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Barbarita, campeona dorada: yo canté el himno contigo…

Barbarita, campeona dorada: yo canté el himno contigo…

La triatleta chilena conquistó medalla de oro en los Panamericanos de Toronto y a la distancia nos hizo parte de una celebración tan emotiva como silenciosa y significativa.


Con una mano sobre el pecho y los ojos humedecidos, Bárbara Riveros entonó la canción nacional con toda la pasión de una campeona. Recién terminaba de correr los 57,7 kilómetros del triatlón de los Juegos Panamericanos y detrás de su luminosa sonrisa juvenil no traducía ni una gota de cansancio a pesar del tremendo desgaste físico demandado por 57 minutos y 8 segundos de natación, ciclismo y trote.

El entorno en la ceremonia de premiación efectuada este domingo en Toronto era singular, tan sobrio como desprovisto de aquella vibración multitudinaria que rodea, por ejemplo, la entonación del himno por parte de la “Roja” en el estadio Nacional. Como decorado, apenas una tarima, un par de asistentes para entregar la medalla de oro y la imagen desprolija de la señal internacional de televisión: en primer plano la triatleta chilena cantando el puro Chile es tu cielo azulado con todo el fervor de una consagración largamente anhelada; más atrás, una descuidada reja de alambre y, en el fondo, dos o tres canadienses echados sobre el pasto en actitud desenfadada…

Sin embargo, en ese momento, Bárbara Catalina Riveros Díaz se sentía como si estuviera en el mismísimo Nacional, con todo Chile acompañándole en su solitaria celebración. Y cantó lo más fuerte que pudo, como para que también la escucharan sus padres y cuatro hermanos que siempre supieron –desde que se inscribió a los 10 años en la Universidad Católica- que ella alcanzaría alguna vez la cima de sus sueños.

Bárbara se preparó largamente para ese momento culminante, su gran objetivo previo a los Juegos Olímpicos. Nunca transó el sacrificio de cinco horas diarias de entrenamiento ni anheló una Ferrari atronadora, por ejemplo, lo que de paso la eximió de los riesgos de accidentarse en una carretera inadecuada. Y de seguro que tampoco lo tendrá porque –a diferencia del premio individual de $100 millones por la Copa América-, el Gobierno distingue a sus campeones panamericanos con 6,5 millones de pesos de recompensa por consagrar el nombre del país en el extranjero.

De pronto, menuda y poderosa en su gloria, Barby abrió los ojos tras el estribillo final del asilo contra la opresión y buscó acaso miles de banderas frente a sus ojos, y un estruendo popular en sus oídos y un ceacechí colectivo en su alma, pero no estaban. Y en la Plaza Italia, a esa hora, apenas un puñado de santiaguinos indiferentes le hacían el quite a la lluvia matinal…

Más tarde, con el corazón galopante y el llanto sin barrera emotiva, expresó a los micrófonos que le dedicaba “este hermoso triunfo a Carlos de Gavardo, a quien siempre admiré por ser un deportista ejemplar…”

Sin escándalos, sin derroches millonarios, sin bombardeo mediático, sin cadena nacional y sin tatuajes del título que no fue sobre su agraciado cuerpo, Riveros impuso la limpieza de su temple y se colgó al cuello el oro más preciado de los campeones: al fin, luchando en solitario contra sus marcas y las mejores atletas americanas, Bárbara nos regaló en Canadá la hazaña entrañable de una victoria en su sentido más puro, sin atajos ni resquicios…

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