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Kathya Araujo: “No sé si los partidos entienden que su destino está jugándose en este momento” PAÍS

Kathya Araujo: “No sé si los partidos entienden que su destino está jugándose en este momento”

Chile llega a este nuevo plebiscito con un alto rechazo hacia los partidos y desinterés en el proceso, pero con una población preocupada por su futuro. Así lo confirma Kathya Araujo, quien ha investigado el aumento de la politización ciudadana y su desvinculación con la política tradicional.


Politización sin identificación: los sectores populares y su relación con la política en Chile, es uno de los últimos trabajos de la psicóloga y doctora en Estudios Americanos, Kathya Araujo, quien junto a los investigadores Nicolás Angelcos y Pablo Pérez Ahumada, ofrecen una radiografía que nos permite comprender la relación de las personas con la política institucional, en momentos en que el país decide si tener o no una nueva Constitución.

La académica profundiza sobre el aumento del rechazo hacia los partidos, mientras crece el interés ciudadano por los asuntos públicos que puedan comprometer su estabilidad. Desde ese lugar, Araujo proyecta si es posible recomponer las relaciones entre las personas y el sistema político, ad portas del cierre de un largo debate constitucional marcado por lógicas electorales y cortoplacistas.

“Creo que el inicio de este proceso era un espaldarazo a la democracia y el sistema institucional, pero el camino ha mostrado que no lo interpretaron de esta manera. Era una oportunidad y no tienen muchas más”, advierte.

-¿Crees que sea posible recomponer las relaciones entre la ciudadanía y la política institucional a partir del 18 de diciembre?
-En términos sociales no es que vaya a cambiar mucho, porque las demandas, las preocupaciones de la población, sus expectativas en términos de lo que debería cambiar, no se han modificado demasiado. Lo que hay siempre son cambios en las jerarquías, de lo que aparece más en la superficie o lo que aparece menos, y eso depende un poco de la conversación social. Pero el tipo de demandas, lo que agobia a las personas, no se ha modificado mucho en este tiempo.

Por otro lado, creo que tampoco se hicieron después del 18 de octubre esos acuerdos de largo plazo que tendrían que haberse producido, porque todos sabemos –y también la ciudadanía– que las soluciones pueden tomar mucho tiempo, pero la política está trabajando en tiempos muy cortos, con ofertas de tiempos muy cortos.

Hay una tensión muy grande, porque en el espacio político todo parece de muy corto plazo, la manera en que plantea los problemas y las soluciones, y las personas entran en este juego propuesto por la política. Pero, en realidad, las soluciones que tenemos que encontrar son de largo plazo para enfrentar los desafíos que tenemos actualmente. Desafíos que vienen desde hace varias décadas, que no son de ahora, sino que se han ido acumulando a lo largo de este tiempo.

-¿Esos desafíos no los ha sabido procesar el sistema político?
-Pienso que estas problemáticas se han mantenido, porque todavía no se ha generado un camino a largo plazo con ciertos acuerdos políticos y ciertas adhesiones sociales a la temporalidad que va a necesitar. Hay una responsabilidad en términos de cómo el sistema político ha estado relativamente paralizado, bloqueado y no ha podido avanzar.

En términos de los diagnósticos, creo que faltaron con más claridad en las últimas décadas, probablemente por diez, doce, quince años, pero también por falta de voluntad para encontrar puntos de acuerdo. O sea, yo no creo que las fuerzas políticas puedan acordar en todo, por algo son fuerzas políticas, tienen visiones distintas de lo que debe ser el país, pero creo que eso incluso ha empeorado, estamos en un peor escenario hoy en términos de la dificultad para llegar a acuerdos mínimos.

-En ese pie llegamos a este nuevo plebiscito…
-Creo que políticamente sin duda hace la diferencia quién gane o no, porque habrá una disputa de interpretaciones de lo que eso significa. Pero yo quisiera decir que, en general, lo que hemos estado haciendo el último tiempo es que los resultados políticos se han estado interpretando equivocadamente, porque se hace una disputa de interpretaciones que no está reflejando de verdad lo que está ocurriendo y la propia relación de las personas con la política.

En este estudio que hemos hecho encontramos algo que puede sonar muy paradójico, porque normalmente se ha interpretado que hay pura desafección política, o que hay grados de politización súper altos y alto grado de organización. Y nosotros encontramos las dos cosas al mismo tiempo: que hay grados de politización muy altos en la población, en los sectores populares principalmente, pero sin identificación con la política institucional.

Pero el grado de politización hay que entenderlo no como se entiende normalmente. Se ha entendido desde las ciencias políticas que politización quiere decir militar, tener lealtad con un partido político, sentirse representado por una plataforma, etc. Pero no es eso lo que estamos encontrando. Hay grados altos de preocupación por los asuntos públicos, construcción de posiciones respecto a cómo debería ser gobernado el país. Hay en este sentido politización y también hay deseos de cambio muy importantes, pero que no están ligados a ninguna posición política en particular.

