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La supramayoría de los acuerdos: expertos en derecho valoran el consenso inédito de las normas en la Convención NUEVA CONSTITUCIÓN

La supramayoría de los acuerdos: expertos en derecho valoran el consenso inédito de las normas en la Convención

Roberto Bruna
Por : Roberto Bruna Periodista de El Mostrador
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Podrá gustar o no, pero independientemente del grado de acuerdo que se tenga respecto de sus normas, dos respetados expertos en derecho constitucional, como lo son Javier Couso y Tomás Jordan, y uno en derecho administrativo, Luis Cordero Vega, arriban a una conclusión concordante: la propuesta presentada por la Convención está lejos de ser una curatoría de excentricidades, sino que es más bien un producto que emergió en medio de un espacio de conversación inédito en su tipo, uno que, no obstante todas sus polémicas y a pesar de los escándalos o disparates de uno que otro integrante, logró sacar adelante la tarea encomendada por la ciudadanía. Al final, se imponen adjetivos como “razonable” y “adecuado” para referirse a la propuesta elaborada por los 154 convencionales, una que destaca por una legitimidad de origen dada por su representatividad y por el respeto irrestricto a las reglas. Valorando, por sobre todo, las supramayorías alcanzadas con la aprobación de 388 artículos con la máxima dificultad de los dos tercios. Así, los mismos dos tercios que en la actual Constitución han servido de cerrojo para evitar modificaciones, en este caso permitieron que el Pleno se convirtiera en el espacio de los consensos.


La Convención Constitucional fue finalmente disuelta. Cesaron los plenos con palabras encendidas, los exabruptos evitables ante los medios de comunicación, los disparates pronunciados en las comisiones proclives a ser amplificados en redes sociales, una que otra actuación bochornosa protagonizada por unos pocos convencionales y, claro, el caso de Rodrigo Rojas Vade, cuyo impacto fue demoledor. Pero, a pesar de todos estas situaciones, diversos abogados, expertos en derecho constitucional y administrativo destacan los hechos concretos, como es el resultado del trabajo que la ciudadanía les encomendó a 155 personas independientes a la postre 154, muchas de las cuales llegaban a esta instancia inédita con poca o nula experiencia política.

Y es en este punto de la reflexión que los expertos valoran las supramayorías: 388 artículos aprobados con la máxima dificultad de los 2/3. Los mismos 2/3 que en la actual Constitución han servido de cerrojo para evitar modificaciones, en este caso permitieron que el Pleno se convirtiera en el espacio de los consensos.

Justo a tiempo

No fueron pocos los constitucionalistas que, al comienzo y fundamentalmente durante el proceso, reconocieron haber apostado a que los convencionales no llegarían con los tiempos. Era una experiencia nueva, marcada además por una rigurosa paridad y con representación de las primeras naciones, los pueblos originarios. Todo parecía en contra. “Tuve dudas de que iba a levantar un texto constitucional con un mínimo nivel de exhaustividad”, sostiene el académico Javier Couso, académico de la Universidad Diego Portales, constitucionalista de la Universidad Católica y con un doctorado en la Universidad de California en Berkeley. Para Couso, el análisis de la forma es clave, toda vez que le da legitimidad al contenido del texto, cosa de la que carece la actual Constitución que rige en Chile, redactada por la “única dictadura criminal” que ha tenido nuestro país.

El académico pasa a referirse al momento que considera más crítico en esta historia: “Me tensionó lo mucho que se demoró la fase de redacción del Reglamento, porque eso le quitaba tiempo a la redacción misma del texto. Los últimos cinco meses fueron muy trabajados por los y las convencionales”, agrega, en referencia a lo que algunos de los representantes de la soberanía popular dentro del órgano y de todas las tendencias pueden confirmar, debido a las extensas jornadas de trabajo y los escasos momentos de descanso que implicaba la realización de una enorme tarea.

Tomás Jordán mira el texto y le asombra que sea “razonable y adecuado”. Le parece increíble que haya sido elaborado, no ya solo por tener el tiempo en contra, sino porque se logró pese a la clara fragmentación de fuerzas. “Fue una Convención con mucha diversidad, con el 65% de personas independientes y sin experiencia política. Me sorprende que hayan logrado arribar con un texto”, reconoce el abogado constitucionalista, cientista político, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Alberto Hurtado y coordinador del Observatorio Nueva Constitución.

El constitucionalista Luis Cordero Vega, académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, destaca un elemento que es clave para entender el resultado final: “El proceso nunca ha dejado de ser institucional y, más allá de las estridencias, me parece que esto es un activo que no se valora lo suficiente”. Couso coincide con su colega, toda vez que señala “fue un proceso constituyente procedimentalmente regulado por la Constitución actual”. Por cierto: el artículo 135 establecía que la Convención no podía intervenir en las atribuciones de otros órganos instituidos por la actual Carta Fundamental. “En ese sentido, (la Convención) nunca se metió con la Corte Suprema, con el Parlamento, la Presidencia, ni con la Contraloría, etc.”, agrega el académico de la UDP.

