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Einstein y el óptimo de redistribución Columna de opinión

Einstein y el óptimo de redistribución

«Cualquier medida en favor de la redistribución, será al mismo tiempo una medida en contra del crecimiento. Pero quizás existe algún punto óptimo de redistribución».


Hace unos días se cumplieron 100 años de la maravillosa Teoría General de la Relatividad del físico alemán Albert Einstein. A pesar de que es tremendamente complicada de entender, básicamente expandió el trabajo realizado a fines del siglo XVII por el inglés Isaac Newton, quien definió con detalle las leyes del movimiento.

Un clásico ejemplo es el del tren y la pelota: imagina que un niño que va sobre un tren a 20 km/h lanza un pelota en la misma dirección a 5 km/h. ¿A qué velocidad viaja la pelota? La respuesta es: depende del observador.

Para el niño, va a 5 km/h. Para un observador externo, va a 25 km/h, pues las velocidades se sumaban con aritmética tradicional. El problema es que a través de muchas mediciones se descubrió que la velocidad a la que se mueve la luz no cumplía con este fenómeno. No era relativa, sino absoluta, lo que no encajaba con el modelo aceptado como verídico hasta ese momento.

En 1915, Albert Einstein fue capaz de construir y explicar el universo entero tomando en cuenta dicho fenómeno. Sus aplicaciones hoy son innumerables y cada nuevo experimento que se ha realizado con las más modernas tecnologías cumple a la perfección con el trabajo desarrollado hace un siglo por el alemán. Una de las conclusiones más alucinantes es el hecho de que mientras más cerca de la velocidad de la luz estamos, más lento pasa el tiempo (la película Interstellar retrata muy bien este fenómeno).

Por eso, los relojes en los satélites que orbitan la Tierra deben ir un poco más rápido que los que funcionan sobre la faz de la Tierra, para mantenerse sincronizados.

Este concepto de relatividad puede asociarse a otro fenómeno mucho más cercano a nosotros. Imagínate si tuvieras veinte mil millones de pesos en tu cuenta. Con esta tremenda fortuna, puedes comprarte yates, mansiones y todo lo que desees en el mundo, y nada de lo que te compres hará que notes un cambio grande en tu cuenta.

Ahora, imagina que un ladrón llega y te roba diez millones. Diez de los veinte mil. A menos que tengas al mejor contador de la historia, probablemente ni te darías cuenta de que te faltan esos diez millones. Digamos, en relación contigo, no son nada. Imagínate que ese ladrón, siguiendo el ejemplo de Robin Hood, toma esos diez millones y se los da a una persona que gana el sueldo mínimo. Esos diez millones triplicarán lo que gana esa persona en un año. Si los cuida, podría incluso pagarse estudios, mejores condiciones para su familia y ser una gran ayuda para salir adelante en su vida.

En otras palabras, así como la velocidad de la pelota depende del observador, el valor de la riqueza también depende de quién gane o pierda esa riqueza. ¡El valor de la riqueza es relativo! Esos diez millones para uno valen nada, para otro lo significan todo.

Basados en esta premisa, ¿deberíamos entonces tomar toda la riqueza de los millonarios y redistribuirla a los más pobres? Suena lógico, pues para unos no duele ni un poco y para los otros significa mucho. Aquí es donde hay que tener cuidado, pues a pesar de que el rico puede no notar que se apropien de un pequeño monto de su cuenta, sí notará una apropiación sistemática y mensual de su dinero. Eso es a lo que llamamos “impuestos”.

La teoría económica dice que cuando cobras impuesto a la gente sobre algo, la gente deja de hacer ese algo, o lo hace con menor intensidad. Es un desincentivo. Los impuestos a la inversión reducen la inversión, los impuestos al consumo reducen el consumo. Entonces, mientras más intenta redistribuir el Estado, más contribuye a reducir la cantidad de lo que redistribuye. Es contraproducente. Cada vez que redivides la torta, esta se achica. Como muy bien explicó alguna vez el famoso economista Arthur Okun, la redistribución se puede ejemplificar como una canasta con agujeros. Cada vez que usamos la canasta para redistribuir, se pierde una importante cantidad en el camino.

En general, cualquier medida en favor de la redistribución, será al mismo tiempo una medida en contra del crecimiento. Pero quizás existe algún punto óptimo de redistribución. Esto se discute con intensidad en el entorno económico mundial en lo que se conoce como el “trade off entre eficiencia y equidad”. Esto sugiere que al principio, en una sociedad ultradesigual, el pobre se ve beneficiado con la redistribución, pero existe un punto en donde esa redistribución comienza a perjudicar al pobre y, por supuesto, también al rico. Toda la sociedad comienza a perder.

Entonces, aunque uno estuviera absolutamente de acuerdo desde el punto de vista moral con redistribuir, porque “es lo que corresponde”, igualmente habría que tener sumo cuidado con dispararnos en el pie, empobreciéndonos al mismo tiempo que redistribuimos. Estoy hablando desde un punto de vista puramente técnico, independientemente de las preferencias político-morales de cada uno. No se debe dejar a un lado este crucial punto en la discusión. De hecho, muchos economistas se dedican a defender el lado técnico de la discusión, ejerciendo como una muralla de contención ante ideas extremistas de lado y lado.

Quizás algún día llegará un “Einstein de la economía” y descubrirá un punto óptimo de redistribución. Si esto llega a ocurrir, de seguro moverá los cimientos de nuestra sociedad, tal y como hace un siglo lo hizo Albert Einstein y su genial Teoría General de la Relatividad.

Pablo Witto
Economista de Banco Penta

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