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Opinión: Llegó el momento de bajar la Tasa de Política Monetaria


En la última reunión de política monetaria realizada en junio, se registró un hecho bastante particular. Luego de mucho tiempo se emitió un voto disidente respecto a la que fue la decisión final del consejo. Puede resultar anecdótico, pero esto no es común en las reuniones de política monetaria. La última vez ocurrió en diciembre de 2008.

El voto disidente optó por bajar la Tasa de Política Monetaria (TPM) 25 puntos base en el mes de junio. Se argumentó la profundidad de la desaceleración de la economía y su impacto de mediano plazo sobre la inflación en un contexto en que el efecto de la depreciación del peso es sólo transitorio. Por otra parte, el resto del consejo señaló básicamente la necesidad de actuar con cautela hasta que no apareciera evidencia clara de que la inflación comenzaba a desacelerarse. En ambos casos, los argumentos son plausibles. En particular, la cautela parece adecuada básicamente porque existe elevada incertidumbre respecto a la actual y futura brecha de capacidad de la economía, básicamente por las dudas respecto al PIB potencial. En este sentido, efectivamente es probable que el PIB potencial sea menor al estimado hace un año e incluso el escenario futuro sea más negativo. Por tanto, el efecto a la baja sobre la inflación que tendría la actual desaceleración económica sería menos relevante que lo pensado.

Por otra parte, existe consenso en relación a que el proceso de ajuste de la TPM no ha finalizado. Al respecto, los datos de mercado internalizan que la próxima baja se realizaría sólo a partir de agosto y la siguiente algo más adelante. Sin embargo, el Banco Central debería “sorprender” al mercado y bajar la TPM en julio. Más allá del tema de la incertidumbre sobre el PIB potencial, es claro que las holguras de capacidad están creciendo con el actual dinamismo de la economía. Por otra parte, si bien ha sorprendido en los últimos meses, el impacto de la depreciación del peso y el alza de los combustibles debe ser transitorio. Sin embargo, existe un factor adicional que puede cambiar la balanza en la decisión de política monetaria.

En las últimas semanas las expectativas de inflación de mediano plazo implícitas en los instrumentos de mercado han disminuido significativamente. Es precisamente este escenario el que el Banco Central desea evitar a toda costa ante el peligro de un desanclaje permanente de las expectativas que eventualmente pudiese cambiar la dinámica de los precios. De acuerdo a los datos de mercado, en promedio la inflación en los próximos 2 y 5 años sería de 2,4% y 2,75%, respectivamente, niveles por cierto alejados del objetivo de 3%. Esta caída ya ha mostrado un grado de persistencia, considerando que prácticamente en todo el mes de junio las expectativas implícitas de inflación a 2 años se ubicaron bajo 2,7%.

En conclusión, es probable que en los meses de julio y agosto aún se observen efectos de la depreciación del peso y del alza del precio de los combustibles. Sin embargo, la novedad ha sido la caída de las expectativas de inflación de mediano plazo que hace un tiempo ya se ubican por debajo del objetivo de 3%. Incorporando este nuevo antecedente es muy probable que el Banco Central decida rebajar la TPM en el mes de julio y no retrasar más tiempo un ajuste que parece necesario.

Matías Madrid
Economist Jefe de Banco Penta

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