Couso indica que este rasgo también la distingue de conversaciones constituyentes en otros países de la región, donde los procesos han sido generalmente traumáticos con el poder constituido, que es lo que –según Couso se ha visto mucho en los procesos bolivarianos. “Lo que vivimos acá no es algo normal, ya que las convenciones en otros países (las asambleas constituyentes) se han tentado en intervenir. El caso de Bolivia, el de Venezuela… En esos países las asambleas se convirtieron en actores de la política contingente”, puntualiza.

La tradición republicana del pueblo chileno

Recordaban los constituyentes, a poco de ser disuelta la Convención, las veces que debieron hacer frente a todas las insuficiencias técnicas que sufrieron en los primeros días. Lo hicieron a través de entrevistas y por redes sociales. Ni hablar de las complejas condiciones sociales en que se producía esta discusión: con una sociedad que acababa de sufrir una fractura expuesta, con altos niveles de desconfianza interpersonal y un elevado desprestigio de las instituciones, especialmente las políticas. Por si fuera poco, en medio de una pandemia.

Y pese a todos los problemas, la Convención Constitucional salió adelante con su trabajo y, para ello, contó con la colaboración espontánea de otras instituciones republicanas, como las municipalidades, las universidades, etc. Ante cada adversidad, cree Couso, emergió toda esa tradición republicana que aún habita en el espíritu del pueblo chileno, clara sobreviviente de un momento cultural que no muestra mucho aprecio por la educación cívica.

“Chile tiene un acervo institucional que es bastante importante. Siempre hay que tener en cuenta que este es un país que tiene cierta familiaridad con los procesos jurídicos, y cuenta con una cultura institucional y legal importante”, recalca el titular del Departamento de Derecho Público de la UDP. Lo anterior es clave, ya que en su opinión garantizó el respeto al quórum supramayoritario de dos tercios (2/3), obligándose a acuerdos transversales que hicieron posible un producto carente de excentricidades y exotismos, que tanto preocupaban a las personas de espíritu más conservador.

Lo más importante es que “el texto respeta el carácter de ‘república democrática’”, destaca Javier Couso, quien añade enseguida que la propuesta construye sobre un principio básico: un Estado con poderes independientes entre sí, con las debidas cortapisas que impiden que uno intervenga en el otro, y eso “incluso fue destacado por agencias internacionales”, sostiene, máxime en tiempos en que vemos una tentación a expresiones políticas más autoritarias. Couso destaca que el respeto a los 2/3 “se cumplió más allá de algunos debates que pretendían pasar a llevar esta norma”.

Cordero subraya este aspecto fundamental en la redacción de la propuesta constitucional, puesto que un quórum tan alto obligaba a instalar un diálogo que demandaría mucho más tiempo, lo que le restaba espacio a la redacción y posterior perfeccionamiento. “Se nota que había voluntad de cumplir con el plazo constitucionalmente asignado”, expresa el académico de la Universidad de Chile, quien agrega no sin cierto dejo de asombro que “muchos creíamos que eran necesarios un par de meses adicionales para afinar el texto”. Couso recuerda que la concesión de una nueva prórroga habría sido imposible por la actual composición del Congreso.

Jordán asume a estas alturas que, después de un año de trabajo, se ha arribado finalmente a un texto “razonable y adecuado para iniciar un nuevo ciclo de la política chilena, y me parece que eso lo más relevante”, coincidiendo en que “el paso de la comisión al Pleno y el quorum de 2/3 permitieron que las fuerzas más moderadas de la Convención abogaran por un texto más representativo del sistema político, excluyendo a los extremos”.

De hecho, ninguna de las publicitadas «excentricidades» lograron pasar por el cedazo de las propias comisiones. El caso más representativo fue la propuesta de norma presentada por la convencional María Rivera, quien propuso, en la Comisión de Sistema Político, derogar todas las instituciones y reemplazarlas por una asamblea popular que centralizaría todos los poderes, organizando a la sociedad en consejos populares similares a los “sóviets”, una propuesta que ni siquiera contó con el voto favorable de su promotora.

“El Reglamento permitió arribar a un texto adecuado”, agrega Tomás Jordán, quien hace un vínculo entre producto y procedimiento, al tiempo que resalta un texto que logra instalar respuestas coherentes a una demanda que apunta a desconcentrar el poder en múltiples dimensiones (sociales, políticas, territoriales, sexogenéricas, etc.), y ello ha sido posible sostiene porque se pudo “enhebrar una columna vertebral de temas esenciales para el nuevo ciclo de Chile, y que dan cuenta de los cambios culturales, sociales y políticos de las últimas décadas y que venían apareciendo en la sociedad hace bastante años. El texto tiene una columna vertebral”, concluye.

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