Hay una relación muy fragmentada con las ofertas políticas. Incluso con los sectores políticos no hay lealtades, hay una alta volatilidad porque hay mucho rechazo. Es una mezcla de rechazo a los actores políticos, pero al mismo tiempo eso no significa que las personas no tengan grados de politización importantes y que puedan pensar en estos grados de politización, de interés por la polis, incluso de acciones en ese sentido, pero esto tiene una nueva fase, que no se puede entender como se entendía antes.

Entonces, es una pena que todo este proceso no haya sido un debate verdaderamente constitucional, sino que se haya convertido en una especie de debate electoral, electoral casi presidencial. Cuando era el momento de discutir de otra manera sobre las bases y los fundamentos de la convivencia, que todavía necesitamos. Todo lo que necesitamos, todavía lo necesitamos, ese es el punto.

Este es un proceso que realmente ha despertado muy poco interés. Las personas tenían mucho interés por el proceso anterior, estaban muy ilusionadas, este ya no más. El desencanto pesó antes de todo esto, y ahora yo creo que no hay ningún verdadero vínculo y también hay pocas conversaciones.

-Considerando el desencanto de la ciudadanía con la política y el desinterés respecto al proceso constitucional, ¿cómo conviven esos anhelos de transformaciones estructurales con la idea de proyectos colectivos, que básicamente es el fin último de la política?
-Para eso en realidad no hay ninguna respuesta, son las contradicciones. Este primer producto nos dice que hay politización, pero sin ninguna identificación. Pero una cosa que estamos construyendo ahora es lo que llamamos el mapa de las contradicciones. Y ahí yo creo que hay que asumir dos cosas. Una es que, efectivamente, las personas están llenas de contradicciones, quieren que haya cambios –desde hace tiempo que es así–, pero no quieren que nada amenace su estabilidad, porque ya tienen tantas amenazas a su estabilidad que no quieren una más, no quieren más la amenaza política.

Porque vives tan inestable, que vas a perder el trabajo, que capaz te enfermes, que capaz le va a pasar algo al otro, entonces los cambios políticos no pueden ser un factor de inestabilidad. Y eso es una contradicción entre la convicción de que las cosas tienen que cambiar –yo creo que eso explica el masivo apoyo al 18 de octubre–, pero las personas no necesariamente están dispuestas a que se les sume una dimensión de inestabilidad a sus vidas, que ya de por sí son bastante inestables.

Entonces, esas contradicciones ya están ahí, y una de esas también, sin duda –que está presente hace tiempo–, es que ha habido muchos discursos que han instalado la idea de que uno es el resultado de sus esfuerzos personales, que tienes que ser un ‘hiperactor’ relacional. Es algo que se ha instalado muy fuertemente y, al mismo tiempo, un anhelo de una vida más colectiva, pero no comunitaria, solamente más colectiva.

Entonces, ahí está esa tensión de nuevo, entre personas que están convencidas de que lo único que funciona en esta sociedad es ser un ‘hiperactor’ con ayuda de tus relaciones más cercanas, pero con una anhelo de colectividad, que no sea comunitaria en el sentido de tener que perderse a sí mismos en la comunidad, ninguna de estas cosas que te hagan perder tu singularidad.

Y lo tercero es que las personas están altamente politizadas, quieren obviamente cambios, pero lo que nosotros hemos revisado en los debates de los años 60, más o menos, hasta ahora –los estudios sobre sectores populares, datos cuantitativos y luego revisión de trabajos empíricos anteriores–, es que lo de la politización es cada vez con menos mediación de los partidos políticos.

O sea, en la práctica ha habido cada vez menos mediación de partidos políticos. Otra cosa que los datos cuantitativos muestran es que ha subido el grado de politización en el caso de Chile, donde todavía los sectores medios y altos están un poco más politizados que los sectores populares, pero el gran salto lo han dado los sectores populares. Entonces, eso se traduce en disposición a las movilizaciones, disposición a hablar de política, disposición a enterarse de cuestiones que tienen que ver con lo que ellos consideran que es relevante para su vida.

Y en este gran salto de los sectores populares –donde Chile ha ido en una curva al revés de América Latina– ha subido la politización y ha bajado la confianza institucional. Y lo que encontramos también en mis trabajos anteriores –estamos trabajando sobre estas cuestiones hace como 20 años, entonces fui a mirar mi material– es este aumento en los grados de desapego, de desapego en el sentido de que tienes una relación básicamente como puntual, ‘touch and go’, como dicen los jóvenes. Una lógica mucho más vinculada con la identificación de sus propias necesidades, con mucha más confianza en sí mismos también, y con mucha desconfianza institucional, mucho rechazo a la política principalmente.

