El hombre metió la mano en el bolsillo interior de su saco, agarró una de sus tarjetas de presentación y se la entregó a la persona que tenía enfrente. Por su tamaño y por la cartulina en la que estaba impresa, daba la impresión de ser la tarjeta de cualquier ejecutivo, pero ésta tenía algo diferente: no detallaba el apellido del hombre, tan sólo su nombre de pila, su teléfono celular y, en letras mayúsculas, el servicio que ofrecía: «Cambio de monedas extranjeras».
Ese tipo de estrategia de marketing, llamativa en una actividad penalizada por la ley, es posible encontrarla en estos días entre los cambistas informales -los llamados «arbolitos»- de la calle Florida, los mismos que se han multiplicado en las últimas semanas como resultado directo de las restricciones cada vez mayores para la compra de dólares en el mercado formal y de la consecuente demanda en el paralelo.
«Hasta hace dos meses no éramos más de cinco en la cuadra -dijo a LA NACION un cambista que anuncia sus servicios entre la avenida Corrientes y la calle Sarmiento-, y ahora, desde Diagonal Norte hasta Corrientes debemos ser cincuenta.»
Cruzando la avenida Corrientes, otro cambista -que ya lleva más de un año ejerciendo su «oficio» en la zona- dijo algo parecido: «En el último mes las casas de cambio informales incorporaron cinco personas más por cada cuadra».
Los testimonios no parecen exagerados. Cualquier peatón que recorra Florida en horas laborables podrá dar fe de la cantidad de personas que -a viva voz y sin aparente temor a la policía ni a los inspectores de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), que ayer brillaban por su ausencia- ofrecen comprar y vender dólares, euros y reales. Son unos 10 por cuadra. En la intersección de Florida con Lavalle, en la tarde de ayer era posible distinguir un «arbolito» en cada esquina.
Según los cambistas consultados, la mayor parte de los que acuden al mercado informal son argentinos. La explicación que los cambistas dan para la creciente demanda del dólar paralelo es sencilla: «Andá a una casa de cambio o a un banco a ver si podés comprar un dólar», dijo uno. «La gente no quiere presentar todos los papeles que pide la AFIP [para poder adquirir dólares] y por eso viene acá», comentó otro.
Adquirir divisas en el mercado negro, sin embargo, resulta mucho más costoso que en el formal. Ayer, la cotización a la venta del dólar paralelo promedió 6,45 pesos por dólar. En las casas de cambio el precio promedio rondaba los $ 4,67. «Si la gente tiene urgencia de dólares, viene acá y paga el precio», dijo otro cambista informal.
Pero no son sólo argentinos los que acuden al mercado negro. Cada vez más turistas optan por vender sus divisas a los arbolitos, quienes les pagan un precio (ayer $ 6,30 por dólar) sensiblemente más alto que las casas de cambio ($ 4,62).
«Los turistas ya se avivaron y ahora cambian con nosotros», dijo una cambista con acento extranjero. «Casi todos son latinoamericanos que saben cómo funciona un mercado negro.» Otro arbolito dijo algo similar: «Algunos turistas tienen miedo de que los llevemos a una oficina, pero los que ya han estado acá antes van sin problemas».
El boom del mercado negro de divisas contrasta con la menor actividad que se ve en las casas de cambio formales (ver aparte). Ayer, poco después del mediodía, distintas oficinas sobre Florida y sus alrededores lucían vacías o con muy pocos clientes. De hecho, algunas de las personas que entraban lo hacían para pagar sus facturas de servicios básicos.
Además de la cantidad de arbolitos que se pueden ver en Florida, llama la atención la apertura con la que ofrecen sus servicios. En esquinas como la de Florida y Lavalle, el volumen de voz con que estas personas -hombres y mujeres, argentinos y extranjeros- ofrecen cambiar monedas es casi tan alto como el de las que venden paquetes turísticos o shows de tango.
Al preguntarle si no teme ser detenido por las autoridades, un arbolito contestó: «¡No pasa nada! Si ellos [los agentes de la AFIP] saben que estamos acá». Otro se mostró más prudente y dijo que cuando ve que se acercan agentes (o personas con apariencia de tales) procura bajar la voz para no tener problemas. Pero apenas los agentes se alejan, vuelve a gritar: «¡Cambio!».
Los cambistas están presentes a lo largo de la peatonal
Entre Corrientes y Lavalle. Un «arbolito» ofrece sus servicios a los transeúntes.
Intersección con Lavalle. Dos mujeres hablan con un cambista informal.
El mercado paralelo encontró en los extranjeros su más estable «fuente de alimentación». Lógico: buscan hacer rendir aquí lo mejor que puedan su dinero, mientras, del otro lado, hay miles de sedientos por comprar lo que en los mostradores legales se les niega. Por eso florecen tantos arbolitos, hasta generar la sensación de que el microcentro se ha transformado en un bosque. En las agencias de cambio admiten que allí casi no ingresan turistas a vender sus divisas. Eran minoría, hace unos meses, y se extinguieron progresivamente una vez que la brecha entre el cambio oficial y el paralelo cruzó la barrera del 30%. «Las únicas casas que aún trabajan algo con turistas están en Ezeiza y Aeroparque, donde cambian lo mínimo indispensable para moverse por algunas horas o durante el primer día de estadía», indicó un cambista que vio caer 92% su actividad desde que el cepo se cruzó en su camino..