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La empresa prohibida Opinión

La empresa prohibida

«Cambiemos la idea misma de empresa. Prohibamos las que nos avergüenzan y démosles espacio para crecer a las que nos enorgullecen. Es posible y es necesario para una sociedad mejor y una vida mejor. Ahora que viene la discusión de la Constitución reflexionemos sobre la empresa que queremos, y podemos sacar buenos ejemplos de otros lados».


No vi a todos los humoristas del festival, pero sí a un par y leí en los diarios del día siguiente los comentarios. Sacando al pobre de Meruane, la línea de los demás fue la misma. Mas o menos genial, pero aguda, al callo, dura.

Cuando se trataba de los políticos me reí fácil. Es que se han lucido y de todos lados. Me alegra lo que está pasando y que caigan todos los que tienen que caer. Era con nombre y apellido la cosa además. También fue contra los empresarios. A veces con nombre, otras contra la categoría no más. Los empresarios. La gente se reía también. Ahí me reí menos. Y después no me reí. Lo lamenté.

Cierto es que algunos de los estandartes del empresariado chileno han hecho tremenda pega por posicionar su categoría por ahí por la cloaca social. Esos grandes, conocidos e históricos, también han demostrado ser coludidos y, por qué no, miserables. Han caído abajo de lo bajo en lo que deberíamos esperar éticamente de ellos. Ruines, pencas, burdos.

El problema es que muchas veces esas conductas son parte de una forma más general y profunda de ser y actuar. Así, no es raro en esos casos encontrarse con empresas en las que su sentido es la mera obtención de valor económico. Donde la noción de sustentabilidad económica, social y medioambiental brilla por su ausencia o se hace presente exclusivamente por la presión de la ley. Donde reinan las malas prácticas laborales, con liderazgos igual de pobres: autoritarios, desde la desconfianza, abusivos, orientados solo a la tarea, mezquinos y trepadores. Con culturas frías, desde el control, basadas en la utilización de recursos humanos más que la participación de personas. Empresas que no innovan. Sin una valoración del trabajo en sí mismo. Empresas pobres finalmente: de espíritu, de valor y de posibilidades sólidas de sobrevivir.

Empresas que debiesen estar prohibidas. Así no más. Indeseables. En extinción, aberrantes, despreciables, del pasado, innecesarias. Chicas, medianas o grandes. Prohibidas. Prohibida toda esa forma de hacer empresas. Borradas del imaginario colectivo de lo posible.

Y lo digo porque por mi trabajo me encuentro con un montón de otras empresas. Admirables por varios lados, pero con un denominador común: tienen –con más o menos relato–, a lo Humano al centro. Donde, como dice el inglés Charles Handy, la generación de utilidades es una condición necesaria, pero no suficiente. Que valoran el trabajo, la sistematicidad, el rigor. Que innovan, mejoran, crecen. Con líderes íntegros por honestos, pero también por la capacidad de distinguir la condición humana detrás de la labor y así administrar. Culturas fuertes basadas en la confianza. Empresas con vocación de crecer bien y sostenerse. (Bastante lejos de la pasada de Dávalos y Cía.). Empresas necesarias y admirables.

De ahí mi propuesta: cambiemos la idea misma de empresa. Prohibamos las que nos avergüenzan y démosles espacio para crecer a las que nos enorgullecen. Es posible y es necesario para una sociedad mejor y una vida mejor. Ahora que viene la discusión de la Constitución reflexionemos sobre la empresa que queremos, y podemos sacar buenos ejemplos de otros lados. Como en Alemania, en que constitucionalmente la propiedad obliga a generar valor para el bienestar común. Quedémonos con esas. Las demás que dejen de existir, ni en los chistes del Festival. Son empresas prohibidas.

Francisco Cerda
Gerente General de Gudcompany

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