La obtención del título continental es un tributo para los que no están, esos futboleros que soñaron con ver a Chile campeón de algo y no pudieron. Es un regalo para los que esperamos por mucho tiempo un logro así y por fin vimos al país en lo más alto a nivel de selección. Pero también es un ejemplo para los más pequeños que fueron testigos con sus propios ojos que ser campeón no es imposible.
Los amantes del fútbol le debemos mucho a esta generación de jugadores que nos hizo vivir nuevamente la fiesta de un Mundial, después de mucho tiempo, y que coronaron un proceso con un logro concreto. Porque no se conformaron con hacer lo que otros ya habían realizado: instalar a Chile entre los participantes del evento deportivo más importante del planeta. Estos grandes futbolistas entendieron que la tarea todavía no estaba cumplida con llegar a Sudáfrica 2010, porque la ambición de gloria que tenían era mucho más grande que la económica.
La base de ese equipo venía de participar de dos mundiales juveniles. Algunos estuvieron en Holanda 2005, pero la mayoría actuó en Canadá 2007, donde sin tapujos repetían reiteradamente que “querían ser campeones del mundo”. Ese sueño se vio truncado en la semifinal ante Argentina, pero la caída les sirvió para sentir que podían pelear de igual a igual ante cualquier potencia.
Marcelo Bielsa tomó la posta de José Sulantay, y confió en este grupo que representó a Chile por primera vez bajo su mandato en el torneo Esperanzas de Toulón. No lo ganaron en esa oportunidad, pero los jugadores demostraron que estaban preparados para desafíos mayores, como enfrentar unas clasificatorias durísimas con el plantel más joven del proceso.
Chile finalizó en segundo lugar su camino a Sudáfrica, sólo superado por Brasil. Lo que vino después del Mundial es historia conocida. A pesar del recibimiento de héroes, los futbolistas no volvieron al país con la satisfacción de la tarea cumplida, sino que quedaron con gusto a poco. Querían otra oportunidad, y la encontraron en las siguientes clasificatorias.
El capitán del buque ya no estaba, por lo que el equipo casi perdió el rumbo, hasta que apareció otro entrenador que los volvió a encausar: Chile por primera vez en su historia clasificó en cancha a dos mundiales consecutivos.
Luego de superar una primera fase durísima, integrada por los protagonistas de la final anterior, la Roja se dio el lujo de pararse de igual a igual ante el anfitrión, el equipo con más éxito en los mundiales: Brasil. Un palo y una definición a penales nos impidió seguir soñando, pero la irreverencia de los jugadores les hizo prometer algo que en su minuto pareció demasiado aventurado: “Vamos a ganar la Copa América”.
Y cumplieron. Sampaoli aprendió de sus errores y utilizó el pragmatismo cuando fue necesario. Además practicó los penales, cosa que no hizo en Brasil, y funcionó. Los jugadores enfrentaron esa instancia con la seguridad que no mostraron un año antes. Pero lo más importante del certamen fue que los protagonistas exhibieron su convencimiento en la cancha y no sólo en las conferencias de prensa.
Hay muchas cosas que mejorar. La disciplina, por ejemplo. Porque si este grupo ganó la Copa América a pesar de lo ocurrido con Arturo Vidal y su Ferrari, si se compenetran 100% en el objetivo, sin distracciones periféricas, significa que se puede seguir soñando. Porque estos jugadores no se conformarán sólo con pasar de los octavos de final de un Mundial, sino que intentarán levantar el trofeo. Y probablemente, los que sigan, van a ir por el siguiente en el caso que no lo consigan. Y si Chile es campeón del mundo, probablemente también.
A diferencia de lo que pasó con nosotros, que vimos la mayoría de los mundiales sin la presencia de nuestra selección, las nuevas generaciones se están acostumbrado a ver a Chile en las grandes citas. Para los más jóvenes sería extraño ver un Mundial sin la Roja, y eso es un gran legado de los jugadores que representan y representaron al país desde 2008, que no se conformaron sólo con clasificar a una justa planetaria, ni a dos, sino que quisieron ganar algo de verdad e irán por más.
No me cabe duda que su ambición deportiva no quedará ahí, porque todavía les quedan cuentas pendientes, no con Chile, porque nadie podrá reprocharles algo en lo deportivo, sino que con ellos mismos, porque saben que tienen la capacidad y las fuerzas para llegar más lejos todavía. Ese esfuerzo y deseo es el ejemplo que dejan a los niños, que los ven como espejos a seguir.
Esos niños que ya conocen lo que es ser campeón tendrán una ventaja comparativa importante con las generaciones anteriores, que veíamos cómo la gloria se la llevaban otros. Tendrán también una ventaja con nuestro referente exitoso más cercano: Argentina. Gracias a lo que pasó en la final ante la Albiceleste, los jóvenes chilenos no serán apuntados por sus pares trasandinos que por años se jactaron de sus triunfos, que los conocen gracias a los libros, archivos televisivos o por el relato de sus padres, pero no por propia experiencia, al menos no los menores de 25 años.
Nuestra juventud sí sabe lo que significa ser campeón. Ahora su tarea será recoger ese legado y prolongar el éxito por mucho tiempo más, para que la Copa América que ganamos sea el primer título y no el último.