer ante la asamblea de Colonia Dignidad

Óscar Galindo V y Jorge Iván Vergara
Por : Óscar Galindo V y Jorge Iván Vergara Oscar Galindo, académico, licenciado en letras, profesor, Dr. en Filología Hispánica/ Jorge Iván Vergara, antropólogo, Dr. en sociología, académico Universidad de Concepción
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El mensaje más profundo de los discursos de Schäfer es que sólo se puede seguir siendo parte normal de la comunidad en la medida que en que apoyen el horror, le teman y a la vez lo nieguen. Schäfer y la Asamblea de Dignidad conforman, así, una sinfonía del horror, en el que dicho horror es sabido por todos y es ocultado al mismo tiempo.


​Colonia Dignidad es inseparable de la figura de Paul Schäfer, su fundador y líder indiscutido durante cuatro décadas. Él moldeó la organización acorde a su voluntad y a sus perversiones. Recordemos, entre otros, los secuestros y abusos sexuales de niños y la participación en torturas y asesinatos para los aparatos represivos de la dictadura de Pinochet. Las ramificaciones del poder del líder comprendían todos los espacios de la institución, pudiendo ejercerse en formas más o menos brutales, pero sin dejar jamás de ser altamente autoritarias. En esta columna queremos enfocarnos en una de dichas expresiones de poder capilar (Foucault): el de las asambleas, para mostrar que, en última instancia, el poder de Schäfer llegaba a definir hasta lo qué era real dentro de la Colonia y quién podía enunciarlo.

​Las asambleas representaban un espacio privilegiado en que toda disidencia a su persona debía ser apagada. Participaban de ella los miembros “sanos” de la Colonia, aquellos que no habían recibido castigo, los que ocupaban puestos de dirección pero también los que se encontraban en condición de transgresores. Ser disidente podía comprender cualquier motivo. La más mínima falta y el menor anhelo de autonomía eran razón suficiente para implementar un castigo, el que se iniciaba o hacía público (según los casos) ante la Asamblea.

​Basándonos en transcripciones al español de varias de estas reuniones, celebradas en alemán, podemos reconstruir su funcionamiento (1). Schäfer formulaba las preguntas, a las que los disidentes respondían apenas con murmullos o frases entrecortadas. Consciente del temor que generaba, reiteraba las preguntas, que muchas veces no eran sino preguntas retóricas que confirmaban la acusación ya pronunciada.

​En contra de lo que se espera del líder de una supuesta secta, el discurso de Schäfer carece casi completamente de fundamentos ideológicos, relativos a valores compartidos por toda la comunidad. Solo aparecen apenas esbozados Dios, la justicia, y, sobre todo, la verdad.

“No para denigrar, solo para establecer la verdad y para exponer el derecho y la justicia…ante él (Dios)”, es la aseveración más completa que hemos encontrado. En cambio, las referencias al sacrificio de la comunidad son muy frecuentes (“hemos sacrificado mucho tiempo”). Cabe recordar aquí lo señalado por Adorno y Horkeimer: “la ideología es justificación…donde predominan simples relaciones de poder inmediatas, no hay ya propiamente ideologías” (Soziologische Exkurse, 1956).

Schäfer parece gozar especialmente evidenciando el contraste entre su buena fe, disposición y esfuerzo y la actitud opuesta de los presuntos disidentes, a quienes les atribuye la intención de engañar para destruir la comunidad. Algunos ejemplos: buscan engañarlo (“quería desviar mi atención”); no escuchan lo que él les dice (“Yo estaba fuera de mí por tener que repetir eso”); buscan enojarlo (“venir aquí a ponerme los pelos de punta”; “eso me saca de mis casillas”); dicen cosas sin sentido, absurdas (“chismorrear al respecto estaba absolutamente de sobra, sí, absolutamente absurdo”; “estupideces”, “papelucho” -por una carta-); la estupidez es atribuida a toda la comunidad, o al menos a los disidentes en general (“tontería y absurdo…esto se escucha siempre”); y a menudo entra en la autocompasión por tener que soportar tantas aberraciones (“ya no recibiré ninguna carta más; ¡se acabó!”). Incluso se da el caso que echa a la persona de la sala; o sea, lo expulsa de la comunidad y le niega el derecho a hablar.

​El tono de Schäfer adquiere un tenor inusualmente agresivo en el marco de la exhibición y condena de los disidentes. Podemos reconocer dos tipos de estrategias discursivas: las defensivas y las agresivas. Las estrategias defensivas corresponden a las anteriormente expuestas, donde el líder de Dignidad aparenta responder a los ataques de los acusados y donde domina el contraste entre el bien propio y el mal ajeno. Las agresivas, en cambio, buscan atacar directamente a la víctima y denigrarla. Hemos identificado tres tipos: la patologización, la deshumanización y la escatología.