El rechazo a la política no es solamente cada vez más fuerte, sino que cada vez más elaborado diría. Yo hice una investigación sobre eso hace seis o siete años y hoy es más elaborado, tiene dimensiones más elaboradas.

Uno ve que hay más poder, más conciencia de sus propias fortalezas, con sus demandas mucho más legitimadas que hace 50 años; la gente no estaba segura si sus demandas estaban bien o mal, hoy no tienen ninguna duda.

-Volviendo a la pregunta inicial de lo que vamos a empezar a vivir a partir del 18 de diciembre, ¿cómo ves que hoy día los partidos políticos están procesando todo esto que han constatado en la investigación? ¿Lo han identificado o no? ¿Lo están procesando mal?
-Lo que creo es que probablemente los partidos políticos entienden, porque hay conversaciones sociales, entienden que están ante un país que requiere ciertas respuestas, entienden bien lo que son probablemente los desafíos en esos términos, pero no estoy muy segura de si entienden cuánto de su destino está jugándose en este momento. No estoy muy segura de si todos lo están entendiendo, porque están interpretando algunas cosas como apoyo, pero es un apoyo bien temporal, suben y bajan como espuma las figuras políticas.

No estoy segura de que estén entendiendo que es la propia política la que se está jugando el proyecto. Porque, en mi lectura, el inicio del proceso constitucional fue una nueva oportunidad para los partidos políticos. Hay que recordar que para el 18 (de octubre) nadie quería que hubiera ninguna bandera de partidos políticos, ningún rostro político en la movilización, todo lo que tuviera que ver con lo político o incluso con organizaciones que habían colaborado con partidos políticos estuvieron excluidas de las movilizaciones. Y la decisión de hacer el proceso constitucional y el apoyo que alcanzó, con casi ochenta por ciento al año siguiente para el plebiscito, fue un espaldarazo en realidad para causas democráticas. Y un espaldarazo para el sistema político institucional que fue el encargado de organizar todo esto.

Creo que el inicio de este proceso era un espaldarazo a la democracia del sistema institucional, y el camino ha mostrado que no lo interpretaron de esta manera, era una oportunidad y no tienen muchas más. Eso es algo que no estoy muy segura de si los partidos lo entienden, a veces dudo, porque en realidad, cuando uno ve, las dinámicas políticas no cambian, siguen siendo electoralistas, siguen siendo de corto plazo, siguen siendo confrontacionales e improductivas, con poca sensibilidad.

Entonces, creo que los partidos deben saber en qué país están, el problema es que las dinámicas en el sistema político institucional en realidad –como dicen los economistas– no tienen incentivos para la colaboración. Es también por los nuevos actores y por los nuevos estilos de comunicación política, pero, sea como sea, esa esfera no está impulsada por la colaboración.

Y eso sí me preocupa, no estoy segura hasta qué punto están entendiendo, y eso no puede entenderlo solo un grupo, tienen que entenderlo todos, porque tú puedes tener muy buena voluntad, pero si los otros hacen zancadillas, no hay chance, no puedes.

-¿Das por perdida toda la acumulación de debate constitucional que hemos tenido hasta ahora o crees que a partir del 18 –si es que se rechaza nuevamente esta propuesta– es posible mantener algún capital de discusión cívica en torno al país que queremos ser?
-Lo que espero es que esa conversación empiece, porque no ha empezado. Quizás ha habido momentos, pero no fueron conversaciones extendidas a la ciudadanía. Tanto la primera como la segunda vez. Incluso siendo la primera con mucha más participación de independientes, en el fondo el objetivo principal era absorber el conflicto y no producir esa conversación. No hubo un camino de abrir estas conversaciones realmente a la sociedad, paso por paso, entendiendo que hay grandes áreas que debieron haber sido discusión, eso no ocurrió.

Y en el segundo proceso el modelo fue mucho más elitista, completamente elitista. Yo valoro mucho el trabajo de los consejeros, el esfuerzo que hicieron, pero eso no quita que fue elitista. Esto entró con una marca, que era el miedo a los subordinados. Eso también marcó la actuación de la población con esta Constitución, ya no tenían mucho que decir, no estaban incluidos. Entonces, hay un tema de las élites en general y de las élites políticas, de que no pueden producir adhesión a menos que realmente interpeles en una conversación a las personas, y eso no ha ocurrido.

Ojalá ocurriera ahora en una modalidad distinta, esta no nos ha funcionado, inventemos otra. Y no sé si el papel principal les va a tocar a los partidos políticos en esa misión, o a la propia sociedad civil. Me inclino más por que sea la sociedad la que comience a abrir esas conversaciones, que van a tener que ser múltiples y que van a tener su tiempo. Chile tiene que acostumbrarse a que el conflicto existe, pero el conflicto no puede ser a golpes y menos golpes bajos. Tenemos que aprender a manejar estas diferencias y este no ha sido el caso, en los dos procesos hemos visto imposición de un lado y del otro.

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