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Francia está mucho más cerca de América Latina de lo que se piensa

El país galo, como también Alemania y otras naciones del Viejo Mundo, están en proceso de desmantelar gran parte de su aparato de seguridad social, que los caracterizó y distinguió por décadas como campeones de la economía social de mercado en respuesta al capitalismo duro. Ocho millones de acaudalados (World Wealth Report) se reparten la cuarta parte de la renta mundial.


Muchos creen que Francia está lejos y por lo mismo la frustración social que allí ocurre, una verdadera crisis de identidad, no podría trasmitirse a otros puntos del mundo ni llegar a América Latina, como si fuera una epidemia mortífera, y que en el fondo la es.



Los múltiples análisis sobre esta despiadada violencia en algunos barrios de París señalan como responsable a la miseria social y económica que afecta a determinados grupos marginados del sistema, que manifiestan su frustración destruyendo o dañando bienes inmuebles y automóviles.



Así se lamenta también la degradación en la que ha caído la Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y el problema se presenta como si fuera un mal aislado y esencialmente galo.



Sin embargo, estos puntos de reflexión no son tan acertados como parecen, porque el problema francés no es sólo producto de una miseria económica absoluta como se ha dicho, sino de una miseria más bien moral que tiene como común denominador la existencia de grupos de la sociedad que son ignorados por las élites.



Por lo mismo, no es casual que esta epidemia origine los primeros estragos en países cercanos a Francia, con sistemas políticos y problemas sociales similares o parecidos, como Alemania, Bélgica y Dinamarca, y se teme que pueda llegar en breve también a Italia o quizá a España. Los analistas recuerdan además brotes de violencia registrados en varias ciudades inglesas en octubre pasado.



¿Por qué esta violencia no podría llegar también a América Latina?



En gran medida, estos disturbios son consecuencia del modelo económico neoliberal que muestra peligrosas flaquezas. Hoy es Francia, pero mañana el escenario podría ser cualquier otro país europeo del Este, del Oeste o de América Latina.



El Estado de Bienestar desmantelado



Francia, como también Alemania y otras naciones del viejo mundo están en proceso de desmantelar gran parte de su aparato de seguridad social, que los caracterizó y distinguió por siglos como campeones de la economía social de mercado en respuesta al capitalismo duro. Esto afecta sin lugar a dudas a los sectores de trabajadores y a los más necesitados.



El sistema neoliberal, que descarta los subsidios estatales, es injusto porque enriquece más a los más ricos y el modelo, al no alcanzar el crecimiento adecuado, no contribuye a una disminución rápida y efectiva de la pobreza. Por esto mismo, el papel del Estado como promotor de programas sociales debe continuar y ser permanente.



Hay que tener en cuenta que nunca antes el mundo había contado con tantos ricos y tantos pobres. Ocho millones de millonarios (World Wealth Report) se reparten 31 billones de dólares, la cuarta parte de la renta mundial. Sólo Francia cuenta con 355.000 millonarios.



La otra cara de la moneda revela que hoy hay en el planeta más de 1.200 millones de personas (20%) que disponen de menos de un dólar al día, lo que hace imposible satisfacer sus necesidades básicas en alimentos y vestuario.



Los problemas sociales causados por el desempleo se han intensificado, no sólo en Europa, sino también en Estados Unidos, donde hay 37 millones de pobres (12,5% de la población), y América Latina con 222 millones de personas (42,6 por ciento) que viven en condiciones angustiosas.



En otras palabras, la equidad económica y social, tan pregonada por las organizaciones internacionales, que, en las distintas cumbres regionales o mundiales se le da la categoría de objetivo internacional para este siglo, está aún lejos de cumplirse.



Si comparamos a los trabajadores de estratos bajos o familias de clase media con los más acomodados vemos a los primeros en seria desventaja por no tener acceso igualitario a las más altas posiciones o esferas económicas a diferencia de quienes concentran los mayores ingresos.



Hoy, muchos jóvenes de América Latina, que tuvieron la buena suerte de nacer con un plan de vida claro y sólido cimentado en una educación privada y con todas las conexiones sociales posibles para poder llegar a los sectores del poder, marcan la diferencia frente a los más pobres.



Estos últimos deben conformarse con "lo que hay", es decir una educación estatal muy frágil que no les permite llegar demasiado lejos, al no existir un sistema educacional estatal universal igual para todos, como existe en gran parte de Europa.



La inequidad está también presente en la salud, en los fondos de pensiones, en los sueldos y salarios, en la relación laboral y económica entre hombres y mujeres, en la política, en la economía, en el consumo, en los derechos ciudadanos y en la libertad de expresión. Por lo menos es lo que sucede en Chile, donde el deseado Estado de bienestar aún no existe.



En nuestros archivos hallamos claros ejemplos históricos de esta violencia contra el modelo neoliberal, como son los de Argentina hace un par de años o el "caracazo" venezolano de 1989 que dejó miles de muertos.



Como ocurre hoy en Francia, en América Latina tampoco ha funcionando un modelo integracionista, basado en la igualdad de oportunidades, que haya podido ser capaz de incorporar a la sociedad a los marginados.



¿Hasta cuándo?



Ahora podemos comprender que Francia está mucho más cerca de América Latina de lo que creemos.



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Walter Krohne. Periodista colegiado. Registro 2.290. Email: walterk@vtr.net






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