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Opinión: ¿Quién le pone el cascabel al fútbol?

Opinión: ¿Quién le pone el cascabel al fútbol?

Julio Salviat
Por : Julio Salviat Profesor de Redacción Periodística de la U. Andrés Bello y Premio Nacional de Periodismo deportivo.
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El vandalismo que ha caracterizado a la temporada, con la lujosa salvedad de la Copa América, ya parece ser irrefrenable. Si los dirigentes siguen culpando a la sociedad, las autoridades siguen culpando a los clubes y el Gobierno sigue mirando para un lado, el asunto no tiene remedio.


Se acabó la tácita tregua por la Copa América, y los actos de vandalismo volvieron con todo su esplendor a las canchas chilenas.  Delincuentes de la “U” ocuparon la pista de rekortán del Estadio Nacional, quemaron tablones y agredieron a los guardias. Desquiciados de Wanderers cruzaron la cancha para atacar a hinchas de Everton en el estadio Sausalito, y se encontraron con fierros, cuchillos y armas en la respuesta. Orates de Coquimbo hicieron pedazos flamantes asientos del estadio La Portada, en La Serena, nada más que para desafiar y perjudicar a los seguidores locales.

¿Tendrá solución este fenómeno?

Si uno revisa las declaraciones de dirigentes, las visiones de la autoridad y la actuación de las fuerzas policiales, se puede asegurar que no. Así, no hay solución.

En el coliseo de Ñuñoa, el árbitro suspendió por demasiado tiempo el partido, los guardias fueron superados por los invasores y las fuerzas especiales de carabineros guiaron a los vándalos hacia las tribunas, donde –según El Mercurio- “se dispersaron”. Ni siquiera hubo un detenido. Y el partido se reanudó como si nada.

Junto a la laguna viñamarina, un par de centenares de hinchas se apropiaron de la cancha, algunos se enfrascaron en peleas con “todo vale” y tuvo que llegar carabineros para que todos se fueran a las tribunas a mostrarse los dientes. De nuevo, ningún detenido en el lugar. La única diferencia: el árbitro –el mismo del Estadio Nacional- suspendió el partido antes que comenzara.

No se consignaron detenidos en La Serena, pese a los destrozos.

¿Cuál es la señal, entonces?: Métase la cancha nomás, mijo: nadie le hará nada.

El inútil a cargo de Estadio Seguro culpó razonablemente a los dirigentes de Everton por no haber dispuesto menor contingente de guardias del que se había comprometido. El fresco a cargo de Everton se defendió diciendo que aunque hubieran duplicado el número de guardias, los desórdenes habrían sido  los mismos. Y agregó una perlita: se quejó porque la ANFP no hizo defensa corporativa.

El ministro del Interior es futbolero, y no se ha pronunciado.

Los carabineros no detienen a los delincuentes que están violando la ley de violencia en los estadios..

La situación de impunidad y manga ancha podría explicarse si éste fuera un fenómeno nuevo frente al cual las autoridades estuvieran pensando un plan de acción… Primero, no es nuevo. Segundo, las autoridades –las futbolísticas, las policiales y las gubernamentales- no piensan. Ni siquiera copian.

Interminables veces se les ha mostrado lo que hicieron los ingleses para terminar con los “hooligans”. Han venido expertos a dar sus fórmulas. Han viajado funcionaros para ver en terreno cómo hay que actuar…

¿Y…?

Y nada, como dicen ahora los futbolistas.

La ley Antiviolencia –está demostrado- sirve para nada. Las acciones de los clubes son insuficientes. La policía no sabe cómo actuar. Y el Gobierno –esto es lo más grave- se parece al Canal del Fútbol: disfruta los partidos y mira para el lado cuando se producen incidentes.

Otro hecho preocupante es la actitud de las Sociedades Anónimas frente a esta escalada: esperan que la autoridad les soluciones el problema y aportan poco para contribuir a la extirpación del mal. Pareciera que tienen razón los que sospechan que ya no les interesa la asistencia de público, que les es conveniente el estadio semivacío porque gastan menos en seguridad. Total, cuentan con suficientes recursos entregados por la televisión, y no necesitan amargarse la vida buscando otras soluciones.

Si es así, habría que meterlos a la cárcel. El fútbol es un deporte atractivo que congrega multitudes, especialmente en las clases media y baja. Con políticas que propenden a alejarlos de los espectáculos, como el precio excesivo de las entradas populares, están dejando a mucha gente frustrada y sin esparcimiento de fin de semana.

Por lo tanto, esta lucha hay que darla en dos frentes: atacar duramente a los maleantes que impiden espectáculos limpios y frenar en seco a los ambiciosos que ven en el fútbol un caudal de plata para sus bolsillos, y no un bien social.

 

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