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Baltazar Sánchez, director de La Polar, integró una sociedad con los ejecutivos para comprar acciones de la cadena  


En 1999, Baltazar Sánchez, entonces brazo derecho del fallecido Ricardo Claro, fue invitado por Raúl Sotomayor, socio y administrador del Fondo Southern Cross, a integrar el directorio de La Polar.

Su nombre vestía bien a una multitienda comprada al borde de la quiebra a su fundador León Paz. Ambos, además, se conocían de tiempo atrás, ya que Sotomayor había trabajado en el grupo Claro y Sánchez había sido su jefe.

Cuando la plana ejecutiva quedó constituida, Sotomayor y el argentino Norberto Morita, el otro socio y administrador de Southern Cross, ofrecieron a los siete gerentes más importantes un plan de incentivos que consistía en comprar acciones de La Polar. También convocaron a dos directores: Sánchez y Juan Enrique Riveros, socio histórico de Hernán Somerville en distintos negocios.

Según informa el sitio Ciper Chile cada uno lo hizo a través de una sociedad individual y juntos compartieron la propiedad de Inversiones Siglo XXI S.A, la empresa mediante la cual el fondo adquirió La Polar y que, a esa fecha, era una empresa cerrada.
Sánchez ingresó a través de Inversiones Portofino; Riveros mediante Jerico S.A; Alcalde (Asesorías Galicia), María Isabel Farah (Asesorías Horus), Julián Moreno (Río Najerillas). Lo mismo ocurrió con Daniel Meszaros, Nicolás Ramírez, Pablo Fuenzalida y Santiago Grage.

Cuando, en 2003, la compañía se abrió a la bolsa, los papeles que habían recibido se transformaron en acciones de La Polar propiamente tal. Sotomayor y Morita -agrega Ciper- no sólo controlaron el directorio como accionistas mayoritarios, sino las decisiones respecto de cuándo la plana ejecutiva debía comprar y vender papeles.

Además, determinaron la creación de nuevas sociedades, nacidas de subdivisiones de la original Siglo XXI S.A, a través de las cuales los ejecutivos siguieron adquiriendo y enajenando acciones. Cuando había aumentos de capital todos -incluidos Sánchez y Riveros- los suscribieron acrecentando su participación en la cadena de tiendas.

En 2006, poco antes de que el fondo vendiera su último paquete de La Polar, Sotomayor planteó la necesidad de retener a los ejecutivos y les ofreció comprar una parte de las acciones que saldrían a remate.

Todos lo hicieron y también Sánchez y Riveros, quienes se transformaron en dueños de un 0,27% de La Polar cada uno -explica Ciper- mientras los siete gerentes alcanzaron un 5% en conjunto.

Sánchez no pudo ser contactado por El Mostrador Mercados por encontrarse fuera de Santiago, pero en su declaración ante el Fiscal José Morales, que lleva adelante la investigación, afirma que compró acciones a título personal y a través de una sociedad y que “todas las acciones que compré se mantienen en mi patrimonio”. En ese caso, hizo un pésimo negocio, ya que el precio ha caído más de siete veces.

Lo que resulta llamativo es que siendo director de La Polar -lo fue hasta abril de 2011- participara en una misma sociedad (que fue modificando su razón social) con los ejecutivos a los cuales debía fiscalizar.

Daniel Rey, abogado del estudio de Juan Enrique Miquel, sostiene que “los directores evalúan el desempeño de los gerentes y el grado de cumplimiento de los objetivos del plan estratégico de la empresa, por lo tanto, sólo un directorio que no tenga lazos con la plana gerencial puede supervisar la gestión de una compañía de manera objetiva e imparcial”.

El ex superintendente de Valores, Guillermo Larraín, pone en duda “cuán independiente eran estos directores para supervisar a los ejecutivos con quienes en otra firma eran socios”.

Sin embargo, hace una distinción respecto de si las sociedades de las cuales formaron parte Sánchez y Riveros junto a los gerentes eran sólo un “depósito de acciones” o si tenían ingerencia en las decisiones de la empresa. “En el primer caso, uno diría que el conflicto de interés es mínimo, pero hay que explicar cuál era el objeto de tener una sociedad estructurada de esa forma. Eso debe ser investigado”.

También repara en el mecanismo de estímulo impulsado por Morita y Sotomayor para que los gerentes compraran acciones -también lo hicieron a través de una sociedad conjunta llamada Alpha- porque puede haber tenido por objeto, en un momento, fortalecer el control, lo que, a su juicio, también debiese ser analizado.

Juan Enrique Riveros sostiene que “Morita nos invitó, él decía a mí me gusta que los directores pongan plata en la empresa”. Confirma que tuvo un 0,27% en una de las compañías con prefijo Siglo XXI. “Vendí una parte en un momento para hacer otras inversiones, pero todavía conservo acciones”. Ante la pregunta de por qué formó parte de una sociedad con los ejecutivos y no compró por cuenta propia responde que “pienso que debe haber sido por razones administrativas, legales o financieras, no para ser socio de esta gente”.

A su juicio, no le restó independencia ser director y mantener papeles de la empresa en una sociedad con los entonces gerentes. “Yo no hablé nunca con los ejecutivos salvo en las sesiones de directorio”.

El gancho de ofrecer acciones a los ejecutivos para motivarlos y retenerlos -incluso cuando el fondo iba a retirarse de la propiedad de la compañía- y de esa forma lograr un compromiso que fuera en favor de aumentar el valor de la inversión del fondo Southern Cross en La Polar, terminó siendo un imán perverso.

Cabe preguntarse qué habría ocurrido si esos planes de incentivos no hubiesen existido. ¿Habría sido igual el desenlace de la historia de La Polar?

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