​Patologización. La persona cuestionada es asociada con figuras patológicas (“no eres totalmente normal”, “tan demente”, “algo no anda bien contigo”, “bestias”, “¿eres necio o qué pasa?”). En otros, la comunidad completa es patologizada (“alguien ha provocado algo aquí algo aquí…Los señores no supieron dar consejo…sólo existe esta salida, exponer el asunto ante este tropel de cerdos (Sauhaufen), casi dije, ante toda la noble comunidad”).

​Escatología. Schäfer recurre reiteradamente a la burla y al sarcasmo, un recurso que se acompaña de un lenguaje vulgar (“cuando la cosa está metida en el culo”), contrariamente a lo que se esperaría de un pastor o un dirigente cristiano.

​Deshumanización. La destrucción del presunto opositor llega a su paroxismo cuando el reconocimiento de culpabilidad es ridiculizado, de manera que la víctima queda completamente deshumanizada: no es sospechosa, es culpable; se le reprocha su conducta y se rechaza inclusive su arrepentimiento, que permite al líder incrementar la descalificación de la persona. En efecto, una mujer le dice a Schäfer y a la asamblea que ha sido rebelde y desobediente, “terca e inflexible…me he rebelado contra todos”. Schäfer se burla de ella, cuestionando su sinceridad y subrayando sus errores hasta identificarla como satánica:

“Fue desvergonzada, fresca, contestaba cosas sin sentido. Y aquí ella se hace pasar por maestra de sí misma. Y con eso quiere lograr aparecer como humilde. Y de esa forma logra lo contrario entre nosotros, logró darnos la impresión de un servilismo canino. Y todo esto lo observaba Satanás…la tendencia demoníaca de esta muchacha poseída…Se hace maestra de sí misma…Despierta la impresión de que las personas aquí no tienen voluntad propia y son casi como prisioneros apaleados (torturados)”

Este complejo texto sintetiza prácticamente todos los aspectos señalados del discurso de Schäfer: la agresiva patologización y animalización de los disidentes, la calificación como absurdas sus afirmaciones y atribuirle una conducta maligna, aún diabólica: “tendencia demoníaca de esta muchacha poseída”.

El Führer va más allá: condena lo que en la teología cristiana define como el pecado original del demonio: considerarse a sí mismo a la altura de Dios (Léase: Schäfer y la comunidad), pretender ser “maestra de sí misma”. Su hybris es el orgullo. Desde él, el resto de la comunidad aparecen como “prisioneros apaleados (torturados)”, que es precisamente lo que son o pueden llegar fácilmente a ser.

Schäfer describe en términos apropiados lo que es Colonia Dignidad para negarlo al mismo tiempo, pero es una negativa que, sin duda, no era creíble para la Asamblea, que conocía los mecanismos de vigilancia y represión existentes dentro de Villa Baviera; tampoco para la persona acusada, que está siendo sometida. ¿Por qué Schäfer hace entonces esta enunciación? La respuesta es que su discurso va más allá de la ideología – valores compartidos por todos-, transformándose en una expresión completamente cínica: si puede afirmar lo que realmente es la Colonia bajo su dirección: un lugar donde hay prisioneros y torturados y abusados, es porque tiene el poder de decir lo que nadie más puede enunciar.

El presunto error de la acusada es haber afirmado precisamente la verdad que todos conocen y ocultan a la vez. Solo el líder puede hacerlo, precisamente porque su posición le permite no solo ejercer un poder despótico y arbitrario, sino que también establecer lo que es verdadero y lo que puede ser dicho o no dicho. Solo Schäfer puede, entonces, enunciar lo que todos saben para desmentirlo inmediatamente, reafirmando su poder sobre los colonos a través de la apelación a la verdad, que se identifica con lo que él dice; de la misma forma como en la Alemania nazi, se llegó a considerar cualquier decisión de Hitler como una ley. El silencio de la asamblea es el grito más efusivo en su apoyo, al reafirmar que el monopolio de la palabra por Schäfer es también el monopolio de la verdad.

La propiedad de la palabra y, por su intermedio, el discurso de la verdad se construye desde la apelación al argumento de autoridad, pero a diferencia de su uso retórico tradicional, que consiste en citar o apelar a discursos y personalidades prestigiosas, en este caso Schäfer recurre a su propia autoridad, que él y la comunidad saben, no se basa en el prestigio o en el conocimiento, sino en la fuerza, la violencia y el maltrato.

El mensaje más profundo de los discursos de Schäfer es que sólo se puede seguir siendo parte normal de la comunidad en la medida que en que apoyen el horror, le teman y a la vez lo nieguen. Schäfer y la Asamblea de Dignidad conforman, así, una sinfonía del horror, en el que dicho horror es sabido por todos y es ocultado al mismo tiempo.

(1)* Dichas transcripciones fueron generosamente facilitadas por Carlos Basso, a quien le hacemos presente nuestros agradecimientos. A quien desee conocer la historia de Colonia Dignidad le recomendamos también la lectura de su trabajo, recientemente publicado, La secta perfecta (Aguilar, Santiago, 2022).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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